Al leerlo he recordado lo que yo mismo escribí para la publicación con la que mi club de toda la vida, el Goiko Mendi, conmemoró en 2016 su 50 aniversario.
SOLO EN LA
MONTAÑA
I. ¿Cómo ha
cambiado el montañismo desde 1966? Lo planteamos como pregunta, pero también
podíamos plantearlo como exclamación: ¡Cómo ha cambiado el montañismo desde
1966! Porque la verdad es que a lo largo de estas casi cinco décadas la forma
de practicar el deporte de la montaña ha experimentado enormes
transformaciones.
Sólo hay que
pensar en la innovación de los materiales: botas, tejidos, elementos de
seguridad. Su calidad ha aumentado al tiempo que disminuía su precio, de manera
que algunas funciones que antes cumplían los clubs de montaña, como el alquiler
de ciertos materiales (piolets, tiendas de campaña, crampones, material de
esquí), han caído en desuso. También, y sobre todo, hay que considerar las
mejoras en los medios de comunicación.
Desde hace ya
unos años se ha vuelto mucho más sencillo practicar el montañismo en solitario.
Para empezar, casi todo el mundo dispone de un vehículo propio, y las
carreteras y autovías nos permiten desplazarnos a grandes distancias en
relativamente poco tiempo. Se acabaron esos viajes de horas y horas, por
carreteras comarcales atestadas de tráfico pesado, para poder llegar a
Pirineos, a Picos, a la Demanda o al Alto Carrión. Ya no dependemos de que el
club nos organice un viaje en autobús para poder subir, por ejemplo, al
Curavacas o a Peña Vieja. Hoy es posible, madrugando un poco, salir de casa por
la mañana, ascender a alguna de estas cumbres y estar de vuelta en casa por la
noche.
¿Y qué decir de
la información sobre itinerarios y rutas? A la enorme cantidad de guías y mapas
de montaña que se han ido publicando a lo largo de los años, hay que añadir el
fenómeno de internet, con todas esas páginas y blogs en las que numerosas
personas aficionadas al montañismo comparten sus conocimientos experiencias. Si además pensamos en la
innovación que ha supuesto la geolocalización, de manera que un simple teléfono
móvil puede servirnos para introducir las coordenadas de las rutas que queremos
recorrer, nos daremos cuenta de la magnitud de estos cambios. Todavía recuerdo
cuando, para preparar una salida montañera organizada por el club, algunas
personas se desplazaban con antelación con el fin de conocer el terreno y
evitar sorpresas o problemas posteriores. Hoy esto es algo que podemos hacer
desde nuestra casa, con el ordenador.
II. Hay un
famoso sociólogo norteamericano, Robert Putman, que ha estudiado los cambios
sociales producidos en su sociedad y, en general, en todas las sociedades
económicamente más desarrolladas, utilizando como ejemplo el juego de los
bolos, que los americanos llaman bowling.
Como seguramente sabremos gracias a las películas y a las series de televisión,
la práctica del juego de los bolos es una de las señas de identidad de la
sociedad norteamericana. Pues bien, lo que Putnam plantea es que en los últimos
40 o 50 años ha cambiado sensiblemente la forma en que los norteamericanos
juegan a los bolos: siguen jugando, aparentemente lo hacen de la misma manera,
en los mismos lugares y con la misma intensidad; pero lo que ha cambiado es que
ahora juegan de manera solitaria o, como mucho, juegan en familia, pero sin dar
a este juego la dimensión comunitaria, social, que tenía antes.
Pues bien: tal
vez podemos utilizar este ejemplo para reflexionar sobre los cambios que ha
experimentado la práctica del montañismo, en particular desde la perspectiva de
un club de montaña como es el Goiko Mendi, desde su fundación.
Seguimos
subiendo al monte, seguimos practicando el montañismo, eso no ha cambiado; pero
tal vez ahora lo hacemos de manera más individualizada, más solitaria. Todas
las transformaciones a las que nos henos referido antes (en los materiales, en
la información y la comunicación) nos permiten desarrollar una práctica del
montañismo más autónoma, menos dependiente de organizaciones colectivas. Esto
no es, en principio, ni bueno ni malo. Seguramente ocurre en todas las
dimensiones de nuestra existencia: vivimos de manera más individualizada, menos
colectiva, una buena parte de nuestra vida.
Uno no puede
evitar sentir un ramalazo de nostalgia por aquellos tiempos en los que el
montañismo era, sobre todo, una práctica que se hacía en común. Aún sigue
haciéndose así, por supuesto: sigue habiendo excursiones organizadas por los
clubes de montaña, continua habiendo cuadrillas que salen casi todos los
domingos al monte, pero nos da la impresión de que esto es algo que va a menos.
III. Y el caso
es que, a pesar de esta tendencia a la individualización, tan característica de
nuestra vida moderna, cualquier persona que acuda a la montaña con asiduidad
habrá tenido la experiencia de lo poca cosa que somos cuando las situaciones se
complican, cuando surge algún problema: un accidente, un descuido, un cambio
brusco en la climatología. En esos momentos, la soledad en la montaña, tan
gratificante cuando las cosas van bien, se vuelve amenazadora.
Es entonces
cuando echamos en falta la compañía de otras personas, o es entonces cuando
encontramos esa compañía en la forma de personas desconocidas que nos echan una
mano: que nos indican el camino, que nos socorren en nuestra debilidad. O, si
las cosas son más graves, es entonces cuando nos descubrimos formando parte de
la comunidad montañera, que se moviliza para ayudarnos, aunque lo único que
hayamos hecho para pertenecer a esa comunidad sea pagar nuestra tarjeta de
federados.
Tal vez esta sea
la manera en la que el viejo espíritu comunitario, la fraternidad montañera,
sigue vivo también en nuestra época. No es que sea gran cosa, pero igual nos
sirve para, desde aquí, como quien sopla las brasas para volver a hacer llama,
recuperar y fortalecer la dimensión asociativa del montañismo. Sin querer
repetir el pasado, pues los tiempos y las vidas han cambiado mucho en cinco
décadas. Pero sin perder tampoco muchas de las cosas buenas que tenían aquello
tiempos en los que, además de ir al monte, las personas también iban a su club.
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