domingo, 5 de mayo de 2019

Solo en la montaña: el montañismo vasco busca un relevo

EL CORREO publica hoy un extenso reportaje de Javier Muñoz titulado "El montañismo vasco busca un relevo". Un artículo informado, interesante, en el que aborda la crisis que afrontan los clubes de montaña por falta de relevo generacional.



Al leerlo he recordado lo que yo mismo escribí para la publicación con la que mi club de toda la vida, el Goiko Mendi, conmemoró en 2016 su 50 aniversario.




SOLO EN LA MONTAÑA

I. ¿Cómo ha cambiado el montañismo desde 1966? Lo planteamos como pregunta, pero también podíamos plantearlo como exclamación: ¡Cómo ha cambiado el montañismo desde 1966! Porque la verdad es que a lo largo de estas casi cinco décadas la forma de practicar el deporte de la montaña ha experimentado enormes transformaciones.
Sólo hay que pensar en la innovación de los materiales: botas, tejidos, elementos de seguridad. Su calidad ha aumentado al tiempo que disminuía su precio, de manera que algunas funciones que antes cumplían los clubs de montaña, como el alquiler de ciertos materiales (piolets, tiendas de campaña, crampones, material de esquí), han caído en desuso. También, y sobre todo, hay que considerar las mejoras en los medios de comunicación.
Desde hace ya unos años se ha vuelto mucho más sencillo practicar el montañismo en solitario. Para empezar, casi todo el mundo dispone de un vehículo propio, y las carreteras y autovías nos permiten desplazarnos a grandes distancias en relativamente poco tiempo. Se acabaron esos viajes de horas y horas, por carreteras comarcales atestadas de tráfico pesado, para poder llegar a Pirineos, a Picos, a la Demanda o al Alto Carrión. Ya no dependemos de que el club nos organice un viaje en autobús para poder subir, por ejemplo, al Curavacas o a Peña Vieja. Hoy es posible, madrugando un poco, salir de casa por la mañana, ascender a alguna de estas cumbres y estar de vuelta en casa por la noche.
¿Y qué decir de la información sobre itinerarios y rutas? A la enorme cantidad de guías y mapas de montaña que se han ido publicando a lo largo de los años, hay que añadir el fenómeno de internet, con todas esas páginas y blogs en las que numerosas personas aficionadas al montañismo comparten sus conocimientos  experiencias. Si además pensamos en la innovación que ha supuesto la geolocalización, de manera que un simple teléfono móvil puede servirnos para introducir las coordenadas de las rutas que queremos recorrer, nos daremos cuenta de la magnitud de estos cambios. Todavía recuerdo cuando, para preparar una salida montañera organizada por el club, algunas personas se desplazaban con antelación con el fin de conocer el terreno y evitar sorpresas o problemas posteriores. Hoy esto es algo que podemos hacer desde nuestra casa, con el ordenador.

II. Hay un famoso sociólogo norteamericano, Robert Putman, que ha estudiado los cambios sociales producidos en su sociedad y, en general, en todas las sociedades económicamente más desarrolladas, utilizando como ejemplo el juego de los bolos, que los americanos llaman bowling. Como seguramente sabremos gracias a las películas y a las series de televisión, la práctica del juego de los bolos es una de las señas de identidad de la sociedad norteamericana. Pues bien, lo que Putnam plantea es que en los últimos 40 o 50 años ha cambiado sensiblemente la forma en que los norteamericanos juegan a los bolos: siguen jugando, aparentemente lo hacen de la misma manera, en los mismos lugares y con la misma intensidad; pero lo que ha cambiado es que ahora juegan de manera solitaria o, como mucho, juegan en familia, pero sin dar a este juego la dimensión comunitaria, social, que tenía antes.
Pues bien: tal vez podemos utilizar este ejemplo para reflexionar sobre los cambios que ha experimentado la práctica del montañismo, en particular desde la perspectiva de un club de montaña como es el Goiko Mendi, desde su fundación.
Seguimos subiendo al monte, seguimos practicando el montañismo, eso no ha cambiado; pero tal vez ahora lo hacemos de manera más individualizada, más solitaria. Todas las transformaciones a las que nos henos referido antes (en los materiales, en la información y la comunicación) nos permiten desarrollar una práctica del montañismo más autónoma, menos dependiente de organizaciones colectivas. Esto no es, en principio, ni bueno ni malo. Seguramente ocurre en todas las dimensiones de nuestra existencia: vivimos de manera más individualizada, menos colectiva, una buena parte de nuestra vida.
Uno no puede evitar sentir un ramalazo de nostalgia por aquellos tiempos en los que el montañismo era, sobre todo, una práctica que se hacía en común. Aún sigue haciéndose así, por supuesto: sigue habiendo excursiones organizadas por los clubes de montaña, continua habiendo cuadrillas que salen casi todos los domingos al monte, pero nos da la impresión de que esto es algo que va a menos.

III. Y el caso es que, a pesar de esta tendencia a la individualización, tan característica de nuestra vida moderna, cualquier persona que acuda a la montaña con asiduidad habrá tenido la experiencia de lo poca cosa que somos cuando las situaciones se complican, cuando surge algún problema: un accidente, un descuido, un cambio brusco en la climatología. En esos momentos, la soledad en la montaña, tan gratificante cuando las cosas van bien, se vuelve amenazadora.
Es entonces cuando echamos en falta la compañía de otras personas, o es entonces cuando encontramos esa compañía en la forma de personas desconocidas que nos echan una mano: que nos indican el camino, que nos socorren en nuestra debilidad. O, si las cosas son más graves, es entonces cuando nos descubrimos formando parte de la comunidad montañera, que se moviliza para ayudarnos, aunque lo único que hayamos hecho para pertenecer a esa comunidad sea pagar nuestra tarjeta de federados.
Tal vez esta sea la manera en la que el viejo espíritu comunitario, la fraternidad montañera, sigue vivo también en nuestra época. No es que sea gran cosa, pero igual nos sirve para, desde aquí, como quien sopla las brasas para volver a hacer llama, recuperar y fortalecer la dimensión asociativa del montañismo. Sin querer repetir el pasado, pues los tiempos y las vidas han cambiado mucho en cinco décadas. Pero sin perder tampoco muchas de las cosas buenas que tenían aquello tiempos en los que, además de ir al monte, las personas también iban a su club.



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