sábado, 28 de mayo de 2016

Entre dos mundos: cuatro libros fronterizos

Recupero algunas lecturas de hace semanas, y las relaciono con alguna más reciente. Son cuatro libros muy distintos por su autoría, temática y estilo, pero los cuatro comparten, creo, una característica: están escritos en la frontera entre dos mundos, y sus autores (una autora y tres autores) han sabido expresar esa experiencia de ser a la vez testigos y observadores de las vidas que, por distintas circunstancias, deben habitar los espacios donde interseccionan realidades socioculturales muy diversas, en ocasiones antagónicas.


Noches sin dormir (Seix Barral, 2015), de Elvira Lindo, nace de una frustración; una frustración experimentada no tanto personalmente, cuanto de forma vicaria. Seguir los movimientos de la autora por la ciudad de Nueva York me lleva a pensar que se trata de una mujer con una enorme capacidad de adaptación, lo que la permite asumir y practicar con rapidez y relativa naturalidad los códigos de una sociedad que no es la suya -"Yo llevo la tarjeta de crédito en la mano, que es el rayo paralizador contra toda desconfianza americana"-, pero también a disfrutar con los genuinos encuentros y contactos que le ofrece la ciudad: desde la comunidad española con la que se encuentra habitualmente hasta Julian, el camarero-novelista, o Dani, su peluquero.
Pero no ha sido ese el caso de su marido, Antonio Muñoz Molina: "No ha hecho amigos aquí, no ha sentido la Universidad de Nueva York como un lugar cálido. No alcanzo a comprender esa aspereza universitaria. [...] Antonio se va sin haber hecho un amigo verdadero entre sus colegas. A mí me parece frustrante. No ha sido así con los alumnos, que lo adoran, cierto que proceden todos ellos de países latinoamericanos y aún no tienen el cuerpo acostumbrado a pasear por la vida protegidos por esa burbuja que ampara y aísla a cada uno de los ciudadanos neoyorquinos".
El texto, ágil, está lleno de reflexiones personales, pero también de aguda descripciones etnográficas, presentándonos una ciudad a ratos asfixiante y desolada, a ratos convertida en un pequeño pueblo, con su mercadillo de granjeros en Columbia, la librería de viejo en el bulevar Isaac Bashevis Singer, o la figura de Jimmy, el sereno que vela por la seguridad en la calle 107, en el West End.
El texto se acompaña de fotografías de la autora, sorprendentemente hermosas. Algunas, como esta de la página 28, me recuerdan a una de las características ilustraciones del icónico Norman Rockwell.


http://elpais.com/elpais/2015/11/27/fotorrelato/1448639789_152551.html#1448639789_152551_1448640459

Otras, como esta de la página 33, casi podrían pasar por una escena de Hooper.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/11/24/actualidad/1448388957_724506.html 

En fin, un libro con el que he disfrutado mucho, y que tenía que haber comentado hace tiempo, Bueno, pues ya está.

Portada La piel de la frontera

Otro libro que tenía pendiente es La piel de la frontera, de Francesc Serés (Acantilado, 2015). Entre Aragón y Cataluña, entre los ríos Cinca y Segre, en el espacio rural y agrícola que configuran la comarca de los Monegros y las localidades de Fraga, Sariñena o Monzón, Francesc Serés nos introduce en el durísimo mundo de la inmigración marroquí, argelina, gambiana, maliense o rumana, desplazada hasta trabajar en el campo y malviviendo en unas condiciones tan duras que desafían cualquier aproximación a las mismas que no sea directa, inmediata, física, sobre el mismo terreno:
La teoría está muy bien, pero nunca llega hasta aquí. Teorizamos y leemos los metros de estantería de antropología postmoderna que haga falta, nos hacen tragar la sociedad líquida, la pluriculturalidad y todos y cada uno de los neologismos que se acuñan, pero después un hombre te da el pasaporte que lleva dentro de los pantalones envuelto en una bolsa de plástico sudada, una bolsa que apesta porque el sudor apesta, la ropa apesta, y la hierba y los campos apestan. Y la teoría falla donde la camisa sudada se pega a la piel, dos mosquitos buscan agujeros  entre las fibras para llegar a la piel. Y toda la teoría y las buenas intenciones la cargan dos muchachos que van casi desnudos por la vera del camino del río con un fardo de cañas talladas en la cabeza para hacerse una cabaña, desde Mali hasta Alcarràs, ésa es la conclusión, aún no lo sabemos, pero desde Mali hasta Alcarràs la distancia es mínima. No hay teoría, porque no cabe, no hay distancia y la conclusión es clara: mañana podemos ser nosotros quienes carguemos las cañas, y también llevaremos una nube de mosquitos que no nos dejará vivir.

Así y todo, entre tanta dureza Serés descubre, en la cotidianidad de las vidas de las gentes que habitan esos pueblos, gestos y actitudes que nos permiten atisbar la perdurable capacidad de acogida, reconocimiento y encuentro de las que disponemos los seres humanos:
Anna lleva mucho tiempo aquí. Vino con su marido, que observa el bar, sonríe y nos mira a los ojos desde la fotografía que cuelga de la pared. Se mató hace cuatro años en un accidente. Me acuerdo, no puedo evitar imaginármelo detrás de la barra. Esta gente es una institución, forma parte de lo que fue, no hay otra definición posible, la primera línea de fuego, los que han ido encajando  todo el cambio, tenderas que han fiado, gente que ha guardado pasaportes y dinero, que ha recogido ropa y ha evitado, año tras año, que se quemase todo el sotobosque que las distintas administraciones han ido descuidando... Cuando hablan de la sociedad civil es para morirse de risa. La sociedad civil pasa por el bar Casanova y el camino del río de Alcarràs, viene desde Calaf y Castellfollit de Riubregós, y termina resumiéndose en una barra de bar que es toda su vida. Su marido sonríe a una generación de inmigrantes desde la pared.

Escribre Serés: Los fines del mundo no son lineales, son un conjunto de agujeros negros distribuidos de manera más o menos errática por toda la superficie de la Tierra. Los Monegros son uno de ellos. Su libro es la mejor guía para adentrarnos en uno de esos agujeros negros. Eso sí: la experiencia no nos dejará fríos.



El tercero de los libros que hoy quería compartir es El Volga nace en Europa, de Curzio Malaparte (Tusquets, 2015). Perfecto ejemplo de la doctrina mussoliniana del vivere pericolosamente, el libro se compone de dos partes relacionadas por la temática que abordan, la Segunda Guerra Mundial vista desde la perspectiva del ejército italiano, pero en un caso nos encontramos con una serie de crónicas periodísticas escritas durante la campaña alemana contra la Rusia soviética, en la que Malaparte participó como corresponsal del Corriere della Sera, mientras que en el segundo, un relato titulado "El sol está ciego", el autor novela la guerra en los Alpes entre Italia y Francia.
En ambos casos, nos encontramos con unas páginas escritas con pulso por un autor que, fascista convencido durante la guerra, se convirtió tras esta en crítico de la dictadura, cercano al comunismo.



Y para acabar, el último libro de Erri de Luca, autor ya muy citado en este blog. En este libro corto, titulado Y dijo (Sígueme, 2016), Erri de Luca recrea, entre la creación literaria y la investigación filológica, la salida de Egipto y la ruta por el desierto del pueblo judío, con especial atención a la recepción de los Mandamientos. Lleno de sugerencias y de sorprendentes giros, su lectura de los preceptos recibidos por Moisés en el Sinaí superan el espacio de la creencia para convertirse en principios transculturales, aplicables al hoy y al aquí de cualquier lectora o lector. No olvidemos que el autor no es ni judío no creyente, como el mismo advierte en las páginas finales del libro:
Del judaísmo comparto el viaje, no el puerto de llegada. Mi lugar no está en la tierra prometida, sino en los márgenes del campamento. [...] Si tuviera que elegir dónde y cómo nacer, siempre diría lo mismo: en el Sinaí como extranjero. No debo pertenecer, estoy como los decimoterceros, fuera de la docena de los convocados. Mi pasaporte para el viaje es seguir aparte.

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Así pues, cuatro lecturas fronterizas. a disfrutarlas.


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