sábado, 13 de febrero de 2016

Marcha europea por los derechos de los refugiados


LA VERGÜENZA DE EUROPA, A PIQUE: OMISIÓN DE SOCORRO A REFUGIADOS Y MIGRANTES EN EL MAR
Amnistía Internacional

"Aquí unos se compadecen de nosotros, otros están descontentos: 'Los refugiados roban las patatas. Las desentierran por la noche'. En la otra guerra, como recordaba mi madre, la gente se compadecía más de los demás".
Lo cuenta una de las mujeres a las que Svetlana Alexiévich da la palabra en su libro Voces de Chernóbil (Debolsillo, Penguin Random House, 2015). Esa "otra guerra" a la que se refiere es la Segunda Guerra Mundial.

Pero la lectura de las crónicas sobre el terreno recopiladas por Hans Magnus Enzensberger en el libro Europa en ruinas. Relatos de testigos oculares de los años 1944 a 1948 (Capitán Swing, 2013) no parecen justificar esa reflexión añorante. Así, el escritor suizo Max Frisch describe la siguiente escena en la estación de ferrocarril de Frankfurt, en 1946:
"Hay refugiados tendidos en todos los escalones y uno tiene la impresión de que no levantarían la vista ni aunque sucediera un milagro en medio de la plaza; tan seguros están de que no sucederá ninguno. Se les podría decir que más allá del Cáucaso hay un país que los acogerá y entonces ellos reunirían sus pertenencias sin fe ninguna. Su vida es sólo una ilusión, algo ficticio, una espera sin esperanza, ya no sienten ningún apego por ella; solo la vida continúa adherida a ellos, como un espectro, como un animal invisible y famélico que los arrastra por las estaciones de tren tiroteadas, noche y día, bajo el sol y la lluvia; respira en los niños dormidos que yacen sobre los escombros, con la cabeza entre los bracitos consumidos, acurrucados como embriones en el seno materno, como si quisieran retornar a él".
Y en ese mismo libro, otra crónica del escritor y crítico literario estadounidense Edmund Wilson, desde el Londres de abril de 1945, vuelve a dejar volar la añoranza por un tiempo pasado que, se cree, fue mejor, más compasivo y más humano:
"La Primera Guerra Mundial no había apagado aún totalmente las emociones humanas: por aquel entonces la gente aún era consciente de que la miseria y la masacre eran anómalas e indeseables. Contra el mal de la guerra protestaron gente como Harden, Roland, Barbusse, Bertrand Russel y Bernard Shaw, Upton Sinclair y John Dos Passos, por no hablar de Lenin y los socialistas de la Conferencia de Zimmerwarld. Pero hoy en día está claro que la vida humana ya no vale nada. Que maten o no a seres humanos ya no le importa a nadie, a no ser que se trate de amigos íntimos o familiares".

Cada época nos presenta sus propios retos y en cada momento histórico nos enfrentamos al reto de no traicionarnos hoy para no tener que que lamentarnos mañana, soñando un ayer más luminoso... existente sólo en nuestra culpable imaginación.
Y el reto de hoy es el de las personas refugiadas que se estrellan contra la pasividad, la indolencia o la inoperancia de Europa.



3 comentarios:

mirlos-gallos-y-halcones.blogspot.com dijo...

Eso de marcha ¿quiere decir que tenemos que marcharnos para dejarles sitio?
Durante la última guerra, dice esa señora, la gente se compadecía más de los demás. Como diría alguno eran nuestros refugiados, los que actualmente se pasean por Europa, no son nuestros, aunque sean producto, no que es muy cosístico, resultado de nuestro egoismo e incompetencia política.

Un saludo de Pedro Miguel

Imanol dijo...

Hola Pedro Miguel. Pues no exactamente. Como yo, has participado en muchas marchas a lo largo de tu vida y ya sabes de qué va. En lo que sí aciertas es en lo de hacerles (que no "dejarles") sitio. Porque sí, son tan nuestros como queramos, y tan ajenos como nos dé la gana. De eso se trata, en primer lugar: del querer y de las ganas. Escribe Pablo Neruda en sus "Versos del capitán": "¿Quienes son los que sufren? No sé, pero son mios". Pues eso: que desde el punto en que actualmente nos encontramos (punto muerto y punto matador) hasta el ideal nerudiano hay un buen trecho para andar y marchar.
Salud.

Marijo dijo...

Me ha gustado mucho el artículo y muy acertada la repuesta a Pedro Miguel. Gracias, Imanol.