El primer libro fue Días y noches de amor y de guerra, publicado por la Editorial Laia en 1978 y adquirido por mí un año después. Luego vinieron Las venas, claro, y a este le siguieron todos los demás -salvo el del fútbol, lo siento- hasta el último, Los hijos de los días.
Conozco de memoria innumerables frases de Galeano. Me acompañan y me ayudan a explicarme en clases o en charlas. Incluso, hace unos años, escribí un libro sobre las transformaciones experimentadas por el empleo abriendo cada capítulo con párrafos extraídos de Patas arriba.
Se me va a hacer muy raro, a partir de ahora, no poder más que releerlo.
Celebración de la subjetividad
Yo ya llevaba un buen rato escribiendo Memoria del fuego, y cuanto más escribía más adentro me metía en las historias que contaba. Ya me estaba costando distinguir el pasado del presente: lo que había sido estaba siendo, y estaba siendo a mi alrededor, y escribir era mi manera de golpear y de abrazar. Sin embargo, se supone que los libros de historia no son subjetivos.
Se lo comenté a don José Coronel Urtecho: en este libro que estoy escribiendo, al revés y al derecho, a luz y a trasluz, se mire como se mire, se me notan a simple vista mis broncas y mis amores.
Y a orillas del río San Juan, el viejo poeta me dijo que a los fanáticos de la objetividad no hay que hacerles ni puto caso:
- No te preocupés -me dijo-.Así debe ser. Los que hacen de la objetividad una religión, mienten. Ellos no quieren ser objetivos, mentira: quieren ser objetos, para salvarse del dolor humano.
Eduardo Galeano, El libro de los abrazos, Siglo XXI, Madrid 1989
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