Alan Weisman es un periodista norteamericano
especializado en cuestiones relacionadas con la ecología y el medio ambiente.
Se hizo mundialmente conocido cuando en el año 2007 publicó un libro titulado El mundo sin nosotros, en el que
especulaba sobre el impacto que tendría sobre la Tierra la
desaparición repentina de todos los seres humanos. El libro va
describiendo cómo, sin su control, vigilancia y cuidado por parte de ningún ser
humano, todos los sistemas de comunicación, así como los de producción y
distribución de energía, dejarían de funcionar y se colapsarían. La mayoría de
los animales domésticos morirían presas de otros animales depredadores, pero
algunos, como los perros, gatos y cerdos, volverían a su estado salvaje. Los
edificios se irían derrumbando con el paso del tiempo, la hierba, las plantas y
los árboles ocuparían las ciudades, el clima volvería a reequilibrarse en
ausencia de las actividades humanas que tanto impacto tienen sobre el mismo… El
libro tuvo tanto éxito que dio lugar a un documental que en España fue emitido por el canal Historia con el título de "La tierra sin habitantes".
Este mismo autor acaba de publicar ahora otro libro,
titulado La cuenta atrás, en el que
dibuja un escenario apocalíptico causado por un crecimiento demográfico que
Weisman considera excesivo y que pone en riesgo nuestro futuro. De ahí que
proponga como única solución la aplicación inmediata y expeditiva de medidas
drásticas de control de la natalidad orientadas por la política del (como
máximo) hijo único. Un tipo realmente pesimista, este Weisman. Otro Malthus.
Sin embargo, en 1998 Alan Weisman publicó otro libro
muy distinto de estos dos que le han dado tanta fama. Se titula Un pueblo llamado Gaviotas: el lugar dondese reinventó el mundo, y en él narra la experiencia de Paolo Lugari, un
ingeniero colombiano tan visionario al menos como su compatriota, recién
fallecido, Gabriel García Márquez, que hace 40 años, logró reunir a un grupo de
científicos, artesanos, niños de la calle e indios de la etnia Guahibo con el objetivo
común de construir una eco-aldea en los llanos de Colombia, a unos 300
kilómetros al este de Bogotá, una zona dura y hostil, casi deshabitada. La idea
que empujaba a Lugari era: "Si la humanidad ha de sobrevivir, debe salir
de las ciudades, y aprender a vivir de manera sostenible en las zonas donde la
gente no ha tratado de sobrevivir antes”. Con mucho ingenio y mucho trabajo,
desarrollando tecnologías adaptadas al terreno y al clima de la zona, transformaron
20.000 hectáreas de tierras áridas en una selva regenerada, fundando una
comunidad, el pueblo de Gaviotas, considerado por Naciones Unidas como un
modelo de desarrollo sostenible.
El libro se acaba de publicar en castellano este mismo
año. Lo he leído con entusiasmo. Me quedo con dos reflexiones de Paolo Lugari:
“En Gaviotas nosotros decíamos que eran suelos estériles, pero para cerebros
estériles, cuando lo que realmente teníamos eran suelos diferentes. El
conocimiento e imaginación es la mayoría de las veces, la que define qué es un
recurso y cuándo deja de serlo”. Y esta otra: "Gaviotas no es una
comunidad que pueda ser replicada. Lo que hay que hay que replicar es la manera
de pensar de Gaviotas”.
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