miércoles, 5 de junio de 2013

Ada

Acaban de comunicármelo: hace unas pocas horas ha fallecido Ada.
Esta mañana, en la tertulia de Radio Popular-Herri Irratia, Koldo mostraba su incomodidad por el hecho de que tras la brutal agresión sufrida por Ada, su rostro había aparecido profusamente en todos los medios de comunicación, contraviniendo cualquier principio de confidencialidad, anonimato o respeto a la intimidad. Entiendo su perspectiva y la valoro sobremanera, especialmente porque es la perspectiva de un profesional de la comunicación capaz de mirar críticamente a su profesión.
Pero yo decía esta mañana que la exhibición pública de la imagen de Ada -exhibición realizada por sus propias compañeras y compañeros, compatriotas o no, pero personas cercanas a ella- podía interpretarse, y así lo hacía yo, como un acto de reivindicación de la humanidad de Ada, de su personalidad completa, en absoluto reducible a la condición de inmigrante, mucho menos de prostituta, ni siquiera de víctima.
La foto más conocida de Ada, esa en la que aparece con una pose perfectamente estudiada, tan hermosa con su cuidado peinado, elegantemente vestida, es la imagen de una mujer joven plena de vida, con todo un futuro por delante, dispuesta a afrontarlo, con todo el derecho a vivirlo en plenitud,como cualquiera de nosotras, como cualquiera de nosotros.
Pero Ada se ha visto obligada a vivir en la vulnerabilidad más radical, en esa tierra de nadie que es la patria de quienes se ven privadas de sus derechos fundamentales por los nacionalismos de Estado y su discriminación entre ciudadanos y habitantes. Antes de ser asesinada ya había sido privada de su derecho a la salud, de su derecho al trabajo, de sus derechos políticos.
Sólo la cercanía de compañeras y amigos y la preocupación atenta y constante de organizaciones como Askabide han mantenido en pie esos mínimos de socialidad y empatía que nos vinculan como seres humanos.
Invisibilizada por ser prostituta, por ser negra, por ser mujer, por ser inmigrante, la exhibición pública de su imagen es, en mi opinón, un acto de afirmación de su auténtica condición: la de un ser humano cuyo derecho a tener derechos (Hannah Arendt) no debería haber sido violado de ninguna manera, ni con su asesinato -por supuesto- ni con su exclusión de la comunidad sociopolítica que conforma la ciudadanía bilbaína, vasca o española.



Como señala Étiene Balibar, Arendt desarrolla sus concepción de unos derechos humanos universales desligados de la siempre restrictiva ciudadanía nacional en el último capítulo de la segunda parte de los Orígenes del Totalitarismo, en el que aborda la "decadencia de la nación estado y el final de los derechos del hombre". En su reflexión,
Arendt desarrolla una tesis provocadora, aunque firmemente fundada en la observación de las trágicas consecuencias de las guerras imperialistas que conllevaron la aparición de masas de refugiados «sin Estado» y de seres humanos « superfluos». Todos esos seres humanos que -de alguna manera- parecen estar «de sobras», pero quienes siguen estando físicamente presentes en el espacio mundial, comparten el hecho de encontrarse tendencialmente privados de toda protección personal a causa de la destrucción o disolución de las comunidades políticas de las que formaban parte; más allá de los esfuerzos de los organismos internacionales -creados precisamente como tentativa de «repuesta» a esta situación sin precedente- y los cuales no dejan de estar permanentemente amenazados de eliminación.[Balibar]
¿Ya somos conscientes del riesgo terrible que se agazapa tras la mirada discriminatoria, esa que milita en la distinción "nosotros-ellos", esa que se apunta alegremente al "primero los de casa", esa mirada presta a alimentar el grito de "aquí no cabemos todos"? El riesgo de la exclusión radical, de la vulnerabilidad radical, el de la total desprotección, el de la eliminación física o social.

No era una inmigrante nigeriana, ni una prostituta, ni una mujer negra. Se llamaba Maureen Ada Otuya. Ada.
Y hoy deberíamos decir, como hemos dicho cuando era otro terrorismo el que asesinaba, que Ada era, es y será una de las nuestras. Y empezar a actuar en consecuencia.

3 comentarios:

María dijo...

Me ha gustado mucho tu artículo Imanol. Estos días está habiendo algunos debates en foros y demás sobre el tratamiento informativo y al final me parece a mí que nos estamos quedando en las formas cuando lo realmente importante es, creo yo, la mirada

Anónimo dijo...

Al principio, cuando me enteré de la noticia, estuve mirando con cierto morbo los videos en los que aparecía ese hombre, incluso reí pensando que había estado en el programa de Redes. Al ver la foto de Ada me he sentido mal pensando en lo que sufrió, en lo vulnerable que era y en lo poco o nada que valen la vida de ciertos seres humanos. La foto del asesino sacaba lo peor de mí, la de Ada lo mejor

Koldo dijo...

Hoy, por desgracia, no tengo duda alguna de la pertinencia de ponerle rostro y nombre a Ada. Conocido su fallecimiento, me sumo a la reividicación de "humanización", tan justa como necesaria, ante la cosificación que, socialmente y particularmente en algunos medios, se hace de la mujer, de las personas inmigrantes, más si se suma a ello la condición de estancia en irregularidad administrativa, y de las que tienen que ejercer la prostitución. Mis razones para apelar a la confidencialidad eran puramente profilácticas, en tanto en cuanto ella pudiera tener control sobre su intimidad. Repito, por desgracia, jamás conoceremos cuál hubiese sido su voluntad.