jueves, 25 de junio de 2009

Aprovechando que Kadaré pasa por Oviedo

(1) Frente a la experiencia colectiva de la mayoría de la ciudadanía vasca, que se ha ido liberando de toda veneración supersticiosa por el pasado (como recomienda Marx en su 18 Brumario a todo aquel que quiera emprender una revolución) y ha comprobado que es posible vivir sin que la tradición de todas las generaciones muertas oprima como una pesadilla el futuro de los vivos (otra vez Marx), hay quienes continúan prisioneros de la historia. Pero es una historia sagrada, mítica y mesiánica, que indefectiblemente habrá de realizarse según está escrito en el alma del Pueblo. Y el mito, concebido como "modelo ejemplar", exige su permanente recuerdo y actualización. El mito existe y actúa, por tanto, en la medida en que es recordado en la práctica, no como simple ejercicio de memoria, sino como actualización del pasado y anticipación del futuro (M. Eliade).

(2) Escribe Michael Ignatieff que si el pasado continúa atormentando tan ferozmente a los Balcanes es, precisamente, porque no es pasado, porque en aquella región del mundo el tiempo no se vive en un orden serial, sino en un orden simultáneo en el que pasado y presente se amalgaman indiferenciadamente. La misma idea es expresada por Robert Kaplan en aquel mundo, el tiempo está como encapsulado; en palabras de un ex ministro búlgaro: “Estamos totalmente sumergidos en nuestras propias historias”.

(3) En su hermoso libro Tres cantos fúnebres por Kosovo el escritor albanés Ismaíl Kadaré relata el drama de dos rapsodas, uno serbio y otro albanés, fugitivos tras la derrota sufrida en 1389 a manos del ejército otomano de una coalición cristiana integrada por serbios, albaneses y rumanos, y que a pesar de todo no pueden dejar de echarse mutuamente en cara viejos agravios: “Tanto el uno como el otro estaban cautivos de su pasado, pero ninguno podía ni quería liberarse de las cadenas seculares que los ataban”.

(4) Lo mismo puede decirse del MLNV, cautivo de un pasado bañado en sangre (propia y ajena). En estas circunstancias, como señala Juan Aranzadi, “la única «significación» de la violencia actual es que «rememora» el perdido sentido de la violencia pasada”. Pero es una significación poderosa. Pues "bastan unas gotas de sangre para contener en su interior toda la memoria del mundo" (Kadaré).
Convenientemente acompañada de un abigarrado conjunto de rituales colectivos, a menudo organizados en derredor del sufrimiento y de la muerte, esta permanente
educación sentimental se convierte en el soporte social, en la estructura de plausibilidad, de la visión nacionalista radical del mundo. De ahí la relevancia de analizar, en clave de recreación mistagógica, la dimensión litúrgica y ritual (con sus tiempos fuertes, con sus espacios mágicos, con sus hierofanías, con su santoral y sus objetos de culto) que configura y cohesiona la comunidad nacionalista radical posibilitando su existencia
paradójica, una existencia literalmente u-tópica y u-crónica, una existencia extemporánea, profundamente ajena a la realidad de la sociedad vasca actual.

(5) Me lo contaron hace algún tiempo; como me lo contaron, lo cuento. Se celebraba un encuentro internacional de pueblos minorizados. La práctica totalidad de asistentes pertenecían a movimientos de liberación africanos, asiáticos y latinoamericanos
procedentes de países sometidos a gobiernos autoritarios, embarcados a la fuerza en una feroz batalla por su supervivencia. En una de las jornadas intervino un representante de Herri Batasuna, en aquel momento parlamentario europeo, que ofreció su particular visión de la realidad vasca. Fue tal la intensidad de su exposición que al término de la misma uno de los participantes, un kurdo, le preguntó cómo hacían en el País Vasco para resolver el que para ellos era un enorme problema en su lucha contra la represión turca: conseguir repuestos para los tanques. De la respuesta del eurodiputado abertzale no sé nada.

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