Sarah Orne Jewett
La tierra de los abetos puntiagudos
Traducción de Raquel G. Rojas
Dos Bigotes, 2020 (4ª ed.)
"Estábamos en un punto desde el que había una hermosa vista de la bahía y de un largo trecho de costa cubierto por un numeroso ejército de abetos puntiagudos, formando ya amparados por la penumbra del atardecer como a la espera de poder embarcar. Y si mirábamos más lejos, al océano, hacia las islas más lejanas, los árboles parecían marchar en dirección a la playa, recorriendo con paso constante las colinas para descender luego hasta el borde del agua".
Sarah Orne Jewett nació en 1849 en South Berwick, en el estado de Maine y fue, tuvo que ser, una mujer excepcional. Por lo que he podido saber, a pesar de sufrir desde muy niña de artritis reumatoide practicó el excursionismo, muchas veces en solitario, por los extensos bosques que rodeaban su residencia. Se educó en casa, acompañó muchas veces a su padre, médico, en sus visitas a los hogares de la zona y se interesó por conocer las plantas medicinales, adquiriendo así un conocimiento profundo y sensible de la naturaleza y las gentes de Maine, espacio en el que se localizan la mayoría de sus historias.
Desde los 19 años se dedicó a escribir y publicar artículos y libros que, desde el primer momento, recibieron el reconocimiento de sus contemporáneos, como fue el caso de Henry James quien, en una carta personal de 1901, aconsejaba a la autora "que regresara a sus temas de Nueva Inglaterra, que 'regresara a el presente íntimo palpable que palpita sensible, y que te quiere, extraña, necesita, Dios lo sabe, y que sufre lamentablemente en tu ausencia'". Con esta recomendación James no hacía otra cosa que insistir, recuerda Robert D. Rhode, en lo que muchas otras personas han observado desde entonces: "que la relación de Jewett con su material era excepcional, si no única, que ella iluminó con una especie de magia o intuición no evidente en el trabajo de otros coloristas locales de su generación".
Contraviniendo las expectativas de su época nunca se casó y compartió buena parte de su vida, casi tres décadas, con Annie Adams Fields, también escritora, con quien compuso el más famoso de los llamados "matrimonios de Boston" (Boston marriages), denominación con la que en el siglo XIX se empezó a conocer a la convivencia de dos mujeres que defendían su plena autonomía y optaban por vivir sin ningún tipo de "protección" (o sujeción) masculina. Si en estas relaciones se incluía o no el sexo, es lo de menos: se trataba de un ejemplo pionero de sororidad, como destaca la historiadora Lillian Faderman en su libro Surpassing the Love of Men: Romantic Friendship and Love Between Women from the Renaissance to the Present (New York: Quill/William Morrow, 1981):
"Durante ese tiempo, las dos mujeres vivieron juntas una parte de cada año, separadas otra parte, para poder dedicar una atención completa a su trabajo, viajando juntas con frecuencia, compartiendo intereses en libros y personas, y proporcionándose mutuamente amor y estabilidad".
No hay comentarios:
Publicar un comentario