martes, 3 de noviembre de 2020

La tierra de los abetos puntiagudos

Sarah Orne Jewett
La tierra de los abetos puntiagudos
Traducción de Raquel G. Rojas
Dos Bigotes, 2020 (4ª ed.)

"Estábamos en un punto desde el que había una hermosa vista de la bahía y de un largo trecho de costa cubierto por un numeroso ejército de abetos puntiagudos, formando ya amparados por la penumbra del atardecer como a la espera de poder embarcar. Y si mirábamos más lejos, al océano, hacia las islas más lejanas, los árboles parecían marchar en dirección a la playa, recorriendo con paso constante las colinas para descender luego hasta el borde del agua".


Sarah Orne Jewett nació en 1849 en South Berwick, en el estado de Maine y fue, tuvo que ser, una mujer excepcional. Por lo que he podido saber, a pesar de sufrir desde muy niña de artritis reumatoide practicó el excursionismo, muchas veces en solitario, por los extensos bosques que rodeaban su residencia. Se educó en casa, acompañó muchas veces a su padre, médico, en sus visitas a los hogares de la zona y se interesó por conocer las plantas medicinales, adquiriendo así un conocimiento profundo y sensible de la naturaleza y las gentes de Maine, espacio en el que se localizan la mayoría de sus historias. 

Desde los 19 años se dedicó a escribir y publicar artículos y libros que, desde el primer momento, recibieron el reconocimiento de sus contemporáneos, como fue el caso de Henry James quien, en una carta personal de 1901, aconsejaba a la autora "que regresara a sus temas de Nueva Inglaterra, que 'regresara a el presente íntimo palpable que palpita sensible, y que te quiere, extraña, necesita, Dios lo sabe, y que sufre lamentablemente en tu ausencia'". Con esta recomendación James no hacía otra cosa que insistir, recuerda Robert D. Rhode, en lo que muchas otras personas han observado desde entonces: "que la relación de Jewett con su material era excepcional, si no única, que ella iluminó con una especie de magia o intuición no evidente en el trabajo de otros coloristas locales de su generación".

Contraviniendo las expectativas de su época nunca se casó y compartió buena parte de su vida, casi tres décadas, con Annie Adams Fields, también escritora, con quien compuso el más famoso de los llamados "matrimonios de Boston" (Boston marriages), denominación con la que en el siglo XIX se empezó a conocer a la convivencia de dos mujeres que defendían su plena autonomía y optaban por vivir sin ningún tipo de "protección" (o sujeción) masculina. Si en estas relaciones se incluía o no el sexo, es lo de menos: se trataba de un ejemplo pionero de sororidad, como destaca la historiadora Lillian Faderman en su libro Surpassing the Love of Men: Romantic Friendship and Love Between Women from the Renaissance to the Present (New York: Quill/William Morrow, 1981): 

"Durante ese tiempo, las dos mujeres vivieron juntas una parte de cada año, separadas otra parte, para poder dedicar una atención completa a su trabajo, viajando juntas con frecuencia, compartiendo intereses en libros y personas, y proporcionándose mutuamente amor y estabilidad".


Esta es la mujer que firma La tierra de los abetos puntiagudos, publicada en 1898 y considerada su obra más importante. Una hermosísima historia en la que los grandes temas que conformaron la vida de Jewett son también los que sirven para hilvanar un relato de tono costumbrista, pero de alcance universal: los paisajes de Maine, la relación entre mujeres fuertes e independientes, la vida cotidiana de las pequeñas comunidades rurales de la costa atlántica de Estados Unidos. 

De la mano de la protagonista, una habitante del interior que pasa un verano en la pequeña localidad de Dunnet Landing, disfrutaremos observando su atractivo microcosmos. Entre los personajes que pueblan el relato destaca la señora Almira Todd, de soltera Blackett, una inquieta herborista viuda en cuya casa se alojará la narradora. Conoceremos también a su madre, habitante de la pequeña isla de Green Island en compañía de su taciturno hijo, al melancólico capitán Littlepage y al viejo marinero Elijah Tilley o a la también veraneante señora Fosdick; sabremos de la trágica historia de Joana Todd, prima del difunto marido de Almira, y su voluntario exilio en la diminuta Shell-heap Island y asistiremos a la reunión familiar de los Bowden, auténtico acontecimiento social para el pequeño pueblo de Dunnett.

Al cerrar este breve libro uno desearía que fuera más extenso para prolongar una lectura tan placentera que nos deja con la misma sensación expresada por la protagonista al reflexionar sobre su estancia en el pueblo:

"El aire era puro y una no podía desear otra cosa que  convertirse en ciudadana de un continente tan diminuto pero completo como aquella tierra de pescadores".

Una joya.

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