lunes, 13 de julio de 2020

Carreteras azules: Un viaje por Estados Unidos

William Least Heat-Moon
Carreteras azules: Un viaje por Estados Unidos
Traducción de Gemma Deza Guil
Capitán Swing, 2018

"¿Qué había conseguido durante mi temporada en las carreteras azules? No había atravesado el Atlántico en una bañera ni había atravesado el Gobi en un carro tirado por cabras, ni tampoco había viajado en bicicleta hasta el Cabo de Hornos. En mi propio país, había salido al exterior, había conocido a personas y había compartido momentos con ellas. Y también me había convertido en testigo de la realidad".

En la primavera de 1978, rompiendo con una vida "que se había convertido en una chapuza considerable", el autor de este libro decidió coger su camioneta, bautizada como Ghost Dancing, y realizar un viaje de 13.000 millas por carreteras secundarias, denominadas Blue Highways porque aparecían dibujadas en azul en los antiguos mapas de Estados Unidos. De este modo, recorrió la América más rural recalando en lugares con nombres tan sorprendentes como Remote ("Remoto") en Oregón, Simplicity ("Simplicidad") en Virginia, New Freedom ("Nueva Libertad") en Pensilvania, New Hope ("Nueva Esperanza") o Nameless ("Sin Nombre") en Tennessee, Why ("Por qué") en Arizona, Whynot ("Por Qué No") en Misisipi, Dime Box ("Buzón de Monedas de Diez Centavos") en Texas o Igo ("Voy") en California.

"Me dirigía al quinto pino, a puebluchos atrasados y de poca monta, a meros ensanches en la carretera, a pueblos que podían pasarse por alto con un pestañeo en el momento inoportuno. A esos lugares en los que uno exclama: '¡Madre mía! ¡Cómo debe ser vivir aquí!'. Al medio de la nada".


A lo largo del viaje Heat-Moon buscará encontrarse con las gentes de los pueblos por los que pasa y mantendrá innumerables conversaciones, a cual más sorprendente: con Bob Andriot, recuperando una centenaria casa de troncos en Shelbyville, Kentucky ("No sé, supongo que rescatar este edificio me imprime la sensación de haber hecho algo duradero"); con el matrimonio Hammond, que llevaba seis años construyendo un barco de acero de veinte metros de eslora junto al río Kentucky ("No era más que un casco con cubierta, pero lucía precioso en aquellas aguas turbias... Entonces supe que construyendo este barco nos habíamos construido una vida"); con los monjes trapenses delmonasterio del Santo Espíritu, en Georgia ("La meta es la libertad, tanto del cuerpo como de la mente. La simplicidad es flexible. Sobrevive bien. Con menos cosas, tenemos más tiempo"); o con Tom Hunter, la quinta generación de cultivadores de sirope de arce en un bosque de Nueva Inglaterra, entre muchísimos otros encuentros. En general, se encontrará con personas hospitalarias y generosas, enraizadas en los lugares en los que viven.

"No tenía ni idea de si las gentes de la Norteamérica rural se abrirían a un tipo errante, un individuo más perdido que ninguna otra cosa. ¿Sofocaría sus recelos hacia un forastero barbudo cualquier intento de hablar con ellos acerca de la vida? Por entonces no conocía la afirmación del novelista John Irving según la cual en el corazón de todas las historias palpitan solo dos tramas, dos líneas argumentales: un forastero recién llegado a una población y un forastero que abandona una población. Y, sin saberlo, tuve la oportunidad de encarnar ambas".

Un excelente ejemplo de literatura de viajes.

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