El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera
Traducción de Cristina García Ohlrich
Libros del Asteroide, 2018
"Los invernaderos y la globalización se ocupan hoy de que ni los productos de la agricultura ni las estaciones del año tengan ya ese aroma especial que una vez ligó un sabor particular a un mes. Hoy tenemos mazapanes en agosto. Es propio del progreso que cada ganancia entrañe una pérdida y que el sudor del verano ya no llegue hasta nuestra memoria por medio de nuestras papilas gustativas, como el recuerdo instigado por la madalena de Proust. Tal es el precio que pagamos por que nos inunden las fresas entre mayo y diciembre, fresas que no huelen ya a nada y a nada nos recuerdan. Hoy es un anacronismo en muchos ámbitos de la vida esperar a que algo madure, y casi ni nos importa. Y eso que la necesidad de plegarse a ciertas cosas tenía también una vertiente muy confortable. No éramos entonces responsables de la aceleración de las cosas".
Este sosegado ensayo reflexiona sobre una modernidad caracterizada por el "acortamiento en los tiempos de espera". Esperar nos desespera. Lo queremos todo y lo queremos ahora.
Hemos sustituido la parsimoniosa carta por la inmediatez del whatsapp, el umbral por el acceso inmediato, la reflexión por la reacción automática...
Pero la aceleración no atempera nuestra impaciencia, al contrario, la incrementa. Tanto nos hemos desacostumbrado a esperar que la espera más nimia se nos vuelve insoportable. La impaciencia y, con ella, la disminución del umbral de tolerancia hacia la lentitud, aumentan con cada incremento de la velocidad. "Oye, que no me has respondido, y te he mandado un mensaje hace ya tres minutos...".
El ácido Joseph Heller, autor de la celebrada Trampa 22, nos ofrece el siguiente diálogo en una obra posterior (La hora del recuerdo, Planeta, 1995):
"– Podemos darte un avión –prometió Wintergreen– que lo hará ayer.
– ¡Shhhh! – dijo Milo.
– ¿El ¡Shhhh!? –dijo el experto en nomenclatura militar–. Es un nombre perfecto para un bombardero
silencioso.
– Entonces el ¡Shhhh! es el nombre de nuestro avión. Va a mayor velocidad que el sonido.
– Supera la velocidad de la luz.
– Puedes bombardear a alguien antes de decidirlo. Decídelo hoy, ya está hecho ayer".
¿Seremos capaces de recuperar "la renuncia a la simultaneidad de deseo y cumplimiento"?
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