Un buque, a punto de arrollar a una patera en El Estrecho
«Se acordó deuna cosa terrible que había leído una vez en un periódico sobre la vida en un superpetrolero. Hoy en día los barcos se habían ido haciendo más grandes, mientras las tripulaciones se volvían cada vez más pequeñas, y todo se manejaba por tecnología. Programaban un ordenador en el Golfo o donde fuera y el buque prácticamente se gobernaba solo hasta Londres o Sydney. Era mucho mejor para los armadores, que se ahorraban un montón de dinero, y mucho mejor para la tripulación, que sólo tenían que preocuparse por el aburrimiento.
[...] aquel artículo [decía] que en los viejos tiempos siempre había alguien arriba en la torre de vigía o en el puente, vigilando. Pero hoy en día en los buques grandes ya no había vigía, o por lo menos el vigía era un hombre que miraba de cuando en cuando una pantalla llena de puntos luminosos móviles. En los viejos tiempos si estabas perdido en el mar en una balsa o un bote de goma o algo así, y un barco pasaba cerca, tenían muchas posibilidades de que te rescataran. Agitabas los brazos y gritabas y disparabas cualquier cohete que tuvieras; ponías tu camisa en lo alto del mástil y siempre había gente vigilando y atenta a localizarte. Ahora puedes estar semanas a la deriva en el océano, y al final se acerca un superpetrolero y pasa de largo. El radar no te detecta, porque eres demasiado pequeño, y es pura suerte si hay alguien inclinado sobre la barandilla vomitando.
Había habido muchos casos de náufragos que en otros tiempos habrían sido salvados y a los que
ahora nadie recogió; e incluso incidentes de personas a las que atropellaron los barcos que ellos creían que venían a rescatarlos. Trató de imaginar lo espantoso que sería la terrible espera y luego la sensación cuando el barco pasa de largo y no puedes hacer nada, todos los gritos quedan ahogados por el ruido de los motores. Eso es lo malo que le pasa al mundo, pensó. Hemos renunciado a los vigías. No pensamos en salvar a otras personas, navegamos hacia adelante confiando en nuestras máquinas».
Julian Barnes, Una historia del mundo en diez capítulos y medio, Anagrama, 1994, pp. 114-116.
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