domingo, 3 de julio de 2011

Malo si no nos representan, peor si lo hacen demasiado

¿Lo que menos me gusta del 15M? La mirada excesivamente autocomplaciente que dirige hacia sí mismo. La comprendo, claro que sí. Es esa experiencia fundamental que caracteriza la fase de estado naciente de cualquier movimiento social (Alberoni): esa efervescencia, esa experiencia de empezar de cero, esa impresión de que cuando uno descubre algo (un problema, una causa, una pregunta, una respuesta, una señal, una llamada...) todo el mundo debería hacerlo. Yo también la he experimentado y, ¡qué diablos!, no renuncio a volver a hacerlo.
El problema es que esta exhaltación y este arrebato terminen convertidos en combustible que alimente la razón automática -"Levantas la voz, te indignas, lo inundas todo de tu iracundia y ya parece que tienes razón" (Juan Cruz)- o la tentación de la inocencia -con su tendencia a transformar la queja en una "forma charlatana de la renuncia" (Pascal Bruckner).

"No nos representan", (nos) dicen. Y en un sentido profundo es muy cierto. Cuando los partidos se ubican cada vez más en el terreno de la defensa del denominado interés general, su capacidad
de representación se debilita necesariamente. Porque con el interés general ocurre lo mismo que con el sentido común (el menos común de los sentidos): que se trata del menos general de los intereses en un mundo político dominado por los intereses particulares.

Pero, en otro sentido iguamente profundo, ¿pudiera darse el caso de que la peor política sea, precisamente, la que más pueda representar a una determinada ciudadanía?

Javier Marías, "¿Por qué quieren ser políticos?":

A mi modo de ver hay cinco grupos: a) sujetos mediocres que nunca podrían hacer carrera -ni tener un sueldo- si no fuera en un medio tan poco exigente como la política (sé de algún alcalde de ciudad conocido en ella, sobre todo, por ser un completo iletrado y darle a la frasca); b) sujetos que ven un modo de enriquecerse (así lo explicó sin tapujos uno que no quedó lejos de llegar a ministro); c) sujetos que sólo ansían tener poder, es decir, mandar y que la gente les pida favores; tener potestad para denegar o dar y salir en televisión; en suma, ser "alguien" (recuerdo haberle oído contar a mi padre que, apenas quince días antes de la derrota -ya segura- de la República en la Guerra Civil, había tortas para ser nombrado ministro de lo que fuese en la última remodelación gubernamental, cuando ocupar un cargo así sólo iba a traer muy graves problemas a quienes los ocupasen, al cabo de dos semanas: la vanidad no sabe de cálculos); d) fanáticos de sus ideas o metas que sólo aspiran a imponerlas; e) individuos con verdadera vocación política, con espíritu de servicio, buena fe y ganas de ser útiles al conjunto de la población y de mejorarle las condiciones de vida, de libertad y de justicia.
No hace falta decir que, de estos cinco grupos (expuestos -me disculpo- con la grosería inherente a toda simplificación), el único que merece respeto, vale la pena y resulta beneficioso y necesario es el último, que quizá por eso sea el menos nutrido. Lo llamativo es que los votantes no parezcan saber distinguir a los pertenecientes a cada grupo. Acaso no sea fácil, dado que los de los cuatro primeros fingen y engañan, copian y adoptan las maneras y los discursos de los del quinto, se presentan invariablemente como personas desinteresadas y abnegadas. Si en cada legislatura cambiaran las caras, podría entenderse que les diéramos siempre un voto de confianza y nos colaran gato por liebre. Pero esta ingenuidad no es admisible con los políticos veteranos, porque nadie es capaz de fingir bien mucho tiempo. Fingir es difícil y cansa, y el zafio, el oportunista, el tonto, el bruto, el aprovechado, el ladino, el ladrón, el engreído, el fanático, el déspota, todos acaban por parecer lo que son, y sin tardanza. ¿Cómo es que no lo vemos año tras año, legislatura tras legislatura? ¿Cómo es que no sabemos distinguir a los del quinto grupo -que los hay- ni eliminar poco a poco a los de los otros cuatro? Tal vez sería algo a lo que se podrían aplicar los integrantes del 15-M: no a descalificarlos a todos, que es lo que Franco hacía para justificar su prohibición de los partidos; sino a ir señalando, con nombres y apellidos si hace falta, a la enorme cantidad de mediocres, codiciosos, corruptos, fanáticos y engreídos que se han hecho con tanto poder en España.


Elvira Lindo, "Berlusconeando":

Veo italianos. Los observo de arriba abajo con la tranquilidad de que ellos hacen lo mismo y de que no les molesta que una mujer les mire. Entre esos italianos que veo, veo también unos cuantos Berlusconis: esos hombres de edad ya provecta que andan luchando a diario con las arrugas y las entradas en el cuero cabelludo. Y entonces mi mente comienza a construir una teoría. Aquí la dejo. Mi teoría es que nos empeñamos en pensar que el dirigente político de un país nada tiene que ver con el pueblo al que representa: lo estudiamos de manera aislada, nos mofamos de sus pulsiones, de su afición irregular por las jovencitas, de sus implantes capilares, sus estiramientos de piel, su campechanía excesiva, la irreprimible necesidad de ser gracioso, de su aire sobrado, del patoso nacionalismo, el orgullo sin motivo, la condescendencia con las mujeres, la simpatía que de pronto se vuelve insultante o de esa manera impúdica de abusar del poder, como si fuera un derecho de por vida. Así hemos visto el problema italiano: como si todo se redujera a Berlusconi, como si no hubiera gente que lo vota, que quiere parecerse a él, jovencitas que se le rinden o jovencitos que admiran su astucia. Pero siempre, y más en las democracias, hay un parecido entre el gobernante y el pueblo gobernado. Veo italianos. Y debo decir que son tremendamente agradables a la vista, que incluso los feos son guapos, es más, yo diría que los más feos son los más guapos, porque lucen narices esculpidas a martillazos y ojos de pez. Pero esa belleza no me ciega y encuentro con frecuencia una autoestima masculina muy berlusconiana. Pero cuidado, que cuando paseo por España veo Rajoys o Camps (más en los últimos tiempos). No, ellos no nacen de un repollo, somos nosotros los que les damos aliento, vida. Y votos.

Malo, muy malo, es que los políticos no nos representen.
Peor aún que algunos políticos, los peores de todos, nos representen demasiado.

1 comentario:

Vicente dijo...

Totalmente de acuerdo, muy bueno. Es más, a veces tengo la sensación de que alguno de ellos no está indignado porque el capitalismo sea injusto, sino porque no le da aquello que le había prometido. Siguiendo el libro que citas de Pascal Bruckner, es como si la indignación sólo fuese esa estrategia del ciudadano mimado del paraíso capitalista para colocar a los demás en deuda respecto a uno mismo. Adjunto una noticia de hoy mismo en la que se ve cómo nuestro alcalde representa nuestro modelo de ciudadanía:
http://www.elcorreo.com/alava/20110704/local/maroto-pide-musulmanes-busquen-201107041303.html