Este año, el 1 de Mayo ha caído en Sabato.
Las "5 millones de razones" para manifestarse que se coreaban esta mañana mientras recorríamos la Gran Vía de Bilbao eran, también, 5 millones de ausencias (4.910.200, exactamente).
Cinco millones de fracasos: no personales (como sostiene una perversa concepción de la empleabilidad), tampoco gubernamentales (como afirma un cómodo e irresponsable diagnóstico de oposición), sino sociales. Un fracaso colectivo.
Cinco millones de exclusiones. Somos una sociedad incapaz de proporcionar a sus miembros el principal recurso para acceder a los derechos sociales y económicos que constituyen la base material de la ciudadanía; un empleo decente.
Por eso esta mañana la marcha tenía muy poco de festivo. A pesar de que el tiempo acompañaba y el sol animaba a ocupar la calle.
¿Cuántos de esos 5 millones de parados se habrán manifestado esta mañana? Y si lo han hecho, ¿contra quién?
"La gente teme que por tomar decisiones que hagan más humana su vida pierdan el trabajo, sean expulsados, pasen a pertenecer a esas multitudes que corren acojonadas en busca de un empleo que les impida caer en la miseria, que los salve". Lo escribió Ernesto Sabato en La resistencia.
También escribió, en Antes del fin: "Les propongo entonces, con la gravedad de las palabras finales de la vida, que nos abracemos en un compromiso: salgamos a los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro, esperemos, con quien extiende sus brazos, que una nueva ola de la historia nos levante. Quizá ya lo está haciendo, de un modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras del invierno".
Y así, este domingo, he caminado entre los dos Sabatos: el del acojono y el del compromiso.
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