domingo, 26 de septiembre de 2010

Miliband

Sólo podía ser un Miliband, y ha sido Ed. El más joven de los dos hermanos Miliband se ha alzado con el liderazgo del Partido Laborista británico. Su victoria se ha interpretado como indicador de un retorno del Viejo Laborismo, más izquierdista y vinculado al movimiento sindical que el Nuevo Laborismo impulsado en su momento por Tony Blair.

Uno de los más destacados ideólogos de este New Labour, Anthony Giddens, ya anticipaba hace unos meses el agotamiento del proyecto nuevo laborista (también conocido como "tercera vía"), en buena medida por su sometimiento a las exigencias sin límite de los mercados:

"Fue atinado razonar que el Labour debería ser un partido próximo al mundo empresarial y reconocer la importancia de la City para la economía. Sin embargo, los líderes del partido deberían haber dejado claro con mucha mayor firmeza de como lo hicieron que reconocer las virtudes de los mercados es muy distinto de postrarse ante ellos. El fundamentalismo del mercado debería haber sido objeto de una crítica más explícita y sus limitaciones deberían haber sido reveladas sin ambages a la luz del día".

Alguna conclusión deberíamos sacar también por estos lares.

Ya veremos lo que da de sí el liderazgo de Ed Miliband, pero al menos de entrada es una buena noticia para todos los progresistas europeos.


También es una excelente ocasión para recordar al padre de Ed y David, Ralph Miliband.
Hoy he recuperado de mi biblioteca sus libros publicados en España por la editorial Siglo XXI: El estado en la sociedad capitalista (1970) y Marxismo y política (1978). El último libro de Miliband que compré y leí fue Divided societies: class struggle in contemporary capitalism, editado en 1989 por Oxford University Press, en el que encontré alguna reflexión interesante que utilicé en un libro propio, el titulado Las nuevas condiciones de la solidaridad, de 1994.
Junto con otros historiadores y sociólogos británicos -como Perry Anderson , Edward Thompson, Raymond Williams o Stuart Hall, entre otros-, Ralph Miliband nos ofrecía, a quienes en los Ochenta buscábamos alimentarnos de ideas radicales pero rechazábamos la indigerible dieta estructuralista de los Althusser, Poulantzas y Harnecker, propuestas y reflexiones de enorme interés.
Repasando los subrayados a lápiz de esos viejos libros encuentro cosas como esta:

"Es notable, sin duda, que los analistas políticos que tratan de explicarse la aceptación de la ideologia conservadora por grandes sectores de las clases obreras en los países capitalistas avanzados no hayan hecho mayor hincapié en la contribución a la desmovilización política que regularmente han llevado a cabo los dirigentes socialdemócratas, no sólo por lo que han dicho sino también por lo que han hecho, sobre todo cuando han tenido la oportunidad de ejercer el poder" [El estado en la sociedad capitalista, p. 190].

Y más adelante:
"Sería trivial describir a los hombres en cuyas manos está el poder estatal como si fueran totalmente indiferentes a la pobreza, a la existencia de barrios sórdidos, a la desocupación, a la insuficiencia de la educación, a los pobres servicios de bienestar, a la frustración social y a muchos otros males que afligen a sus sociedades. Formarse tal concepción equivaldría a entregarse a una demonología burda y sentimental que no permite advertir la cuestión real.
El problema no está en los deseos e intenciones de los tenedores del poder, sino que los reformadores, de verdad y de mentira, son prisioneros y, por lo común, prisioneros contentos de un marco económico y social que necesariamente trueca sus proclamas reformistas, por más sinceras que sean, en pura verborrea" [El estado..., pp. 259-260].

De ahí su apuesta por un reformismo fuerte que extienda la participación democrática a todas las áreas de la vida civil con el objetivo, no de tomar posesión de la máquina del Estado y gestionarla sin más, sino de transformarla antes de esta poderosa maquinaria estatal, cual criatura de Frankenstein imponga sus lógicas sobre los gobernantes con vocación progresista y reformadora [Marxismo y política, pp. 238-239].

En fin. Más de tres décadas después de que se publicaran estas idas un Miliband tendrá la responsabilidad y la ocasión de liderar al Laborismo británico. ¿Releerá los escritos de su padre? No para aplicarlos mimeticamente, faltaría más: es un signo de los tiempos que nos toca vivir que los hijos tengan que renunciar, con ganas o por fuerza, a los ideales de sus padres; un signo atroz. Pero sí, al menos, para fortalecerse frente a las añagazas del poder, corrompedor incluso de los esfuerzos más sinceros por actualizar aquellos ideales.
Good luck, Ed!

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