martes, 6 de julio de 2010

Milagros locales (I)

Leo en EL PAÍS de ayer que Malawi está logrando importantes avances en la lucha contra el hambre y la malnutrición aplicando medidas propias que, en muchos casos, van en contra de las "recomendaciones" -más bien exigencias- de organismos como la Organización Mundial del Comercio o el Banco Mundial.
En esta línea de insumisión contra los dogmas del globalitarismo, el Gobierno de Malawi ha optado por garantizar la seguridad alimentaria de su población fortaleciendo la agricultura para el consumo propio o subsidiando la adquisición de fertilizantes y semillas por parte de los pequeños agricultores. ¿El resultado? La media de consumo diario ha pasado de 608 a 2.000 kilocalorías.
Un milagro de sociopolítica local que enmienda a la totalidad las fallidas promesas de salvación universal a través del mercado global que agitan tantas instituciones internacionales.
Desgraciadamente, estos milagros suelen pasar desapercibidos. De hecho, el New York Times ya se hacía eco del éxito de Malawi en diciembre de 2007. Pero las vuvuzuelas globaliberales son atronadoras.


A pesar del fracaso de las políticas que proclaman.
Sin caer en un consecuencialismo fácil, existe la suficiente evidencia empírica como para poder afirmar que ha sido la aplicación inmisericorde de las políticas impuestas por instituciones como la OMC, el Banco Mundial o el FMI las que han provocado algunas de las más destacadas crisis nacionales o internacionales. Sirvan como ejemplo los análisis de Joseph Stiglitz sobre los casos del Este Asiático y de Rusia, o su valoración general de las responsabilidades de instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional:

“Cuando trabajaba en el Banco Mundial pude ver los efectos devastadores de la globalización en los países en vías de desarrollo. Creo que la globalización puede ser una fuerza positiva y tiene el potencial de enriquecer a todo el mundo, especialmente a los pobres. Pero también creo que ha sido muy mal administrada y ése es el problema. El resultado es que ahora algunos de los países más pobres están mucho peor. El FMI siempre ha sido muy hábil escurriendo el bulto y culpando a los demás de sus propios errores. A veces se critica al Consejo de Seguridad de la ONU por el poder de los cinco miembros permanentes, pero se olvida que en el FMI un solo miembro, EE UU, tiene todo el poder de veto. El FMI ha alentado en los países en vías de desarrollo a aplicar políticas que se han desechado en los países desarrollados, por ejemplo, privatizar las pensiones o prohibir proteger ciertos sectores, como la agricultura, algo que Estados Unidos o Europa consideran normal. El FMI tampoco ha tenido en cuenta ni las desigualdades en el reparto de las riquezas que estaba generando ni la inestabilidad social de sus políticas”.

El caso de Argentina y de su profunda crisis del año 2002 es paradigmático. Como señala el columnista político argentino Joaquín Morales, “tal vez no exista otro país (en América Latina, por lo menos) que haya seguido con tanta disciplina las políticas del consenso de Washington”. Durante una década Argentina practicó sin apenas cuestionarlos todos los principios fundamentales de la vulgata neoliberal: convertibilidad de su moneda en función del dólar, apertura comercial, libre circulación de los capitales financieros, privatización de las empresas de servicios públicos, entrega de estas empresas al capital extranjero, etc. Argentina fue, en palabras de Morales, “una probeta en el laboratorio de la inexperta globalización”. Como premio a tanta aplicación, el entonces presidente argentino, Carlos Menem, fue recibido en 1999 en un acto de homenaje inusual en las oficinas centrales del FMI, en Washington. Durante esa misma década, Brasil y Chile resistieron todas las presiones del FMI para que hicieran “lo mismo que Argentina”. El caso es que para el 2002 las cosas empezaron a cambiar, los capitales financieros comenzaron a huir de los mercados emergentes, Argentina se quedó con una deuda monumental y casi sin empresas nacionales, y Brasil y Chile eranpresentados como ejemplos de “países serios” frente a un “país irresponsable”.
Un caso similar paro aún más sangrante si cabe es el de Mongolia, detalladamente analizado por Erik S. Reinert:
"Cuando se posó el polvo en torno a los restos del Muro de Berlín, Mongolia se convirtió rápidamente en el «alumno estrella» del Banco Mundial en el ex Segundo Mundo. Abrió de par en par su economía casi de la noche a la mañana, y siguió fielmente el consejo que le dieron las instituciones de Washington, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, de minimizar el Estado y dejar que el mercado se hiciera con el control de la economía. Se suponía que Mongolia encontraría su lugar en la economía global especializándose en la actividad en la que gozaba de una ventaja comparativa. El resultado fue que la economía mongola retrocedió desde la era industrial a la del pastoreo. Pero como la economía nómada era incapaz de mantener la misma densidad de población que el sistema industrial, el resultado fue una catástrofe ecológica, económica y humana".
Los datos: el 40 por ciento de la población mongola acabó viviendo por debajo del umbral de la pobreza extrema, la mortalidad infantil es una de las mas elevadas del mundo, el paro urbano alcanzaba en 2004 el 47 por ciento... al tiempo que soportaba el peso de una deuda externa que ese mismo año ascendía a 1.800 millones de dólares, prácticamente una suma igual al PIB anual de Mongolia, es decir a la suma de toda la riqueza producida por el país a los largo de un año.

El economista Peter Griffiths, que trabajó para el Banco Mundial con el encargo de impedir una hambruna en Sierra Leona, narra su experiencia en el libro Historia de un economista. En un país en el que, al no disponer de pupitres en las escuelas, los colegiales acuden diariamente a clase llevando piedras planas sobre las que sentarse, piedras que no dejan en la escuela por temor a que alguien pueda robárselas, Griffiths denuncia “la creencia dogmática de que el mercado libre resolverá todos los problemas del mundo”, característica del Banco Mundial.


Así que atendamos al milagro de Malawi y apoyemos su reproducción.
Mañana me referiré a otro.

3 comentarios:

Pedro Cubero Villalba dijo...

Es muy interesante lo que nos comunica. Habrá que seguir de cerca lo que ha pasado por allí...

Anónimo dijo...

Ya es hora de leer esto en texto de un político en activo.

¿No es posible explicar esto a tus compañeros de bancada, fieles al oráculo del FMI y del BM?

! Por favor un poco más (mucho más)de relativismo técno-económico¡

Gracias.

JaviC

Imanol dijo...

Anonimo, uno hace lo que puede. En todos los sentidos. No es disculpa, es explicación. Un saludo cordial y gracias a ti.