domingo, 3 de enero de 2010

Seguridad y libertad

El primer ministro británico, Gordon Brown, confirmó hoy la introducción gradual de escáneres corporales en los aeropuertos británicos, entre otras medidas de seguridad para minimizar el riesgo de embarque de explosivos.
En una entrevista con un programa televisivo de la BBC1, Brown insistió en que había que actuar "con rapidez" tras la llamada de alerta que supuso el atentado fallido perpetrado el pasado día de Navidad en un avión con rumbo a Estados Unidos
[PÚBLICO].


¿Puede la libertad ser defendida utilizando tan sólo medios compatibles con ella? La cuestión no es nueva. Hace referencia a una de las tensiones más intensamente presentes en el pensamiento y en la práctica política en Occidente: la tensión entre libertad y seguridad.

En las primeras páginas de su obra Liberalismo y democracia escribe Norberto Bobbio que, en contraposición con el Estado absoluto o autoritario, el presupuesto filosófico del Estado liberal se encuentra en la doctrina de los derechos humanos, de acuerdo con la cual “el hombre, todos los hombres indistintamente, tienen por naturaleza, y por tanto sin importar su voluntad, mucho menos la voluntad de unos cuantos o de uno solo, algunos derechos fundamentales, como el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad, a la felicidad”, derechos que el Estado debe respetar y garantizar. Quiere esto decir que en principio, en teoría, no existe contradicción entre esos dos bienes, la libertad y la seguridad. En teoría, libertad y seguridad se refuerzan mutuamente: soy más libre en la medida en que gozo de mayor seguridad. Y una sociedad de personas libres será, en principio, más segura.

Pero esto es cierto sólo en principio. Sin un mínimo suficiente de seguridad es imposible, en la práctica, la libertad. Por el contrario, la seguridad es, al menos durante un tiempo, perfectamente compatible con la ausencia de libertad. Pensemos en cualquiera de los muchos regímenes autoritarios que en el mundo son o han sido, y en cómo todos ellos han tenido a gala hacer ostentación de la situación de orden público característica de sus sociedades. Además, la libertad supone enfrentarse a determinados riesgos. La libertad es, en un sentido muy profundo, asumir importantes niveles de incertidumbre. De ahí que muchas personas manifiesten, en determinados momentos de su vida o en determinadas coyunturas históricas, un incontrolable miedo a la libertad. De ahí, también, que se muestren dispuestas a reducir los niveles de libertad de sus vidas a cambio de ver incrementados sus niveles de seguridad.

Y el caso es que el desarrollo de la libertad precisa, ya lo hemos dicho, de una seguridad básica, tanto individual como social. Como señalara Aldous Huxley, “la libertad, como todos sabemos, no puede florecer en un país que esté permanentemente en guerra o aun en pie de casi guerra”. Si reducimos la seguridad a su dimensión más fáctica, a la ausencia de violencia física, armada, organizada o no, legalizada o no, entre grupos sociales o entre naciones, debemos reconocer que esta ausencia es una condición absolutamente necesaria, aunque no suficiente, para el desarrollo de la libertad y los demás derechos humanos. La historia más reciente, los últimos años del pasado siglo XX sin ir más lejos, nos ha enseñado (en Somalia, Bosnia, Ruanda, Congo, Kosovo, Afganistán) lo que supone la guerra, en particular esas “guerras harapientas” (tal como las ha definido Ignatieff) en las que se violan hasta las más básicas leyes de la guerra. Cuando la guerra estalla todo lo demás queda necesariamente en suspenso. De ahí el valor intrínseco de la ausencia de violencia, de la seguridad en su sentido más físico.

Sin embargo, el énfasis excesivo en la seguridad (¡ojo!, carecemos de una escala que permita definir cuando este énfasis es excesivo; sólo podemos tomar decisiones ad hoc, en cada situación) puede acabar, paradójicamente, amenazando no sólo a la libertad sino a la seguridad misma.

“Los seres humanos que habitamos el mundo global somos como aquellos desgraciados que trabajaban en las torres y que cinco segundos antes del impacto del primer avión creían que el conflicto entre israelíes y palestinos era una imagen más en las pantallas de la CNN que sólo les concernía indirectamente” (F.A. Iglesias, Twin Towers. El colapso de los estados nacionales). Así es. El 11-S fue el más espectacular ejemplo de que la suerte de la humanidad no se dirime ya en los estrechos márgenes de los estados nación. Sin una visión integral, sin una conciencia de responsabilidad universal, cada vez más viviremos en una situación de riesgo global. Pensar que nuestra seguridad puede construirse al margen del destino del resto de la humanidad no es más que una falacia.

Los aviones del sida, el hambre, la guerra y la injusticia despegan del Sur y vuelan imparables hacia el Norte. La libertad, nuestro bien político más preciado, depende de que todos gocen de seguridad suficiente. En un mundo global, la libertad y seguridad de unos resultan inviables sin las de todos los demás. Esta es la lección que deberíamos aprender.

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