El PNV recupera su discurso más soberanista ante el Aberri Eguna
EL CORREO, 19/4/9
El PNV ha recuperado su discurso más soberanista, en línea con la fracasada consulta de Ibarretxe, ante el Aberri Eguna que celebrará el domingo, apenas tres semanas antes de la investidura de Patxi López como lehendakari. El presidente del partido en Vizcaya, Andoni Ortuzar, defendió ayer que, «por encima de coyunturas políticas» -en alusión al próximo pase a la oposición de los jeltzales-, Euskadi es actualmente «más nación que nunca», con siete territorios» cuyo «único límite es la libre determinación de los ciudadanos». Su formación -anunció- se volcará en el reto de construir una patria vasca «libre de ataduras externas y de violencia». Mientras tanto, el líder del PNV en Álava, Iñaki Gerenabarrena, advierte en una entrevista con EL CORREO de que los nacionalistas no serán «la tabla de salvación» del PSE.
Hay que reconocer a los nacionalismos el mérito de haber alzado la voz frente a una modernidad liberal que apostó por un universalismo abstracto tan narcisista que ha sido incapaz de reconocer (según alguien tan poco nacionalista como Habermas) que en las mismas categorías conceptuales del Estado nacional se oculta un resto no secularizado de trascendencia, como es la tensión entre el universalismo de una comunidad jurídica igualitaria y el particularismo de una comunidad con un destino histórico que cumplir. Un universalismo irresponsable que no comprende a Amin Maalouf cuando denuncia que las identidades asesinas de hoy son tantas veces las mismas identidades asesinadas de ayer.
Sin embargo, no es preciso ser nacionalista para comprender, asumir y defender lo que de razonable y democrático pueda haber en la crítica al universalismo abstracto. No hace falta, por ejemplo, enredar con la idea de derechos colectivos para comprometerse en la defensa de la diversidad de las culturas nacionales. Como no es preciso perderse por las complicadas veredas de la territorialidad histórica cuando podemos decir, sencillamente, que el tamaño es condición de posibilidad de la democracia, que hay escalas que resultan tan grandes (pero también tan minúsculas) que imposibilitan a los ciudadanos concretos el ejercicio democrático. También es posible defender una construcción nacional -es decir, un proceso de desarrollo de aquellos “hábitos del corazón” que, sin que tengan por qué ser exclusivos de una comunidad humana concreta, son sin embargo vividos por ésta como señas de identidad- sin por ello deslizarse hasta la vieja reivindicación estatalista.
El PNV ha contribuido a construir una improbable estructura política en el País Vasco. Lo ha hecho actuando como un sistema abierto, en permanente intercambio de energía e información con su entorno. Desde hace una década, por el contrario, en su seno llevan la voz cantante los diseñadores de arquitecturas probables sobre los planos del más viejo autodeterminismo. Lo contrario del vertiginoso Guggenheim, edificio de estructura improbable nacido de la audacia, pero también del respeto por un emplazamiento cargado de historia con el que lo nuevo debe conectar, no romper. Y es que, ¿cómo van a ser constructores de algo nuevo quienes no son capaces de valorar la improbable novedad que significó lo que hoy tenemos?
Cuenta Álvaro Mutis en su novela Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero que, en un determinado momento de su vida, decidió Maqroll, hombre de mar, adentrarse en lo más profundo del cañón de Aracuriare. Y que allí, entregado a la introspección, “avanzó en el empeño de entender sus propias fronteras, sus verdaderos límites”, para encontrarse con que en el centro mismo de su ser cobraba forma “una presencia que, aunque nunca había tomado parte en ninguno de los episodios de su vida, conocía toda la verdad, todos los senderos. [Y] al enfrentarse a ese absoluto testigo de sí mismo, le vino también la serena y lenificante aceptación que hacía tantos años buscaba por los estériles caminos de la aventura”.
El nacionalismo vasco necesita perderse en su propio cañón de Aracuriare. Los viejos y familiares caminos por los que ha transitado tantos años ya no le sirven para avanzar. Paradójicamente, el nacionalismo se ha extraviado por empeñarse en recorrer aquellos senderos que mejor conoce. Buscándose a sí mismo, ha acabado dejándose seducir por aquellos que le invitan a desandar lo andado hasta encontrar las tranquilizadoras señales que marcan el camino que llevará a sus viejos objetivos. Y en esa aventura estéril su energía política, clave para este país, se vuelve más y más inútil.
Hay que reconocer a los nacionalismos el mérito de haber alzado la voz frente a una modernidad liberal que apostó por un universalismo abstracto tan narcisista que ha sido incapaz de reconocer (según alguien tan poco nacionalista como Habermas) que en las mismas categorías conceptuales del Estado nacional se oculta un resto no secularizado de trascendencia, como es la tensión entre el universalismo de una comunidad jurídica igualitaria y el particularismo de una comunidad con un destino histórico que cumplir. Un universalismo irresponsable que no comprende a Amin Maalouf cuando denuncia que las identidades asesinas de hoy son tantas veces las mismas identidades asesinadas de ayer.
Sin embargo, no es preciso ser nacionalista para comprender, asumir y defender lo que de razonable y democrático pueda haber en la crítica al universalismo abstracto. No hace falta, por ejemplo, enredar con la idea de derechos colectivos para comprometerse en la defensa de la diversidad de las culturas nacionales. Como no es preciso perderse por las complicadas veredas de la territorialidad histórica cuando podemos decir, sencillamente, que el tamaño es condición de posibilidad de la democracia, que hay escalas que resultan tan grandes (pero también tan minúsculas) que imposibilitan a los ciudadanos concretos el ejercicio democrático. También es posible defender una construcción nacional -es decir, un proceso de desarrollo de aquellos “hábitos del corazón” que, sin que tengan por qué ser exclusivos de una comunidad humana concreta, son sin embargo vividos por ésta como señas de identidad- sin por ello deslizarse hasta la vieja reivindicación estatalista.
El PNV ha contribuido a construir una improbable estructura política en el País Vasco. Lo ha hecho actuando como un sistema abierto, en permanente intercambio de energía e información con su entorno. Desde hace una década, por el contrario, en su seno llevan la voz cantante los diseñadores de arquitecturas probables sobre los planos del más viejo autodeterminismo. Lo contrario del vertiginoso Guggenheim, edificio de estructura improbable nacido de la audacia, pero también del respeto por un emplazamiento cargado de historia con el que lo nuevo debe conectar, no romper. Y es que, ¿cómo van a ser constructores de algo nuevo quienes no son capaces de valorar la improbable novedad que significó lo que hoy tenemos?
Cuenta Álvaro Mutis en su novela Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero que, en un determinado momento de su vida, decidió Maqroll, hombre de mar, adentrarse en lo más profundo del cañón de Aracuriare. Y que allí, entregado a la introspección, “avanzó en el empeño de entender sus propias fronteras, sus verdaderos límites”, para encontrarse con que en el centro mismo de su ser cobraba forma “una presencia que, aunque nunca había tomado parte en ninguno de los episodios de su vida, conocía toda la verdad, todos los senderos. [Y] al enfrentarse a ese absoluto testigo de sí mismo, le vino también la serena y lenificante aceptación que hacía tantos años buscaba por los estériles caminos de la aventura”.
El nacionalismo vasco necesita perderse en su propio cañón de Aracuriare. Los viejos y familiares caminos por los que ha transitado tantos años ya no le sirven para avanzar. Paradójicamente, el nacionalismo se ha extraviado por empeñarse en recorrer aquellos senderos que mejor conoce. Buscándose a sí mismo, ha acabado dejándose seducir por aquellos que le invitan a desandar lo andado hasta encontrar las tranquilizadoras señales que marcan el camino que llevará a sus viejos objetivos. Y en esa aventura estéril su energía política, clave para este país, se vuelve más y más inútil.
2 comentarios:
Eres un maestro.
Un saludo Imanol.
Edu
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