jueves, 9 de abril de 2009

¿Ni tan siquiera nos quedará París?

El sueldo del vicepresidente de GDF-Suez aumentó un 180% en 2008
Jean-François Cirelli había renunciado a sus 'stock-options' de la mayor gasista de Francia
EL PAÍS - 09/04/2009

El vicepresidente del consorcio energético GDF-Suez, Jean-François Cirelli, renunció recientemente a sus stock-options por la presión mediática pero su remuneración aumentó un 180% en 2008, según el informe anual del grupo que recoge la edición digital del diario francés Libération. En concreto, el sueldo del directivo ha pasado de los 460.000 euros a 1,3 millones de euros "con la bendición del Estado que tiene varios representantes en el seno del grupo", agrega el rotativo.


Refiriéndose a los Estados Unidos, el último Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ha denunciado la creciente consolidación en ese país de un fenómeno alarmante: “el regreso a la posición social heredada”. Frente al mito ampliamente extendido de la movilidad social norteamericana (eso de que un humilde portero puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos), resulta que ese país se caracteriza por tener una distribución de rentas más estática a lo largo de las generaciones y, por lo tanto, menos oportunidades para progresar, que ningún otro país desarrollado. Las fortunas conseguidas muchos años atrás (“a partir de la explotación o el robo de terceros” apuntilla Krugman) siguen siendo fundamentales para explicar una estructura social enormemente desigual. A la vez que la vía fundamental para la movilidad social ascendente –un buen sistema educativo de acceso universal- ha ido deteriorándose, las posibilidades para la transmisión de privilegios no ha hecho más que reforzarse. ¿Cómo? Mediante la derogación del impuesto de sucesiones, por ejemplo. O mediante redes de influencia, enchufe y cooptación que acaban por configurar auténticas castas económicas, políticas y hasta culturales, en las que los hijos afortunados heredan la posición social de sus padres, más allá de toda prueba de capacidad o mérito.
De ahí la fina ironía con la que Krugman resume su planteamiento: “Estados Unidos es, como todos sabemos, la tierra de las oportunidades. El éxito de una persona depende de su propia capacidad y de su empuje, no de lo que fue su padre. No tiene más que preguntárselo a los hermanos Bush”. En definitiva, “las tendencias políticas, sociales y económicas otorgarán a lo hijos de los que hoy son ricos una inmensa ventaja sobre los que han elegido mal a sus padres”. Class matters, “la clase importa”, y mucho. Lo demuestra un excelente trabajo de investigación impulsado en 2005 por The New York Times [http://www.nytimes.com/pages/national/class/]. Como en los tiempos en los que la herencia constituía el hecho dominante en las vidas de las personas, las posiciones sociales vuelven a ser posesiones. Las más preciadas posesiones. ¿Qué queda, en estas circunstancias, del discurso igualitario, central en nuestras sociedades democráticas?
No es de extrañar que, ante este crony capitalism (“capitalismo de amiguetes”), Krugman denuncie que “el mundo ha vuelto a las desigualdades de los años veinte en la distribución de la riqueza”, o que, más duramente, el ex vicepresidente Al Gore haya caracterizado la política económica de Bush como “una forma de saqueo” (El País, 8/8/2003).
Por su parte David Harvey ha propuesto en varias de sus obras una interpretación del proceso que dio al traste con el compromiso de clase sobre el que se alzaron las distintas experiencias de capitalismo del bienestar desarrolladas no sólo en Europa, sino también en Japón e incluso en Estados Unidos, y cuyo paradigma fue el modelo escandinavo: el periodo que se inicia desde finales de los Setenta, que hemos denominado como neoliberalismo, ha sido fundamentalmente un proyecto destinado a restaurar el poder de la clase capitalista. La adopción militante de la doctrina monetarista, la decidida confrontación contra los sindicatos de clase impulsada por los gobiernos de Thatcher y Reagan, la invención del ajuste estructural, aplicado por primera vez a Méjico entre 1982-1984, el reciclado de los nuevos y flamantes petrodólares que desbordaban las arcas de los países del Golfo en los fondos de inversión norteamericanos, etc.; estas y otras medidas –cuya eficacia para revitalizar la economía fue muy limitada en los primeros años- sirvieron para convertir al mercado en vehículo para la consolidación de un nuevo poder de clase. Un poder de clase cada vez más fundado no tanto en las prácticas características de la clásica acumulación de capital, sino en nuevas formas de acumulación por desposesión basada en la aplicación inmisericorde de toda suerte de medidas de privatización y de liberalización que han desarrollado hasta el extremo la estrategia de privatizar beneficios y socializar pérdidas [http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/social/harvey.pdf].

No sólo en Estados Unidos: también ocurre lo mismo en la otrora distinta Europa. También en Francia.
“Les banlieus flambent, le CAC 40 grimpe... Tout est dit. Rarement une élite économique a été aussi déconnectée de la culture de son pays. Pour ces «aristocacs», la seule chose qui compte, cést le monde”. El prestigioso semanario Le Nouvel Observateur comenzaba así un amplio reportaje sobre “Los nuevos aristócratas del capitalismo”, coincidiendo con el apogeo de las revueltas protagonizadas por los jóvenes de las periferias urbanas en noviembre de 2005 [http://hebdo.nouvelobs.com/hebdo/parution/p2142/dossier/a288466-les_nouveaux_aristocrates_du_capitalisme.html]. Mientras los coches ardían en los suburbios el CAC 40 -el índice de la Bolsa de París que agrupa a los 40 valores principales de ese mercado; similar al IBEX 35 español- no dejaba de subir. Todo esta dicho, en efecto. Raramente una élite económica ha estado tan desconectada de la cultura de su país. Para estos “aristocacs” la única cosa que importa es el mundo.
Pero qué mundo…

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