A propósito de la actuación de Rosalía en los 40 Music Awards, interpretando "Reliquia" entre un bosque de cruces luminosas, no puedo evitar pensar que la artista -inteligente como es- sabe perfectamente lo que representa una cruz. No un simple símbolo estético, sino un instrumento de tortura. Lo recuerda con precisión José Ignacio González Faus en su libro imprescindible Acceso a Jesús: “Hoy hemos hecho de la cruz un símbolo religioso o, todavía peor, una alhaja, y así nos hemos tejido un caparazón contra lo que este hecho tiene de inaudito y de provocativo también para nosotros; quizás no iría mal que durante una temporada nos representáramos la cruz de Jesús como una horca, un garrote vil o una silla eléctrica; sólo así podríamos tener cierto acceso al escándalo de su muerte”.
Y es que, como también ha escrito Chalo, “se ha falsificado la cruz de Jesús”. Se la ha despojado de su violencia, de su vergüenza, de su carga política y humana. Se ha convertido en un logo. Y, claro, la propia Iglesia católica ha sido cómplice de esa falsificación: en demasiadas ocasiones ha hecho del instrumento del suplicio el emblema de su poder.
Pero lo del giro rosalcatólico ya roza el paroxismo. Porque una cosa es resignificar, y otra -más rentable, sin duda- es estetizar. Pensemos por un momento en la misma actuación, pero sustituyamos las cruces por garrotes vil; o por pelotones de fusilamiento. El efecto sería insoportable. La estética pop no lo toleraría. No se podría bailar entre esos símbolos de muerte real.
Pero igual es que lo que había en el escenario, más que cruces, eran signos de suma. El signo de la acumulación, de la facturación, del espectáculo. Todo se convierte en branding: Rosalía, los 40, PRISA y el sursum corda. Business as usual. Amén.

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