jueves, 26 de junio de 2025

Habitar como un pájaro / Los pájaros y su individualidad

A primera vista, Habitar como un pájaro y Los pájaros y su individualidad parecen libros difíciles de comparar. El primero, firmado por la filósofa de la ciencia belga Vinciane Despret, destila reflexión y una crítica de la ciencia contemporánea desde los márgenes de la etología. El segundo, escrito por Gwendolen “Len” Howard, una violinista retirada que en 1938 abandonó la ciudad para convivir con aves silvestres en su famosa Bird Cottage, es un testimonio lleno de asombro, ternura y observación paciente. Y sin embargo, ambos libros se tocan en el vuelo: en la manera en que interrogan el mundo desde las vidas de los pájaros.

Ambas autoras -cada una a su modo- desafían la idea de que el conocimiento de la naturaleza debe construirse desde la distancia, la objetividad o el dominio. Para Howard, convivir con mirlos, carboneros y petirrojos era entrar en un universo relacional donde cada ave revelaba una personalidad distinta. Las aves no eran especies, ni siquiera ejemplares: eran individuos. Cabeza Pelada, Rizos, Duenda, Puggy, Hoja de Roble, Dobs... cada una y cada uno tenía una voz, unos gestos, unas preferencias, y Howard aprendió a vivir con ellas no desde el laboratorio, sino desde el jardín. Su ciencia era cercana, afectiva, diaria. Despret, décadas después, recoge ese legado con un tono más analítico. En su libro no solo se pregunta cómo habitan los pájaros los territorios, sino cómo nuestras teorías -sobre el canto, la territorialidad, la agresividad- han sido, tantas veces, proyecciones humanas. ¿Y si, en vez de ver en el canto un grito de propiedad, viéramos un modo de hacerse oír, de convocar, de co-habitar? ¿Y si los territorios fueran invitaciones y no fronteras?

Donde Howard ofrece historias, Despret propone preguntas. Pero ambas coinciden en escuchar, y no solo en sentido literal -aunque en ambas el canto tiene un lugar central- sino como forma de atención, de apertura: Howard escucha a cada ave como una interlocutora; Despret escucha cómo hablamos de las aves y lo que nuestras palabras dicen de nosotras mismas. Una observa, la otra desarma las categorías con que esa observación suele ser codificada y así ambas desafían los límites entre ciencia y vida. Len Howard vivía con sus pájaros, no podía ser más cercana: en esa proximidad radical encuentra una ciencia distinta, que no busca domesticar, sino acompañar. Despret, en cambio, no vive con los animales, pero sí con las voces de quienes los han estudiado de otra forma: etólogos poéticos, biólogas heréticas, cuidadoras atentas. Su libro es un mosaico de esas voces, una conversación con quienes, como Howard, hicieron ciencia en la cocina, en el patio, en el mundo.

Dos libros que nos empujan a observar a los pájaros de otra manera, como seres infinitamente más complejos de lo que podemos imaginar. Su tono es distinto -Howard escribe desde la experiencia inmediata; Despret desde la reflexión crítica- pero en absoluto distante. Podríamos decir que Len Howard hace ciencia con los pájaros y Vinciane Despret hace filosofía con quienes han hecho ciencia de las aves. La una observa, la otra interpreta. Pero las dos, en el fondo, habitan el mundo desde una misma pregunta: ¿y si escuchar a los animales, de verdad, pudiera transformarnos?



Vinciane Despret
Habitar como un pájaro
Traducción de Sebastián Puente (con la colaboración de Andrés Plascencia, Alfonso Serrano y Eva Fernández).
La Oveja Roja, 2024,

"En 1949, los ornitólogos Robert Stewart y John Aldrich estudian las aves del bosque de Maine. [...] El proyecto de Stewart y Aldrich pretendía matar a todos los pájaros durante el periodo de reproducción en un área determinada, la llamada área experimental, y dejar intacta otra área de dimensión similar (el sitio de control). La masacre adquirió proporciones apocalípticas: cada vez que mataban un macho, otro venía a reemplazarlo. Terminaron por eliminar a más del doble de los machos presentes en el primer censo, entre todas las especies.
Hablo solo de machos, no porque los autores quisieran salvar a las hembras, sino porque como son bastante más discretas, muchas escaparon de la cacería, salvo las  que estaban incubando y eran fáciles de encontrar".


Imagina que una mañana de primavera, el canto de un mirlo irrumpe en tu cuarto. Ese preciso instante -el primer momento del libro- prende la chispa de la reflexión: ¿por qué canta el mirlo? Con esa pregunta aparentemente simple, Despret nos lleva a reconsiderar lo que significa “habitar” desde la perspectiva de quienes vuelan.

Al abrir el ensayo, nos adentramos en la etología y la historia de las ideas científicas sobre el canto y el territorio. Despret nos recuerda que, durante siglos, el territorio fue interpretado como competencia y agresión -una trinchera de rivalidades-, pero este relato dominante se topa con la contradicción de un canto que va más allá de la lucha: es celebración, anuncio, rutina, arte. Una forma de “hacer territorio” sin sellos, más cercana a la repetición del canto que a la traza del combate. Así, la filósofa desmonta visiones rígidas y muestra que lo territorial no es solo defensa, sino un espacio sensible y relacional, construido a fuerza de actos: cantos matinales, vuelos de reconocimiento, rutas habituales. Son prácticas que reterritorializan el mundo -al modo de Deleuze y Guattari- y reconfiguran permanentemente aquello que creemos estático. Como dice a partir de la lectura de estos autores, "me doy cuenta de que en realidad no hay nada más movido que un territorio, por más estables que puedan ser sus fronteras, por más fiel a él que pueda ser su residente".

El libro está estructurado como una partitura en dos movimientos, algo que hubiera encantado a Len Howard: por un lado, la mirada científica, con teorías clásicas y modernas; por el otro, el enfoque más intuitivo y estético, que llama “contrapuntos”. Esta arquitectura dual permite a la autora moverse entre el rigor y la emoción, poniendo en tensión ambos registros para enriquecer nuestra experiencia lectora.

Frente a tanta investigación desatenta, "impaciente" y "negligente",  Despret plantea que el territorio es una forma de geopolítica ecológica, un entramado de relaciones y límites que va más allá de la defensa violenta. Por eso, el concepto cobra un carácter político y ético: reconocer los territorios de los no humanos significa aceptar que el mundo no está hecho solo para nosotras y nosotros. ¿Estamos dispuestas y (sobre todo) dispuestos a escuchar historias donde no existan depredación o egoísmo permanente? ¿Podemos aprender a ver lo común como un territorio de presencia compartida, más que de exclusión?

Habitar como un pájaro no solo nos enseña sobre las aves y su comportamiento: es un ejercicio filosófico, sensorial y político que exige afinar nuestra mirada, abrir el oído y repensar nuestras fronteras, no solo las espaciales, sino también nuestras categorías de percepción, de pertenencia, de convivencia.

"La apropiación no concierne a la propiedad, sino a lo apropiado. El verbo de la apropiación no debe emplearse en voz pronominal, sino en voz activa: poseer no es apropiarse, sino apropiar a..., o sea, hacer existir apropiadamente [...] Una concepción muy cercana aparece en el libro de la jurista Sarah Vanuxem, cuando  busca en la historia del derecho francés y en la antropología, las interpretaciones que permitirían romper con la concepción de la propiedad como un poder soberano sobre las cosas, para pensar las cosas como medios que se trata de habitar: «En los aduares chleuh de la montaña, apropiarse un lugar consiste en adecuarlo a uno mismo y adecuarse a él; apropiarse una tierra remite a atribuírsela y a volverse apropiado para ella». Y esto implica que uno es terrritorializado en la misma medida en que territorializa".


*-*-*-*

Len Howard
Los pájaros y su individualidad
Traducción de Ernestina de Champourcín
Gallo Nero, 2025

"En mis relaciones personales con Cabeza Pelada me veo vencida con frecuencia. Las nueces son su golosina predilecta, y el último otoño traje varias a casa en una bolsa de papel. Le di una que comió bajo una silla, sobre los travesaños. Como sabía que rompería la bolsa para coger otra, la envolví en una tela doble y metí las puntas por debajo de modo que un pájaro pequeño no pudiera deshacer el envoltorio. Puse el paquete en una mesita auxiliar. Estaba de espaldas a Cabeza Pelada al hacer estos preparativos y no era posible que desde su escondite bajo la silla hubiese visto lo que yo hacía. Voló hasta mis manos en busca de más nueces, pero le di queso, lo que más le gustaba después de aquellas. Lo tiró con un ademán impaciente y me miró expectante. Volvía ofrecerle queso. Hizo una curiosa mueca con el pico entreabierto, se negó a coger el queso y voló por el cuarto buscando la bolsa de papel, que no encontró. Salí unos minutos; cuando regresé, voló de la ventana con la precipitación habitual en él después de un robo. Varias nueces rodaban en la mesita auxiliar. Había sacado la tela rompiendo la bolsa de papel y había cogido una nuez. Nunca envolví comida antes en esa tela ni en ninguna otra, y nunca puse la comida de los pájaros en esa mesa que yo utilizaba para poner lo útiles de pintar; así que no tenía motivos para sospechar que la tela ocultaba la bolsa, sólidamente cubierta con tela doble".


Pata entrar en este libro hay que imagina un remanso rural en Sussex, una casa con ventanas abiertas de par en par y un piano en un rincón. En ese escenario Len Howard transformó su casa en un verdadero espacio compartido con los habitantes emplumados del jardín. Lejos de la jaula tradicional, Len invitó a carboneros, mirlos, herrerillos, petirrojos y otras aves a entrar y salir libremente: dormir en sus almohadas, posarse sobre su piano, husmear en sus papeles mientras ella trabajaba. Su gesto fue casi revolucionario: construir una intimidad mutua con las aves a través de la confianza.


Fuente: Cocosse

Por aquel entonces, la etología estaba dominada por figuras como Lorenz o Tinbergen, quienes atribuían el comportamiento animal a un guion casi mecánico. Len, en cambio, insistía en que detrás de sus aves había inteligencia, humor e incluso personalidades propias. Se trata de una etología doméstica: no hábitats naturales distantes, sino convivencia cotidiana. Len cuidaba de las aves, protegía sus nidos, explicaba a posibles visitantes cómo comportarse para no perturbarlas. Esta relación cercana le permitió acceder a gestos sutiles, a expresiones faciales que revelaban curiosidad, alerta, incluso placer. "Todo ello demuestra -escribe- que la mente del pájaro obra de conformidad con el individuo, tanto como de acuerdo con la especie". Y más adelante:

"Si se quiere entender la psique de los pájaros, han de tenerse en cuenta todas estas diferencias individuales. Cuanto más e familiariza uno con cada pájaro, más se advierte que demuestran su personalidad en todo. Estas diferencias pueden ser grandes o parecernos nimias, pero el hecho es que todas estas variaciones de inteligencia, memoria, emociones, etcétera, que se presentan dentro de las especies, y que afectan a su conducta, demuestran que, aunque hay algunas leyes fundamentales obedecidas instintivamente, en su mayor parte los actos no son automáticos sino que están regulados por la psique del pájaro de acuerdo con su carácter".

Formada en música, la autora aplica su oído para analizar los cantos y trinos. El libro dedica un tramo completo a diseccionar la riqueza de las melodías, los matices individuales, las variaciones estacionales. Aquí, su sensibilidad musical aporta un lenguaje que conecta lo científico con lo poético, abriendo un espacio donde la etología se cruza con el arte.

Aunque no era una etóloga profesional y su estilo fue criticado por anecdótico, su trabajo despertó interés en naturalistas como Julian Huxley, Roger Tory Peterson y Nikolaas Tinbergen. Su enfoque pionero prefiguró investigaciones modernas de personalidad en aves, donde hoy se reconoce que para ver lo individual en lo colectivo es necesario tiempo, empatía y atención prolongada. 

"Es probable que se me acuse de antropomorfismo en las biografías de pájaros y otros relatos que hago en este libro, pero todas mis descripciones son estrictamente exactas, aunque es difícil hablar de este tema minuciosamente en lenguaje natural sin caer en cierto antropomorfismo. ¡Si existiera un vocabulario ornitológico especializado, lo bastante completo para describir sus costumbres, sonaría menos antropomórfico, pero entonces al lector le resultaría tan ininteligible como un documento jurídico! Además, después de los incidentes que he presenciado en mis once años de observar a los pájaros tan de cerca, no puedo creer que su psique sea tan distinta de la nuestra".

Este libro no es un manual científico rígido, sino un diario de convivencia, una invitación a repensar los recintos del conocimiento. Para comprender a los animales no basta mirarlos: hay que habitar con ellos, sentir sus cantos, compartir su espacio. Más que una obra de ornitología, es una celebración de la intimidad interespecies, un canto a la diferencia que nos conecta y una lección de humildad: los pájaros no son “otros” indiferenciados, sino individuos únicos, llenos de vida y diversidad de formas de ser.


Fuente: Cocosse

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