El jardín contra el tiempo: En busca de un paraíso común
Traducción de Lucía Barahona
Capitán Swing, 2024
"¿Qué convierte un jardín en un componente tan importante de una utopía? No es ni una granja ni un área silvestre, aunque puede presionar con fuerza hacia cualquiera de estos extremos. Esto significa que anuncia algo más que una simple utilidad, que abarca belleza, placer y deleite, sin dejar por ello de ser un espacio tanto de trabajo como de ocio,un lugar para complacer a puritanos y sibaritas por igual. La presencia de jardines en una sociedad es un baremo de que sus habitantes disfrutan de un excedente de energía y tiempo suficientes para dedicarse al cultivo, una labor que, como la producción artística, no es necesaria en sentido estricto. Y lo que es más, desean hacerlo, lo que tal vez exprese algo positivo sobre su estado emocional o incluso espiritual (esto no quiere decir que no haya jardines construidos con rabia o pena). Un jardín se revela como un capricho privado y, al mismo tiempo, genera una superfluidad de belleza. Si deseamos un nuevo modelo de sociedad, uno que busque compartir las cargas y los beneficios con una mayor ecuanimidad, entonces la cuestión del jardín se convierte en algo muy interesante de contemplar".
Olivia Laing es una ensayista sorprendente. Su particular mirada sobre la realidad opera con éxito tanto si la aplica a la soledad urbana como a las complejidades del cuerpo. En esta ocasión nos embarca en un viaje íntimo y reflexivo que entrelaza la restauración de su propio jardín en Suffolk con una profunda exploración de la historia y el simbolismo de los jardines en la cultura occidental. Reconocida por su capacidad para fusionar lo personal con lo universal, utiliza su experiencia durante la pandemia de 2020 como punto de partida para examinar cómo los jardines han representado, a lo largo del tiempo, tanto paraísos terrenales como reflejos de las desigualdades sociales. Así, escribe lo siguiente:
"Un jardín, un espacio verde, puede parecer más inocente, e incluso loable, que la estatua de un comerciante de esclavos, pero también guarda una relación oculta con el colonialismo y la esclavitud. No se trata solo de que muchas de las plantas de jardín que nos resultan familiares, desde la yuca y la magnolia a la glicinia o el lirio africano, sean importaciones «exóticas», una herencia de la obsesión por la recolección de plantas que se desarrolló en la época colonialista. La esclavitud proporcionó asimismo el capital para un embellecimiento del paisaje, en la medida en que los beneficios monstruosos de las plantaciones de azúcar sirvieron para financiar casas y jardines fastuosos de vuelta en Inglaterra".
.De nuevo, la terrible historia de las cosas bellas. Pero "la historia del jardín no siempre refleja patrones más amplios de privilegio y exclusión. Es también un lugar de avanzadillas rebeldes y de sueños de un paraíso comunal, como el de los Cavadores, la secta separatista que surgió en la Revolución inglesa que reivindicaba la tierra como un «tesoro común» que debía compartirse entre todos (una idea que sigue resultando radical en nuestros días)".
Así, la narrativa se despliega en múltiples capas. Por un lado, la autora
comparte su proceso de devolver la vida a un jardín amurallado del siglo
XVIII, una tarea que la lleva a reflexionar sobre la naturaleza cíclica
de la vida, la muerte y la renovación mientras nuestra cabeza se llena con cientos de flores: acónitos, campanillas de Canterbury, prímulas, tulipanes Marieta (y Lady Van Eijk, Blushing Beauty, Doll's Minuet, Flaming Spring Green...), Gladiolus byzantinus, jazmín de invierno, Allium aphaerocephalon, ásteres, Phlomis tuberosa y Phlomis russeliana, jacintos, dalias (Mago de Oz, Nuit d'Eté y Ambicióm), martagones blancos, escila azul, mahonia, asperilla, iris de Holanda, espuelas de caballero, Iris pallida, eléboro, guisantes de olor, amapolas amarillas, Papaver somniferum, glicinia, violetas, dedalera negra, anémona del Japón, Tellima grandiflora, valeriana griega, Pulsatilla vulgaris, capuchina, lirio de miel siciliano, Fritillaria persica, iris, peonías, rosas (Dunwich Rose, Rosa complicata, Roseraie de l'Haÿ, Rosa rugosa, Madame Alfred Carrière...), laurel de Chopin, hinojo, silene coronaria, clavelinas, caléndulas... y muchas más.
Este esfuerzo personal por recuperar un viejo jardín abandonado se convierte en una metáfora de la resistencia y la esperanza en tiempos de incertidumbre. Por otro lado, Laing nos sumerge en un análisis histórico y literario, explorando cómo figuras como John Milton en El paraíso perdido han conceptualizado los jardines como espacios de perfección, pero también de exclusión y caída. Sin embargo, Laing destaca el potencial transformador de los jardines como espacios de resistencia y comunidad. Se inspira en ejemplos como el jardín de Derek Jarman en Dungeness, un testimonio de creatividad y desafío en medio de la adversidad, y en las visiones utópicas de William Morris, quien imaginaba jardines compartidos como símbolos de igualdad y cooperación.
La prosa de Laing es rica y evocadora, llena de descripciones sensoriales que nos trasladan a los paisajes que ella misma cultiva y estudia. Su estilo combina la erudición con la accesibilidad, permitiendo que tanto expertas en jardinería como neófitas (como es mi caso) encuentren placer y conocimiento en sus páginas. Su enfoque en la intersección entre naturaleza, arte y política ofrece una perspectiva única que invita a reflexionar sobre el papel de los jardines en nuestras vidas contemporáneas.
El jardín contra el tiempo es, en última instancia, una meditación sobre la búsqueda de un paraíso común, un espacio donde la humanidad pueda reconectarse con la naturaleza y entre sí, superando las barreras de la exclusión y la desigualdad. Olivia Laing nos recuerda que, aunque los jardines sean efímeros y estén sujetos a las inclemencias del tiempo y la historia, encierran en su esencia la promesa de renovación y la posibilidad de imaginar un mundo más justo y armonioso.
Así que, adelante: hay una puerta en el muro que da a un jardín secreto...
"Tengo un sueño recurrente, aunque no de forma habitual. Sueño que estoy en una casa, y descubro una puerta que no sabía que existía. Se abre a un jardín inesperado y, durante un instante ingrávido, me encuentro habitando un nuevo territorio rebosante de posibilidades. Tal vez halle escalones que descienden hacia un estanque o una estatua rodeada de hojas caídas. Nunca está ordenado, y su aspecto descuidado siempre resulta fascinante, con la correspondiente sensación de riquezas ocultas. ¿Qué podría crecer aquí? ¿Qué extrañas peonías, iris, rosas encontraré? Me despierto con la impresión de que una articulación que soporta demasiada tensión se ha relajado, y de que todo fluye con vida nueva".
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