jueves, 16 de noviembre de 2023

Todos los cuerpos

Olivia Laing
Todos los cuerpos
Traducción de Montserrat Asensio Fernández
Paidós, 2022

"Este libro trata de cuerpos en peligro y del cuerpo como una fuerza para el cambio. Comencé a escribirlo durante la crisis de refugiados de 2015 y lo terminé justo cuando se empezaba a informar de los primeros casos de COVID-19. La nueva plaga ha revelado el aterrador alcance de nuestra vulnerabilidad física, mientras que el movimiento global Black Lives Matter del último año sugiere que la larga lucha por la libertad aún no ha llegado a su fin".


Descubrí a Olivia Laing con su libro La ciudad solitaria: aventuras en el arte de estar solo (Capitán Swing 2017; traducción de Catalina Martínez Muñoz), una obra muy sugerente en la que la autora sorprendía con su mezcla de autobiografía, sociología y crítica cultural. En las páginas finales de este libro Olivia Laing escribía lo siguiente:

"Estamos viviendo un proceso de gentrificación en las ciudades y también en las emociones, una homogeneización progresiva que produce un efecto de blanqueamiento e insensibilización. En el esplendor del capitalismo tardío, se nos inocula la idea de que todos los sentimientos complicados -la depresión, la ansiedad, la soledad, la ira- son simple consecuencia de una alteración química, un problema que hay que solucionar, en lugar de la respuesta a una injusticia estructural o, por otro lado, a la textura original de la encarnación corpórea, al hecho de cumplir condena, por utilizar esa memorable expresión de David Wojnarowicz, en un cuerpo alquilado, con todo el sufrimiento y la frustración que eso conlleva".

En el libro que ahora reseño es el cuerpo -alquilado o asumido como propio y apropiado, sufrido pero también disfrutado, frustrante pero también satisfactorio y satisfaciente- el protagonista absoluto. El cuerpo de la autora, en primer lugar ("si mi infancia me enseñó que el cuerpo es un objeto cuya libertad se ve limitada por el mundo exterior, también se me enseñó que es, en sí mismo, una fuerza para la libertad"), y desde ahí todos los cuerpos: cuerpos marcados por normatividades, cuerpos amenazados por la violencia, cuerpos enfermos, cuerpos marchando juntos protestando en las calles, cuerpos encerrados, cuerpos amados y deseados. El cuerpo, los cuerpos y sus diferencias se han vuelto omnipresentes y centrales en la política actual: el derecho a amar, a emigrar, a manifestarse, a reproducirse o a no hacerlo, a transformarse, a alimentarse... son derechos que se practican con/en/desde/para el cuerpo, objeto de luchas y de ejercicio de poder.

Uno de los protagonistas de este libro es Wilhelm Reich, acaso el primer freudomarxista al vincular, ya desde su temprana obra La función del orgasmo: sobre psicopatología y la sociología de la vida sexual (1927), el malestar psicológico de sus pacientes, objeto de atención del psicoanálisis, con factores estructurales señalados y analizados por el marxismo:
 
"Muchos de los pacientes a los que Reich atendía en Viena eran de clase trabajadora y, a base de escuchar sus historias, se dio cuenta de que los problemas que referían, el malestar psicológico, no eran consecuencia únicamente de las experiencias vividas durante la infancia, sino también de factores sociales como la pobreza, las malas condiciones de las viviendas, la violencia familiar y el desempleo. Era evidente que las personas estaban sometidas a fuerzas intensas que podían causar o más dolor que el objetivo de interés principal para Freud: la familia. Reich, que nunca se dejó amilanar por lo abrumador de las empresas que acometía, dedicó los años de entreguerras a intentar fusionar dos grandes sistemas de pensamiento con el objetivo de diagnosticar y tratar la infelicidad humana y quiso transformar las obras de Freud y Marx en un diálogo productivo, para gran desazón de los seguidores de uno y otro".

Olivia Laing reivindica la obra de Reich más allá de sus muchas derivas extravagantes (y de su paradójica homofobia: "Consideraba la homosexualidad un producto dela represión sexual, un tipo de desviación. Años después, en Nueva York, se negó a tratar a Allen Ginsberg porque era gay"). También transitan por el libro Susan Sontag (representada en buena parte a través de la biografía de Moser, ya reseñada aquí), Angela Carter y Andrea Dworkin debatiendo a propósito de Sade (y que me ha llevado a empezar a leer a ambas autoras, empezando por La mujer sadiana de Carter), o la artista cubano-estadounidense Ana Mendieta con su provocadora y desasosegante obra, en la que su propio cuerpo se convierte en material de trabajo. También Malcolm X (su cuerpo encerrado en la Colonia Penal de Norfolk, su mente liberada mediante la lectura casi obsesiva de la amplia oferta de libros de la biblioteca de la prisión), Martin Luther King y (¡qué descubrimiento!) Bayard Rustin, negro, gay, cuáquero, pacifista gandhiano encarcaledo por negarse a combatir en la Segunda Guerra Mundial, uno de los principales artífices del movimiento por los derechos civiles y mentor de King en su educación no violenta, pero invisibilizado por su homosexualidad.

Un libro complejo pero imprescindible. Un libro para releer y revisar. Un libro que es también una advertencia: el cuerpo, los cuerpos, continua siendo un campo de batalla en la actualidad y afrontamos el riesgo de perder esa batalla:

"Digamos que queremos un mundo mejor. Digamos que luchamos por él y que se viene abajo, que la gente sufre daños irreparables, que hay muertes. Digamos que el sueño era la libertad. Digamos que soñamos con un mundo en el que no se coarte, odie o mate a nadie por el tipo de cuerpo que habita. Digamos que creemos que el cuerpo puede ser una fuente de poder o de placer. Digamos que imaginamos un futuro en el que no se hace daño. Digamos que fracasamos. Digamos que fracasamos a la hora de materializar ese futuro.
En el fondo, todas las luchas del siglo pasado, del feminismo a la liberación homosexual o el movimiento de derechos civiles, trataron del derecho a acabar con la opresión basada en el tipo de cuerpo que se habita: la libertad para vivir donde se quiera, para trabajar donde se quiera y para pasear por donde se quiera sin arriesgarse a ser víctima de violencia o a morir;  la libertad para abortar, para besar en público o para mantener relaciones sexuales consensuadas sin la amenaza de una condena a prisión. Se obtuvieron victorias a base de grandes esfuerzos, pero no se consiguieron para siempre y ya están empezando a desvanecerse".

Lo corporal es político. Aquí, una entrevista de la autora por Carmen Sigüenza para Efeminista.

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