Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo. Y otros argumentos a favor de la independencia económica
Traducción de Blanca Rodríguez
Capitán Swing, 2021
"El capitalismo desregulado es un asco para todo el mundo, pero mi intención es centrarme en explicar que el daño que inflige a las mujeres es desproporcionado. [...] [L]as mujeres tienen más dificultades en los países cuyos mercados están menos coartados por la regulación, la carga fiscal y las empresas públicas que en aquellos en los que el Estado reinvierte sus ingresos en el incremento de la redistribución de la riqueza y de las redes de protección social".
No, no es el KamasURSStra (perdón, perdón, perdón). Más que el efectista título es el subtítulo el que enmarca y ofrece las claves de este libro que, sin descubrirnos nada que no sepamos o, incluso, suframos, abunda en sugerencias que fortalezcan un discurso crítico con la doxa neoliberal dominante en la actualidad, que identifica capitalismo desregulado con libertad general. Sí, lo de Ayuso.
El capitalismo es un sistema que solo se sostiene generando permanentemente una situación universal de necesidad. Aunque para cada persona sea muy relevante (hasta convertirse en cuestión de vida o muerte), para el sistema es indiferente que esta necesidad sea física, material, sustancial, objetiva, básica (alimento, techo, seguridad...) o subjetiva, ficticia, inducida, innecesaria (asistir al concierto de no sé quién, comprar unas zapatillas de tal marca, pasar las vacaciones en un lugar lo más lejano posible...). El capitalismo nos quiere necesitadas, endeudadas. Como señala Max Weber, el capitalismo inició su andadura reventando la posibilidad y la idea misma de suficiencia:
Siendo el capitalismo la tercera y más reciente de las estructuras de dominación y privilegio que organizan nuestra existencia, tras el patriarcado y el colonialismo, es evidente que si, como dice Ghodsee, "el capitalismo desregulado es un asco para todo el mundo", lo será en mucha mayor medida para quienes acumulan sobre sí opresiones, como las mujeres y las personas racializadas. En el caso de las primeras, que son de las que se ocupa la autora, el capitalismo necesita que una inmensa mayoría de las mujeres sean económicamente dependientes:
"El capitalismo medra con el trabajo no remunerado en el hogar que realizan las mujeres porque estos cuidados sostienen un sistema tributario menos impositivo. Y menos impuestos significan más beneficios para los que están arriba, que son casi todos hombres".
Nada nuevo bajo el sol. Pues bien, profesora de Estudios de Rusia y Europa del Este de la Universidad de Pensilvania y experta en el estudio de la vida cotidiana bajo el socialismo y los trastornos sociales, políticos y económicos posteriores a la caída del Muro de Berlín, Kristen R. Ghodsee analiza la manera en que en los distintos países del socialismo de Estado, cada uno con sus especificidades, coincidieron en impulsar políticas laborales y sociales que redujeron la dependencia económica de las mujeres respecto de los hombres: "Estas políticas ayudaron a desvincular el amor y la intimidad de consideraciones económicas. Cuando las mujeres disfrutan de sus propias fuentes de ingresos y el Estado garantiza la seguridad social en la vejez, la enfermedad y la discapacidad, las mujeres no tienen motivos económicos para permanecer atadas a relaciones abusivas, alienantes o insanas por el motivo que sea".
Esta reducción de la dependencia económica y su consecuencia, el aumento de la independencia vital de las mujeres respecto de sus parejas varones, llevó en la década de 1970 a que las feministas socialistas estadounidenses afirmaran que "acabar con el patriarcado no era suficiente, pues la explotación y la desigualdad perdurarían mientras las élites financieras siguieran construyendo sus fortunas a costa de mujeres dóciles que traían trabajadores al mundo a cambio de nada".
Pero el comunismo tampoco acabó con el patriarcado, por lo que habría que decir que acabar con el capitalismo tampoco fue suficiente. Como reconoce la autora, "ninguno de estos países promovió los derechos de las mujeres con la finalidad o la intención de favorecer su individualidad ni su autorrealización, sino en cuanto que trabajadoras y madres, para que participaran de una forma plena en la vida colectiva de la nación".
Es cierto que hubo grandes mujeres, como Aleksandra Kollontai, empeñadas en lograr la emancipación efectiva de las mujeres, con iniciativas como la creación en 1919, en el marco de las decisiones adoptadas en el Octavo Congreso del Partido Comunista, del Jenotdel, el Departamento de la Mujer, "que supervisaba la aplicación de un programa radical de reforma social que llevaría a la completa emancipación de las mujeres". Pero su recorrido fue muy limitado:
Jenotdel, declarando que la «cuestión de la mujer» estaba solucionada. En 1936, por si no fuera suficiente con su programa de continuas purgas arbitrarias y de terror de Estado, revirtió las políticas más progresistas, prohibió el aborto y reinstaló la familia tradicional. La rápida industrialización del Estado soviético exigía que las mujeres trabajasen, tuvieran bebés y asumiesen la tarea de los cuidados, de la cual el primer Estado socialista del mundo todavía no era capaz de hacerse cargo. Las soviéticas estaban muy lejos de la emancipación, y Aleksandra Kollontai pasó los años que le quedaban en un exilio diplomático".
De ahí que Kristen R. Ghodsee no plantee, en ningún caso, regresar a aquel socialismo de Estado del siglo XX que se hundió "bajo el peso de sus propias contradicciones, que abrieron una inmensa brecha
entre los ideales que declaraban sus autoritarios líderes y la realidad de sus actuaciones". Como bien dice, "[l]as libertades políticas básicas no se pueden intercambiar por la garantía de un empleo". Su propuesta, su ideal, se orienta más bien hacia la socialdemocracia escandinava y su combinación de libertad individual y protección social:"Una red de protección social más amplia, como las que podemos encontrar en los países de la actual Europa septentrional, aumentaría la libertad personal, en lugar de reducirla, porque devolvería a la ciudadanía la capacidad de tomar las decisiones más importantes sobre sus propias vidas. Nadie debería verse en la obligación de continuar en un trabajo que detesta por causa del seguro médico ni de seguir con una pareja que le pega porque no sabe cómo podrá dar de comer a sus hijos si la deja, ni de acostarse con un señor mayor porque no puede pagarse los libros de texto".
No hay libertad cuando nos vemos forzadas a vivir en la necesidad. Esto es inapelable. Es la gran intuición que dignifica la propuesta de Marx (“El reino de la libertad solo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos"), coincidente con la de Beveridge ("Freedom from want", libertad de la necesidad) y la de Keynes.
El libro de Kristen R. Ghodsee se suma a otras muchas obras que desde la sociología y la economía feministas denuncian el capitalismo desembridado como una amenaza letal a la libertad y a la vida de todas, pero especialmente de las mujeres, y en particular de las mujeres racializadas y pobres, intersecadas por las estructuras de dominación que configuran nuestro mundo. Ya solo por eso merece ser leído. Pero es que además está muy bien escrito.
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