sábado, 11 de diciembre de 2021

Arboleda

Esther Kinsky
Arboleda. Una novela del territorio
Traducción de Richard Gross
Editorial Periférica, 2021 

"Las malas noticias son tijeras o cuchillos filosos que parten la película del mundo. Cuchillo o tijera: ¿qué corta mejor? Una pregunta ociosa que, en cualquier caso, sólo se plantea años después, por ejemplo, cuando, a posteriori, se intenta remendar la cinta cortada. Los cabos no se dejan juntar de manera que encajen, siempre se producen solapamientos o dislocaciones; una mitad de la cara del niño a punto de reír queda por debajo de la otra o pegado a un rosal o a una jamba, demasiado alta para el pequeño cuerpo, y la risa se malogra para siempre en un fracaso interminable. De un momento a otro me vi sentada, a oscuras, entre dos tiras de celuloide ondulantes, mientras la banda sonora continuaba por razones que para mí eran inexplicables".


Un libro sobre el duelo, sobre la continua relación entre vii (las personas vivas) y morți (las personas muertas) que equilibra el mundo.

Dos meses y un día después del entierro de M. la protagonista llega a la pequeña localidad de Olevano Romano, a 45 kilómetros de Roma. Alquila una casa en las afueras, cerca del cementerio: "Cuando la noche es muy oscura, el cementerio iluminado por las luces perpetuae flota como una isla en la negrura. La isla de los morți sobre el valle de los vii". Allí pasea por el pueblo y sus alrededores, contempla su vida cotidiana, visita las tumbas al atardecer, sueña, sobrelleva la pesadez de un "corazón de plomo" convertido en su estado natural, visita otras localidades, recuerda su infancia y los numerosos viajes a Italia impulsadas por su padre: "No teníamos allí familia ni tampoco lugar, pero mi padre hablaba italiano y entre los viajes y su hablar o querer hablar una lengua incomprensible para mí existía una relación que acepté sin hacer preguntas".

Un relato sin diálogos, pausado, lleno de hermosas y detalladas descripciones; un libro para leer como una infusión caliente, a sorbos lentos, dejando que cada capítulo (todos breves, pocos superan las cuatro páginas) nos caliente el corazón.
 
Cortada a cuchillo o tijera, la cinta que reproduce la película del mundo vuelve a juntar sus cabos, aunque no encajen perfectamente, y la banda sonora de la vida continua dejándose oir.
 

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