sábado, 5 de diciembre de 2020

Los amnésicos

Géraldine Schwarz
Los amnésicos
Traducción de Núria Viver Barri
Tusquets, 2020 (5ª ed.)
 

"Los padres de mi padre no habían estado ni del lado de las víctimas, ni del lado de los verdugos. No se habían distinguido por actos de valentía, pero tampoco habían pecado por exceso de celo. Simplemente eran Mitläufer, personas «que siguen la corriente». Simplemente, en el sentido de que su actitud había sido la de la mayoría del pueblo alemán, una acumulación de pequeñas cegueras y de pequeñas cobardías que, sumadas unas a las otras, habían creado las condiciones necesarias para el desarrollo de los peores crímenes de Estado organizados que la humanidad haya conocido jamás. Después de la derrota y durante largos años, a mis abuelos les faltó perspectiva, como a la mayoría de los alemanes, para darse cuenta de que, sin la participación de los Mitläufer, incluso aunque hubiera sido ínfima a escala individual, Hitler no habría estado en condiciones de cometer crímenes de aquella magnitud".

 

Hija de padre alemán y madre alemana Géraldine Schwarz tiene un abuelo paterno que, valiéndose de la legislación nazi para la "arianización" de todos los bienes propiedad de judíos (hogares, obras de arte, negocios o empresas), en 1938 adquirió, por un precio muy inferior a su valor real, una empresa a sus propietarios judíos, posteriormente asesinados en Auschwitz. También tiene un abuelo materno que fue gendarme al servicio del gobierno colaboracionista de Vichy: "Por allí pasaban los clandestinos que huían, los judíos y los resistentes del bastión de la región montañosa de Morvan [...] ¿Mi abuelo había arrestado a alguno? ¿Los había mandado al otro lado y los había entregado a los alemanes? ¿Había disparado contra los que huían? Nunca lo sabré, pero mi madre y mi tío recuerdan que, después de la guerra, su padre decía que, cuando podía, cerraba los ojos. Y por lo que sé de él, me inclino a creerlo".

A partir de la historia de su familia, particularmente de su rama paterna, la autora profundiza en la memoria de una Alemania, sí, pero también de una Europa y de una sociedad internacional que siguieron la corriente al nazismo hasta que esa corriente se convirtió en una inundación que amenazó con inundarlo todo.

Schwarz recuerda que en julio de 1938, cuando la dramática situación de la población judía en Alemania y Austria era más que conocida, el presidente Roosvelt convocó una conferencia internacional en la localidad francesa de Évian-les-Bains, famosa por sus balnearios de aguas termales, con el objetivo de los países participantes en la misma asumieran el compromiso de acoger a personas refugiadas que huian del nazismo. Acudieron a la convocatoria 32 Estados (Italia y la URSS rechazaron participar), cuyos representantes se reunieron durante nueve días en el lujoso Hotel Royal, a orillas del lago Lemán. Pero, aunque "los delegados internacionales se sucedieron en la tribuna para expresar su profunda compasión por la suerte de los judíos en Europa [...] ninguno ofreción su hospitalidad, excepto la República Dominicana, que reclamó subvenciones a cambio". Se trataba de encontrar acomodo a unos 360.000 judíos alemans y a otros 185.000 austríacos, unas cifras irrisorias, correspondientes a personas mayoritariamente urbanas, formadas, con capacidades intelectuales y empresariales, cuya aportación a los países que las acogieran sólo podría ser beneficiosa. Pero ni por esas: "Estados Unidos, representado por un simple hombre de negocios [Roosevelt optó por no enviar a ningún funcionario de alto rango, sino a su amigo, el empresario Myron C. Taylor], se negó a elevar sus cuotas, fijadas en 27.370 visados al año para Alemania y Austria. Con ello, uno de los países más influyentes del planeta había marcado el tono y el resto del mundo se apresuró a seguirlo".  

Hoy la historia se repite con las refugiadas y refugiados que cada día se lanzan al Mediterráneo.

Géraldine Schwarz repasa críticamente la manera en que tras la guerra se afrontó este oscuro pasado, especialmente en Alemania donde, tras los juicios de Núremberg, la llamada "desnazificación" no pasó de ser más que una operación cosmética, al permitirse la readmisión a sus empleo de centenares de miles de funcionarios que los Aliados habían despedido por su proximidad al régimen de Hitler y aprobarse en 1954 una ley de amnistía que reconocía como circunstancia atenuante la "obediencia en estado de urgencia" (Befehlsnotstand) incluso en el caso de altos funcionarios nazis o de personas condenadas por crímenes de guerra. "La leyenda según la cual era imposible desobedecer una orden criminal sin arriesgar la vida -algo que Schwarz cuestiona, como ya lo hizo Ch. R. Browning en Aquellos hombres grises- había conseguido un estatuto oficial".

También reflexiona sobre la forma en que una parte de la juventud alemana de los años sesenta sustituyó la amnesia de sus padres por la confrontación con su pasado, sobre las políticas de memoria implementadas en Europa, la reunificación de las dos Alemanias, la eclosión de movimientos de extrema derecha como Pegida y Alternativa para Alemania, así como en otros muchos países europeos, y advierte contra el riesgo de que la amnesia pueda estar contaminando Europa de nuevo.

También nos ofrece una vacuna para prevenir ese riesgo: "A menudo, me pregunto lo que yo habría hecho. Nunca lo sabré. Lo que importa lo comprendí leyendo estas líneas del historiador Norbert Frei: que no sepamos cómo nos habríamos comportado 'no significa que no sepamos cómo habriamos tenido que comportarnos'. Y cómo tendríamos que comportarnos en el futuro".

Es un libro que hay que leer.

Aquí, una entrevista con la autora.

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