Gabi Martínez
Un cambio de verdad. Una vuelta al origen en tierra de pastores
Seix Barral, 2020
"Hasta hace unas décadas, atraía ir adonde nadie había estado, hacer lo que nadie había logrado. la novedad seducía por el hecho de serlo y todo se saturó de primicias vulgares. Pero algunas personas han percibido que, tal y como van las cosas, la mejor novedad está en lo viejo. Que sin duda urge recordar cuánta belleza hay en lo antiguo, conferida por el tiempo, con su pátina de aire y polvo y de erosión natural. Que habría que extender el afán por conservar lo que otros descubrieron o modelaron, inaugurando un período de rescates. Un período Salinger, en el que haya miles o millones de guardianes entre el centeno o entre la avena o el maíz formando un gran cordón al borde del precipicio para evitar que muchos de esos niños y mayores que corremos por este campo de espigas demasiado altas, que se extiende hasta el borde del abismo, nos despeñemos. Que habría que impulsar un cambio de paradigma que promueva los rescates y los difunda como éxitos [...]. Porque, ahora, permanecer es el mérito. Encontrar ya no es la prioridad. El hallazgo puede ser bonito, emocionante, satisfactorio. Pero la prioridad es el rescate".
En el invierno de 2017, Gabi Martínez inició la experiencia de instalarse como aprendiz de pastor en La Siberia extremeña, comarca del nordeste de Badajoz, para experimentar el estilo de vida rural en el que creció su madre, Eloísa, antes de la familia emigrara a Barcelona, como hicieran tantas otras personas nacidas en la zona. Tirando de sus raíces familiares, con un abuelo pastor al que no llegó a conocer, que llevaba a su hija Eloísa al campo "para enseñarle lo que yo quiero aprender", el autor se sumerge y nos sumerge en un paisaje esplendoroso de grandes embalses, dehesas y pastos y en las vidas de las personas que lo habitan y trabajan en el.
Conocerá a rescatadores de animales caídos en las aguas de los muchos canales o enredados en las marañas vegetales. Palpará las tensiones entre ganaderos y ecologistas ante la posibilidad de lograr para La Siberia la calificación de Reserva de la Biosfera, se acercará a la inveterada cultura de la caza y conocerá de primera mano los problemas a los que se enfrentan las y los agentes forestales en su lucha contra el furtivismo. Convivirá con los mastines que protegen los rebaños de unos lobos que hace tiempo dejaron de trotar por esos lares pero que siguen muy presentes en el imaginario de los lugareños, reivindicará la figura y el legado de Félix Rodríguez de la Fuente, compartirá algunos días de verano con su hijo Gael...
Dejará de correr, ralentizará el paso, pausará su ritmo adaptándolo
al de su entorno natural y humano. Compartirá, así, los sueños de
pastores que luchan por recuperar la pureza de la oveja merina (apenas
180 mil de los 16 millones de ovejas que hay en España), de apicultores y
queseros; la apuesta de neorurales, con raíces en la zona o sin ellas,
que han impulsado distintas iniciativas en la zona. Como Javier, que
habiendo vivido en Madrid o Ibiza regresó a su pueblo tras el
fallecimiento de su padre:
"En la parte de atrás de su casa, había un pequeño huerto desasistido que Javier no tocó al llegar. Un día, al volver de dar una vuelta, se encontró el huerto cavado y regado. 'Deduje que había sido mi vecino. No podía ser nadie más. No soportó ver cómo las plantas se morían, así que se coló por detrás y regó y cuidó aquello sin contar conmigo -me había dicho Javier-. Mi vecino tiene ochenta y pico años [...]'. Desde entonces, Javier cuida su huerto, curte pieles, sabe atar ovejas y hace árboles en miniatura enredando alambres que crecen desde un emplasto de yeso. Las hojas las consigue triturando espuma de los colchones".
Escrito con un lenguaje luminoso, el libro va de eso: de rescates. De rescatar un corzo caído en el canal o un buitre enredado en los matorrales; de rescatar a la oveja merina; de rescatar un pequeño huerto desasistido; de rescatar especies endémicas; de rescatar saberes y vivires de una tierra hermosa y abandonada; de rescatar ritmos, aspiraciones, experiencias, deseos, modos de vida...
Porque, como escribe Wendell Berry: "No es necesario que ideemos o imaginemos 'mundos futuros': habremos sido esencialmente justos con ellos si cuidamos el mundo presente. La bondad del futuro está implícita en las tierras, los bosques, los pastos, los humedales, los desiertos, las montañas, los ríos, los lagos y los océanos que ahora tenemos. La única 'futurología' válida de que disponemos es la de cuidar de todo ello" (El fuego del fin del mundo, traducción de David Muñoz Mateos, Errata naturae 2020).
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