Raúl López Romo, Gaizka Fernández Soldevilla, María Pilar Rodríguez Pérez, Iñaki garcía Arrizabalaga, Rafael Leonisio, Lourdes Pérez, Reyes Mate, Imanol Zubero, Izaskun Sáez de la Fuente, Denis Itxaso, Idoia Mendia
Del final del terrorismo a la convivencia
Los Libros de la Catarata / Ramón Rubial Fundazioa, Madrid / Bilbao 2019
“Algo extraño a mí –el rostro del otro hombre- me obliga a romper mi indiferencia. Soy molestado, me veo desembriagado de mi vida, despertado de mi sueño dogmático, expulsado de mi reino de inocencia y llamado por la intrusión de otro a una responsabilidad que no elegí ni quise” (Alain Finkielkraut).
La presidenta de la Fundación Ramón Rubial, Eider Gardeazabal, abre y cierra el prefacio del libro con una referencia expresa a esas nuevas generaciones de vascas y vascos que no han vivido "la experiencia corrosiva del terrorismo de ETA". Contiene las reflexiones, diversas, de personas adultas que sí han vivido esa experiencia, con mayor o menor intensidad en función de su edad y trayectoria vital o que, en todo caso, se han hecho explícitamente la pregunta que Eider Gardeazabal considera que aún no se ha planteado en toda su radicalidad la sociedad vasca: "¿Cómo consintió una sociedad próspera y educada que, delante de sus ojos, una minoría violenta amenazara y asesinara a las personas que se oponían a sus designios?".
Este es, por tanto, un libro reflexionado, sí, pero sobre todo es un libro recordado.
Este es, por tanto, un libro reflexionado, sí, pero sobre todo es un libro recordado.
Eduardo Galeano abre uno de sus libros más hermosos, El libro de los abrazos (Siglo XXI, Madrid 1989), con esta definición: "Recordar: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón". No sé hasta qué punto se trata de una definición etimológicamente correcta: no coincide con lo que nos dice la RAE, que reduce el recuerdo a una actividad más mental que cordial. Pero siempre me ha parecido una definición más adecuada para referirnos a recuerdos que van mucho más allá de un mero apunte en la agenda, a recuerdos que nos devuelven experiencias de compromiso, de sufrimiento, de dolor.
Este es un libro cuyas autoras y autores han hecho, estoy seguro, el ejercicio de volver a pasar por su corazón un tiempo duro, sucio, complejo, que desearíamos dejar atrás definitivamente. Pero, como advierte Rafael Leonisio en su texto, es imprescindible "leer la página antes de pasarla". También esa página.
Desde esta perspectiva, el primero de los ensayos del libro, el firmado por Raúl López Romo, se inicia con esta directísima admonición: “Hijos: No os dejéis engatusar por los que pretenden dar un sentido trascendente a la actividad indigna de maltratar al otro”. Admonición que recuerda de inmediato a uno de los más inspirados y desasosegantes poemas de Jon Juaristi, el titulado Spoon River, Euskadi: "Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes y por qué hemos matado tan estúpidamente. Nuestros padres mintieron: eso es todo".
Evidentemente eso no es todo, porque nada es todo y porque también hubo padres y madres que no mintieron, que cuestionaron la violencia de sus hijas e hijos, sin que por ello pudieran evitarla. Pero, sin explicarlo todo, sí explica mucho. Hubo padres, también madres, pero fueron sobre todo padres, que mintieron sobre nuestro pasado. A sus propios hijos y, muchas veces, a otras personas jóvenes que confiaron en su experiencia y su palabra.
En algún artículo y en alguna entrevista de hace años he dicho que en este país se ha practicado una forma de pedofilia política, de abuso ideológico de menores, que ha transmitido una visión totalitaria de la historia y la sociedad vascas que no sé si ha empujado, pero sí ha legitimado a muchas personas jóvenes a cometer actos de acoso y violencia.
Izaskun Sáez de la Fuente aborda esta delicada cuestión de la transmisión en un texto que armoniza su condición de analista experta del fenómeno del terrorismo vasco con su calidad de madre y, por ello, de responsable de la primera socialización en el seno de su familia. “Bajo la perspectiva ética, como padres y madres tenemos una responsabilidad ineludible. Otra cosa es de qué manera gestionarla”, escribe. “¿De qué hablamos en familia?”, se pregunta y nos pregunta. "¿Hablamos con nuestras hijas e hijos de la violencia (de las violencias) sufrida en Euskadi durante cinco décadas?".
Hay familias que sí lo han hecho. Lo han hecho las familias de las víctimas de ETA. Lo han hecho transmitiendo una memoria de sufrimiento injusto, reivindicando verdad, justicia y reparación, nunca apelando a la venganza cegadora del ojo por ojo. La reflexión de Iñaki García Arrizabalaga en este libro es el mejor ejemplo de esta impresionante actitud.
[Acaso me equivoque, pero solo conozco de un caso de un descendiente de víctimas de ETA que se haya visto implicado en actos de venganza violenta, e incluso en este caso la implicación no fue verificada por los tribunales de justicia. Me refiero a Ricardo Sáenz de Ynestrillas, hijo del comandante del Ejército español Ricardo Sáenz de Ynestrillas Martínez, que presenció el asesinato de su padre a manos de ETA, el 17 de junio de 1986, frente al portal de su casa. Fue procesado y absuelto por el asesinato del diputado de Herri Batasuna Josu Muguruza (perpetrado en Madrid en 1989) y diez acciones terroristas más contra ETA y personas relacionadas con el independentismo vasco].
También lo han hecho otras familias, contribuyendo a la transmisión intergeneracional del relato que legitima y sostiene el terrorismo. Familias que, en muchas ocasiones, aunque no siempre, contienen en su seno experiencias de represión, también a veces de violencia, que las convierte objetiva o subjetivamente en víctimas (de la guerra civil, de la dictadura franquista, de la tortura, del terrorismo de extrema derecha, del Estado…). Estas otras familias han configurado poderosas comunidades de sufrimiento, humus que ha alimentado en sus generaciones más jóvenes la justificación de la violencia contra personas e instituciones definidas como enemigo y, en muchos casos, la decisión personal de atentar contra la libertad y la vida de otras personas.
Pero unas y otras fueron, según concluye Izaskun, minoritarias en Euskadi: “La mayoría de la sociedad vasca y de sus familias mantuvo una actitud de indiferencia y vivió bastante bien durante el periodo en que ETA actuó sin sentirse interpelada por las víctimas que la organización armada, el terrorismo de Estado o la violencia policial o parapolicial creaban”.
Este libro, coordinado por Kepa Aulestia, no pasa facturas ni ofrece recetas. Simplemente comparte recuerdos, los reflexiona y confía en que reflexiones y recuerdos puedan contribuir, sumados a los de otras muchas personas, a transitar con decencia el camino que lleva del final del terrorismo y las violencias a la convivencia.
Evidentemente eso no es todo, porque nada es todo y porque también hubo padres y madres que no mintieron, que cuestionaron la violencia de sus hijas e hijos, sin que por ello pudieran evitarla. Pero, sin explicarlo todo, sí explica mucho. Hubo padres, también madres, pero fueron sobre todo padres, que mintieron sobre nuestro pasado. A sus propios hijos y, muchas veces, a otras personas jóvenes que confiaron en su experiencia y su palabra.
En algún artículo y en alguna entrevista de hace años he dicho que en este país se ha practicado una forma de pedofilia política, de abuso ideológico de menores, que ha transmitido una visión totalitaria de la historia y la sociedad vascas que no sé si ha empujado, pero sí ha legitimado a muchas personas jóvenes a cometer actos de acoso y violencia.
Izaskun Sáez de la Fuente aborda esta delicada cuestión de la transmisión en un texto que armoniza su condición de analista experta del fenómeno del terrorismo vasco con su calidad de madre y, por ello, de responsable de la primera socialización en el seno de su familia. “Bajo la perspectiva ética, como padres y madres tenemos una responsabilidad ineludible. Otra cosa es de qué manera gestionarla”, escribe. “¿De qué hablamos en familia?”, se pregunta y nos pregunta. "¿Hablamos con nuestras hijas e hijos de la violencia (de las violencias) sufrida en Euskadi durante cinco décadas?".
Hay familias que sí lo han hecho. Lo han hecho las familias de las víctimas de ETA. Lo han hecho transmitiendo una memoria de sufrimiento injusto, reivindicando verdad, justicia y reparación, nunca apelando a la venganza cegadora del ojo por ojo. La reflexión de Iñaki García Arrizabalaga en este libro es el mejor ejemplo de esta impresionante actitud.
[Acaso me equivoque, pero solo conozco de un caso de un descendiente de víctimas de ETA que se haya visto implicado en actos de venganza violenta, e incluso en este caso la implicación no fue verificada por los tribunales de justicia. Me refiero a Ricardo Sáenz de Ynestrillas, hijo del comandante del Ejército español Ricardo Sáenz de Ynestrillas Martínez, que presenció el asesinato de su padre a manos de ETA, el 17 de junio de 1986, frente al portal de su casa. Fue procesado y absuelto por el asesinato del diputado de Herri Batasuna Josu Muguruza (perpetrado en Madrid en 1989) y diez acciones terroristas más contra ETA y personas relacionadas con el independentismo vasco].
También lo han hecho otras familias, contribuyendo a la transmisión intergeneracional del relato que legitima y sostiene el terrorismo. Familias que, en muchas ocasiones, aunque no siempre, contienen en su seno experiencias de represión, también a veces de violencia, que las convierte objetiva o subjetivamente en víctimas (de la guerra civil, de la dictadura franquista, de la tortura, del terrorismo de extrema derecha, del Estado…). Estas otras familias han configurado poderosas comunidades de sufrimiento, humus que ha alimentado en sus generaciones más jóvenes la justificación de la violencia contra personas e instituciones definidas como enemigo y, en muchos casos, la decisión personal de atentar contra la libertad y la vida de otras personas.
Pero unas y otras fueron, según concluye Izaskun, minoritarias en Euskadi: “La mayoría de la sociedad vasca y de sus familias mantuvo una actitud de indiferencia y vivió bastante bien durante el periodo en que ETA actuó sin sentirse interpelada por las víctimas que la organización armada, el terrorismo de Estado o la violencia policial o parapolicial creaban”.
Este libro, coordinado por Kepa Aulestia, no pasa facturas ni ofrece recetas. Simplemente comparte recuerdos, los reflexiona y confía en que reflexiones y recuerdos puedan contribuir, sumados a los de otras muchas personas, a transitar con decencia el camino que lleva del final del terrorismo y las violencias a la convivencia.
Desarrollé algunas de estas ideas en la conversación que mantuve el pasado 7 de febrero en la Biblioteca de Bidebarrieta, con Izaskun Sáez de la Fuenta y Eva Domaika.
Mi colaboración al libro puede leerse aquí.
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