sábado, 7 de septiembre de 2019

Las viejas sendas

Robert Macfarlane
Las viejas sendas
Traducción de Juan de Dios León Gómez
Pre-Textos, 2017


"Es bien cierto que, una vez se repara en ellos, se advierte que el paisaje está repleto de senderos y veredas, que en ocasiones discurren paralelos a la moderna red de comunicaciones, y otras entrecruzándose con ella o cortándola en perpendicular. Vías de peregrinacion, vías verdes, cañadas, viejos caminos que van a cementerios, trochas, pasajes, calzadas, vericuetos, sendas, cruces, accesos, travesías -pronunciadas en alto y a cierto ritmo, sus nombres comienzan a sonar como un poema o un ensalmo-, camberas, lindes, pasos, atajos, pistas, cordeles, vaguadas, rondas, servidumbres, caminos de herradura, caminos de sirga, caminos vecinales, caminos carreteros...".

Este es un libro consagrado al acto de caminar, y a todo lo que este simple y natural acto conlleva. En los últimos años, coincidiendo con el auge de la nature writing, se han publicado en castellano muchos y muy buenos libros en los que la experiencia de caminar, más incluso que el destino al que se va o el recorrido que se hace, se convierte en protagonista del relato.

Libros como Elogio del caminar (David Le Breton, Siruela 2011), El arte de pasear (Karl Gottlob Schelle, Díaz y Pons Editores 2013), Wanderlust. Una historia del caminar (Rebecca Solnit, Capitán Swing 2015), Cansasuelos (Ander Izagirre, Libros del K.O. 2015), En los senderos (Robert Moor, Capitán Swing 2018) o La montaña viva (Nan Shepherd, Errata Naturae 2019), por citar los que tengo a mano en este momento. Y por citarlos todos, con cariño recuerdo el libro del jesuíta Luis María Armendáriz, cuya inmensa sabiduría y aún más inmensa amabilidad me introdujo en la Escatología, Caminos de monte, senderos de trascendencia (Ediciones Mensajero 2012).

Como digo, son libros en los que es más importante el camino que llegar a Ítaca, lo que los distingue de otros excelentes libros de viajes o de montañismo. En este sentido, se trata de obras que entroncan con las de Patrick Leigh Fermor (El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua, RBA Libros 2011, edición original de 1977 y 1986) o con la de Henry David Thoreau (Pasear, José J. de Olañeta editor 1999, edición original de 1861).

El libro de Macfarlane destaca entre todos los libros anteriormente citados. Durante tres años el autor recorrió rutas ancestrales por Inglaterra, Escocia, Palestina, el Himalaya o España, en un ejercicio fascinane de topografía profunda, entendiendo por tal "la aproximación a los paisajes como un proceso de inmersión integral y multidisciplinar: histórica, folclórica, geológica, biológica, toponímica y cartográfica" (como explica en una nota al pie el tradictor del libro), pero también psicológica, espiritual y, en su viaje a Palestina, donde caminar se convierte en un "acto de resistencia", política.

El poeta Edward Thomas, al que ya me he referido aquí, es la figura espiritual que le sirve de guía en todas esas travesías, "la luz que guía este libro". Poeta caminante, profundamente conectado al paisaje de la campiña inglesa, como puede verse en este poema:

Las verdes sendas

Las verdes sendas que terminan en el bosque
las cubren blancas plumas de gansos este junio
como marcas de alguien que mostrara sus pasos
al interior del bosque, pero no ha regresado.
En cada senda, una cabaña mira al bosque.
Una la cubren las ortigas; otra, las flores.
En una va un anciano solo por entre el bosque;
de la otra se ve partir tan sólo un niño.
Entre los setos que rodean este bosque,
un tordo canturrea su canción todo el día

Macfarlane confiesa que "fue Thomas, por encima de cualquier otra persona, quien me incitó a descubrir los caminos. [...] Despues de tantos años de caminatas, y de tantos kilómetros recorridos, sus libros me servían como una especie de mapa soñado, el resultado de una cartografía imaginada, sin un norte preciso"

El libro de Macfarlane ha ejercido sobre mí la misma influencia. Maravilloso.

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