"La memoria no cesa. La demolición efectiva de Empiria provoca una huida masiva. Las más ínfimas grietas bastan para la avalancha de la carne. A pesar de las estrictas medidas de bloqueo, cientos de empíreos se lanzan a las aguas en busca de un futuro. Su esperanza de vida es más fuerte que su miedo a perderla. Las islas próximas se ven sometidas a un asedio. Se producen respuestas que van desde la adopción desinteresada hasta el rechazo violento. El mar se cubre de abrazos y se abre como una tumba. También en el seno del Consejo de Estados hay discrepancias. Varias islas, considerando el pasado de Empiria, muestran su disposición a recibir a sus naturales. La línea dura del Sistema apela a un principio no escrito, pero asumido por el archipiélago tras la descomposición de la Historia Moderna: la compasión no tiene cabida en la ordenación territorial del Sistema. Desde el momento en que el Sistema enuncia la división Propio/Ajeno, no cabe consideración de iguales hacia quienes han perdido el rango de pertenencia. El Sistema es teologal: hay luz y tinieblas. Y el Dado, recogiendo el sentir de las potestades, recuerda a los sistémicos que la fortaleza del archipiélago radica en su confianza en la exclusión. Los refugiados que hayan sido acogidos en alguna de las islas del Sistema tienen noventa y seis horas para regresar a territorio Ajeno. El riesgo que se corre por no plegarse a esa directiva es doble: no está sólo en juego un castigo por su conducta, sino que, por extensión, quienes hayan ayudado, cobijado o asumido a empíreos serán también sancionados con el destierro. La mayoría de las grandes fortunas de Empiria son vistas entre tanto en alguna de las capitales del Sistema. El doble rasero con que se mide a estos expatriados no contradice los dictados del Dado. El dinero es una virtud excluyente".
Ricardo Menéndez Salmón, El Sistema, pp. 84-85.
"Detrás de la cabaña de revelado y diagramación, en un tramo de césped cubierto por margaritas de un color rabioso, yacen tres cuerpos sin nombre. Aunque viajaban sin documentos, el Narrador los consideró siempre una familia. Fueron escupidos por el mar tras una tormenta. No se encontraron restos de la embarcación. Un hombre alto, huesudo, al que los peces había devorado el rostro; una mujer pequeña y frágil, maravillosamente intacta; un niño de apenas tres años, con las piernas quebradas como listones de madera. Las autoridades decidieron que fueran enterrados sin ceremonia, con la eficacia exenta de piedad concedida a los Ajenos. El Narrador pensó en ellos durante semanas. Un día los olvidó. Pero esta tarde algo, un impulso sin nombre, conduce sus pasos hasta donde reposan.
En pie sobre el manto de flores, las manos en los bolsillos y el aire salado en el rostro, piensa, por vez primera durante este tiempo, en una posibilidad no contemplada. ¿Y si los extraños no fueran Ajenos que buscaban su lugar bajo el sol de Realidad, sino Propios que huían de una existencia angosta y desgraciada? La pregunta es como una bandera al viento".
Ricardo Menéndez Salmón, El Sistema, p. 54.
Presentado como una distopía, en realidad el libro de Menéndez Salmón es crónica profunda de nuestro tiempo. No es preciso pensar demasiado para imaginar que país real puede ser esa Empiria de la que sus habitantes intentan desesperadamente huir; cual esa Realidad archipelágica que, convertida en Sistema, atrae a quienes huyen; qué instituciones son ese Dado que legisla seguridad sin compasión.
¿Y si los extraños no fueran Ajenos que buscaban su lugar bajo el sol de Realidad, sino Propios que huían de una existencia angosta y desgraciada?
El miércoles, nos encontramos.
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