El empeño del PSOE por negar la posibilidad
aritmética de conformar un gobierno desde la izquierda me resulta tan
incomprensible como el empeño de Podemos por proclamar ante las cámaras
que la posibilidad política de tal gobierno sigue dependiendo tan sólo
de un poquito de voluntad por parte de Pedro Sánchez (doy por hecho que
Pablo Iglesias no busca realmente su amor).
La
aritmética electoral daba desde el principio y da ahora para configurar
un gobierno desde la izquierda: los escaños del PSOE, Podemos, En Comú,
Compromis, En Marea e IU-UP suman 161. Más que suficientes para superar
de largo los 123 del PP, expulsado al grupo mixto por corrupción
incluido. Dos por debajo de una coalición PP- Ciudadanos, ya sea esta
formal (programa negociado mediante) o de hecho (coincidiendo en el no a
la hora de votar al candidato de la izquierda); en este caso habría que
sumar alguna otra fuerza, empezando por la, hoy por hoy, menos
problemática, el PNV. Es verdad que incluso así la investidura
dependería en segunda vuelta (mayoría simple de síes) de la abstención
de los dos partidos independentistas catalanes y de Bildu. Pero también
podría darse el caso de que Ciudadanos decidiera abstenerse: todo
dependería del tipo de medidas que la coalición de izquierdas llevara a
su programa de gobierno, y de su presentación a la fuerza naranja.
De cualquier manera, incluso teniendo en cuenta todas
las incertidumbres que la iniciativa para constituir gobierno desde las
izquierdas podía contener, resultaba infinitamente más probable que el
camino escogido por el PSOE de llegar con Ciudadanos a un acuerdo que,
al margen de su contenido, estaba condenado desde el principio a no
lograr ni un apoyo más que los de sus iniciales promotores.
Pero el mismo 24 de diciembre, aún caliente el recuento, Susana Díaz
empezó a hacer sonar el villancico “Podemos quiere romper la unidad de
España y eliminar al PSOE, fun, fun, fun”. Y cuando, un mes después,
llegó el momento de que el comité federal socialista se reuniera para
discutir su política de pactos, al villancico de Díaz se habían sumado
los cantos de barones (no rojos), los cantes de poperos (y algunos
peperos) agrupados en “Fundacionespañaconstitucional” (así, todo bien
apretado) y las cantatas de viejos rockeros chinos (¿o eran jarrones?) a
favor de una gran coalición o, en su defecto, de una gran abstención
que permitiera gobernar al PP, sólo o en compañía de otros.
No ayudó tampoco, es bastante evidente, que el 22 de enero, unos días
antes de la celebración de ese comité federal del PSOE y mientras Pedro
Sánchez se reunía con el Rey, Pablo Iglesias anunciara públicamente su
disposición a ser vicepresidente de un gobierno presidido por Sánchez, a
quien invitaba a "tener un diálogo con cordialidad frente a millones de
espectadores poniendo encima de la mesa qué hay que hacer con este
país". Como para fiarse… Pedro Sánchez aguantó el tipo durante la rueda
de prensa posterior, pero algo se había roto.
En estas condiciones, Sánchez salió a escena en el
comité federal del 30 de enero prometiendo transparencia, consulta a la
afiliación y voluntad de tender su mano a "izquierda y derecha", aunque
por su discurso (y por su movimiento de defensa con la consulta frente a
los derechazos de las y los cantores ya citados) parecía inclinarse a
intentar el acuerdo con Podemos, para quienes tuvo continuas
referencias, según pudimos leer en la prensa: "No voy a ser presidente a
cualquier precio, pero no estoy dispuesto a que los españoles paguen el
precio de cuatro años más de derecha al frente de las instituciones";
"No vamos a hablar de sillones ni de composición de gobiernos", sino "de
lo que le importa a la gente, de cómo resolver los problemas de los
ciudadanos"; "Vamos a hablar de algo que les sonará mucho a ellos, de
programa, programa, programa". Esos tales “ellos” no parecían ser, al
menos en principio, Ciudadanos.
En fin: todo esto es
ya pasado. Lo único aún seguro es la aritmética. Que Óscar López y César
Luena sigan insistiendo estos días en que hay que contar
con Ciudadanos para intentar formar Gobierno porque “sin ellos no salen
las cuentas” sólo se explica como daño colateral de su paso por la
secretaría de organización del PSOE, cargo que parece provocar ciertos
síndromes aún por diagnosticar (como el de llamar siempre “Pablo Manuel”
a Iglesias). Pero las cuentas siguen saliendo. Otra cosa es si las dos
sesiones de investidura pasadas y todas las declaraciones que las mismas
han producido, tanto dentro como fuera del Congreso, han podido volver
políticamente inviable lo que era aritméticamente posible.
Así que lo más probable es que en el plazo de unos meses estemos otra
vez votando. Produciendo una nueva aritmética. ¿Cuánto de distinta de la
que ahora tenemos? Parece que no será muy diferente. Ya veremos. Lo
malo es que, de aquí a entonces, los partidos se van a dedicar en cuerpo
y alma a intentar cambiar la aritmética. Cuando lo que deberían
cambiar, empezando cada cual por su casa, es la política.
>> PUBLICADO EN ELDIARIO NORTE
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