El jurista
italiano Luigi Ferrajoli habla en muchas de sus obras de “la esfera de lo
indecidible” para referirse a aquellos principios fundamentales que, en una
democracia, están sustraídos a la voluntad de las mayorías. La mayor paradoja democrática estriba en el hecho de que
siempre que se quiere proponer un derecho como fundamental, lo primero
que se hace es sustraerlo de la decisión política (y económica), de manera que
ninguna mayoría, ni siquiera por unanimidad, pueda decidir sobre su abolición o
reducción. No todo se puede decidir, y esta limitación es, precisamente, la que
caracteriza a la democracia. Se trata de un planteamiento que, si bien en
abstracto cualquiera puede aceptar, en su aplicación concreta no deja de
plantear interesantes paradojas. Por recurrir a un caso de evidente actualidad,
como es el proceso soberanista en Cataluña, hay muchas personas y muchas
instituciones, el Gobierno de España entre ellas, que no tienen duda ninguna de
que el referéndum de independencia impulsado desde la Generalitat afecta a
cuestiones que se sitúan en la esfera de lo indecidible, y que por ello no
puede ni, sobre todo, no debe
celebrarse.
Estoy seguro
de que el alcalde de Vitoria comparte en lo esencial, como yo, el argumento de
Ferrajoli; y es probable que considere adecuada su aplicación para el caso del
referéndum catalán. Sin embargo, tal vez no considere esta perspectiva
contradictoria con su decisión de apoyarse en una Iniciativa Legislativa
Popular para excluir de las ayudas sociales a un número indefinido de personas
que actualmente viven en Euskadi. Al fin y al cabo, lo del referéndum vendía expresamente
limitado por la Constitución, que no dice nada en concreto sobre consultar a la
ciudadanía en relación a quiénes y en qué condiciones merecen ayudas sociales,
y quiénes no.Sin embargo, habiendo ciertamente una indecidibilidad constitucional que conforma la dimensión sustancial de la democracia, existe también y sobre todo una indecidibilidad constituyente, de carácter moral, que nos permite imaginarnos como sociedad. Creo que por ahí va el sociólogo y premio Príncipe de Asturias, Zygmunt Bauman, cuando escribe que “no somos morales gracias a la sociedad, sino que vivimos en sociedad, somos la sociedad, gracias a ser morales”.
¿Qué es lo que pretende el Sr. Maroto con su iniciativa? Si de lo que se trata es de proponer acomodaciones de carácter técnico, ajustes a una coyuntura cambiante, modificaciones orientadas a ganar eficiencia, creo que es poco lo que la ciudadanía, incluso la más informada, puede aportar. Hay otros medios para ello, y están plenamente a su alcance. Si de lo que se trata es de plantear transformaciones de carácter sustantivo, que afecten de alguna manera a nuestras concepciones de los derechos, a nuestros sentimientos de pertenencia, a nuestras experiencias de vecindad, a nuestros procesos de convivencia, creo sinceramente que la consulta popular que propone entra de lleno en la esfera de lo indecidible. No desde una perspectiva jurídica, pero sí desde una perspectiva societal. Porque lo peor que le puede ocurrir a una sociedad es verse abocada a dinámicas de extranjerización que la separen entre vecinos/ciudadanos y simples habitantes/ocupantes, abriendo en su seno un abismo de sospecha, desconfianza y resentimiento.
Los representantes políticos tienen la obligación de atender a los problemas que plantea la ciudadanía, recogiendo sus quejas y temores; pero tienen también la obligación de acompañar a esta ciudadanía en la depuración de estos temores. El Sr. Maroto ha demostrado su capacidad de escucha, y eso es bueno; ahora debería demostrar su capacidad de liderazgo contribuyendo a generar un espacio para la conversación democrática donde la búsqueda de la eficiencia no exija debilitar el espacio de lo indecidible.
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