No me refiero a la vergonzosa auto-remuneración de Alicia Sánchez Camacho, que no se explica ni por su carga de trabajo, ni por su productividad, ni por su cualificación, ni por su valía, ni por su creatividad, sino exclusivamente por su capacidad de decidir cuánto se paga a sí misma y a los suyos. Sin criterio mínimamente objetivable ni contraste externo, de manera absolutamente arbitraria. ¿Igual que los consejos de administración de las empresas privadas? Sí: también ellos deciden su propia remuneración. La diferencia es que las y los Sánchez Camacho de turno deciden cuánto van a pagarse a sí mismas, pero con dinero público.
Me refiero a otra vergüenza: la publicidad de Loterías del Estado, en concreto de la Primitiva. Sí, esa que se refiere a los problemas de ser rico. Dónde se cruzarán mi jet privado y el de mi novia, qué diamante poner en el collar de Fifí... Ni ingenio ni humor, sólo un derroche de insensibilidad, irresponsabilidad e inmoralidad.
Esta campaña ha sido finalista de los Premios Sombra a la peor publicidad, que cada año impulsa Ecologistas en Acción. No me extraña.
Pero lo que de verdad me gustaría es que, al menos por una vez, el próximo día en que se celebre el sorteo de marras, y como expresión de protesta ciudadana, todos los boletos se quedaran sin vender. Y que se los coman con patatas el ministerio de Hacienda, el perrito Fifí y los cretinos que han creado el anuncio.
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