Los fines de semana me sirven, entre otras cosas, para terminar la lectura de esos libros que, por no tener que ver con trabajos en curso (artículos, clases o proyectos de investigación) van siendo leídos un poco a trompicones, sin la continuidad que exigen esas otras obras de cuya lectura se espera obtener algún retorno más o menos inmediato. Suelen ser libros que escapan de los ámbitos temáticos más habituales; libros que adquiero de manera muchas veces impulsiva, atrapado por su título o por un párrafo leído al azar. Obras cuya lectura se prolonga en el tiempo, en ocasiones durante mucho tiempo, interrumpida por otros textos más pegados a las exigencias del día a día, más instrumentales, más finalistas.
Este pasado fin de semana he terminado dos de esos libros-guadiana. Y casualidad, a pesar de tratarse de libros muy diferentes, tanto por su género como por su estilo, contienen sendas miradas sobre el poder.
El primero está firmado por Ermanno Vitale, profesor de Ciencia Política en la italiana Universidad del Valle d'Aosta, y lleva por título Defenderse del poder: Por una resistencia constitucional (Trotta, 2012).
El resistente constitucional actúa a partir de la convicción de que, si se toman en serio, las democracias constitucionales posteriores a la Segunda Guerra Mundial constituyen el mejor de los regímenes políticos practicables. Se trata de "resistir con el fin de que se tome en serio el 'juramento pactado entre hombres libres'". La propuesta de Vitale no puede ser más apropiada en los tiempos que corren. Según este autor, "el fin de la resistencia constitucional es, no tanto o no solo cambiar esta o aquella decisión o norma, sino exorcizar la posibilidad de que convivan en el ordenamiento una legalidad constitucional no efectiva y una legalidad efectiva pero inconstitucional". Resistir, por tanto, a un sistema global de dominación económico e ideológico que está provocando una quiebra sin precedentes de la democracia. Y en esta tarea, "a lo primero que hay que resistir es a la colonización de nuestro imaginario personal, doblegado y limitado ahora a representar la vida y sus elecciones exclusivamente en términos economicistas".
Vitale finaliza su ensayo con una alternativa que la socialdemocracia con vocación de gobernar debería tomarse muy en serio: "O las instituciones de la democracia constitucional se toman en serio el diálogo con quienes resisten mediante métodos no violentos, reactivando de esta forma el perfeccionamiento de lo que Bobbio llamó el tiempo de los derechos, que comienza con la tentación de reprimir con la violencia a quien resiste pacíficamente, o bien los regímenes democráticos muestran su naturaleza meramente ideológica, de 'derivación', que ofrece cobertura a la realidad del dominio de una restringida elite dispuesta a usar incluso medios violentos con tal de sofocar una resistencia no violenta pero intransigente sobre los exigentes principios fundadores del pacto social".
El segundo libro, titulado Juego de tronos: Un libro afilado como el acero valyrio (Errata Naturae, 2012), recoge una decena de artículos de otros tantos autores, la mitad de los cuales enseñan e investigan en distintas universidades norteamericanas, en los que analizan desde perspectivas distintas la monumental saga nacida de la imaginación de George R.R. Martin. Maquiavelo y Foucault, Nagel y Kant, sirven como referencias para desentrañar las claves de un mundo hobbesiano, violento, duro y cruel, organizado en torno a una lucha despiadada por el poder: "Cuando se juega al juego de tronos sólo se puede ganar o morir. No hay puntos intermedios" (Cersei Lannister). Un poder absoluto, autónomo y autoreferencial, poder para poder más, para tener más poder. Un poder innoble, destructivo, cuya realidad reduce a añicos los sueños románticos de un mundo de caballeros artúricos que utilizan su poder para hacer el bien:
—Dime, pajarito, ¿qué clase de dioses hacen a un monstruo como el Gnomo, o a una retrasada como la hija de Lady Tanda? Si hay dioses, hicieron a las ovejas para que los lobos pudieran comer carne, y también hicieron a los débiles para que los fuertes jugaran con ellos.
—Los verdaderos caballeros protegen a los débiles.
—No hay verdaderos caballeros —soltó el Perro con un bufido—, igual que no hay dioses. Si no puedes protegerte a ti misma, muérete y aparta del camino de los que sí pueden. Este mundo lo rige el acero afilado y los brazos fuertes, no creas a quien te diga lo contrario. (Sandor Clegane "El perro", en conversación con la joven Sansa Stark).
Un mundo en el que el pueblo llano es el que más sufre las consecuencias de ese brutal juego de tronos, peones prescindibles, víctimas colaterales de un juego que no es el suyo:
—El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás —replicó Ser Jorah—. No les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras a ellos los dejen en paz. —Se encogió de hombros—. Pero nunca los dejan en paz.
Y aún así... Hay algo profundamente esperanzador en el relato de Martin, y tiene que ver con el hecho de que algunos de los personajes en principio más "inmorales" -como el citado "Perro", aparentemente poco más que una máquina de matar a las órdenes del rey- son los que, a lo largo de la historia, se muestran más capaces de mostrar comprensión y compasión. En esta contradicción reside la fuerza de uno de los personajes más logrados, el enano Tyrion Lannister, empeñado en conciliar el ejercicio pragmático del poder con su modulación a través de la inteligencia y de la compasión, aunque siempre oculte con la ironía este empeño: "Me lo pidió tu hermano Jon —respondió con una sonrisa Tyrion Lannister llevándose una mano al pecho—. Y mi punto débil son los tullidos, los bastardos y las cosas rotas".
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