Ayer, Daniel Innerarity y yo mismo firmamos un artículo al respecto publicado en EL CORREO. Lo reproduzco a continuación.
No es fácil hacer previsiones de futuro; sin embargo, una cosa es segura: que la Euskadi de mañana va a ser una sociedad aún más diversa de lo que ya lo es en la actualidad. Euskadi ha sido siempre un país plural, en el que han convivido a lo largo de la historia religiones, lenguas y culturas diferentes. La diversidad es parte esencial de nuestra historia y de nuestra identidad colectiva. Por eso las nuevas diversidades asociadas a la inmigración no deberían suponer una extrañeza para la ciudadanía vasca. En el corto plazo esta nueva realidad puede ser una fuente de dificultades: no debemos ocultar este hecho, sino reconocerlo y asumirlo como algo normal en todo proceso de cambio social. Es preciso atender a la expresión de estas dificultades y acompañarlas con el fin de que puedan afrontarse y superarse de manera constructiva. Esto es, precisamente, lo que pretende la propuesta de Pacto Social por la Inmigración impulsado por el Gobierno Vasco: enmarcar, definir un espacio ampliamente consensuado para la reflexión colectiva sobre el fenómeno de la inmigración y sobre la mejor manera de abordarlo en el seno de nuestra sociedad.
No abordamos el fenómeno de la inmigración en términos utilitaristas, sino en términos de humanidad y de justicia. Nos inspira la perspectiva de la Declaración Universal de Derechos Humanos y el convencimiento de que los derechos recogidos en ella son patrimonio de todas y cada una de las personas. La ambición que inspira este Pacto es la de ser capaces de caminar como sociedad en la dirección de una ciudadanía plural e inclusiva, que haga pivotar en la práctica las libertades, los derechos y las obligaciones fundamentales de todas y de todos sobre el hecho de la residencia, y no sobre la condición de nacionales o extranjeros. No cabe integración sin reconocimiento y garantía de todos los derechos para todas las personas.
Esta perspectiva normativa no nos lleva a desconocer el hecho de que la inmigración ya está teniendo efectos muy positivos para nuestra sociedad. Efectos que pueden medirse y objetivarse, y que contrastan con los discursos que se empeñan en presentar el hecho migratorio exclusivamente como un problema. Las personas inmigrantes vienen a Euskadi para trabajar. La inmigración tiene efectos económicos netamente positivos para las sociedades receptoras al favorecer el aumento de la población activa y la elevación de la tasa de actividad femenina, contribuyendo a las arcas públicas a través de los impuestos directos e indirectos y las cotizaciones a la seguridad social, favoreciendo el incremento del consumo y creando nuevas iniciativas empresariales. Es importante recordar en estos momentos de crisis que la inmigración no solo ha contribuido hasta ahora a la prosperidad general de la sociedad, sino también que será parte esencial de la solución a esta crisis. En un tiempo en el que todas las sociedades más desarrolladas se interrogan sobre su futuro demográfico y sobre sus consecuencias sociales y económicas, debemos mirar con esperanza el hecho de que personas procedentes de otros lugares del mundo escojan vivir sus vidas en Euskadi, aportando y compartiendo su energía y su vitalidad.
La inmigración es un fenómeno que ejemplifica como pocos la realidad glocal de la mayoría de procesos sociales contemporáneos: en última instancia, los flujos migratorios siempre acaban por localizarse en un lugar concreto, en un barrio determinado, en un portal, una escalera de vecinos, una escuela o un centro de trabajo. Es en estos lugares donde nos jugamos la posibilidad de convivir y de encontrarnos de tú a tú, más allá de prejuicios y estereotipos. Pensar la inmigración en términos extraordinarios conlleva el riesgo de mirar a las personas inmigrantes como si estas fueran esencialmente distintas de las autóctonas. Y no es así. Ganarnos la vida decentemente, poder vivir con las personas a las que amamos, contribuir responsablemente al bienestar y al desarrollo de las comunidades en las que habitamos, tener capacidad de decisión sobre los procesos que afectan a nuestra existencia, gozar de autonomía y de respeto… todas estas son vivencias y aspiraciones que, cuando se cumplen, nos permiten experimentar nuestra pertenencia plena a una determinada sociedad. Lo expresaba con la mayor sencillez Abdellah El Mekaoui, ese joven natural de Marruecos que desde hace siete años vive y trabaja en Bilbao y que hace unos días devolvió un sobre extraviado con 400 décimos de lotería de Navidad: “Si te encuentras algo que no es tuyo, lo normal es devolverlo”.
La integración es un proceso bidireccional y dinámico de ajuste mutuo por parte de todas las personas que habitamos en esta sociedad, un compromiso social dinámico y prolongado en el tiempo que tiene que ser continuamente reproducido y renovado, y que requiere un esfuerzo permanente de adaptación a la nueva realidad, tanto por parte de la población inmigrada como de la sociedad receptora. Si echamos la vista atrás comprobaremos que ya ha habido otros momentos en nuestra historia de los que podemos aprender para responder adecuadamente a los tiempos que ahora nos toca vivir. Euskadi ha sido siempre tierra de migración y de inmigración. Tenemos tiempo, pero no para perderlo sino para aprovecharlo. Partimos de un porcentaje relativamente reducido de personas extranjeras en Euskadi. Personas que, además, manifiestan activamente su voluntad de integración, contribuyendo como unas ciudadanas y unos ciudadanos más a la mejora de esta sociedad. Las personas inmigrantes no son el “Otro entre Nosotros”. Son ya, de hecho, parte del “Nosotros” vasco del futuro que estamos construyendo desde ahora entre todas y todos.
1 comentario:
Gracias, Imanol!
Un abrazo
Miguel
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