Dos lecturas recientes que intento relacionar.
La primera de Richard Rorty, Una ética para laicos (Katz, 2008):
"Dedicarse a un ideal moral es como dedicarse a otro ser humano. Cuando nos enamoramos de otra persona, no nos interrogamos acerca del origen o la índole de nuestro empeño por cuidar del bienestar de esa persona. Es igualmente inútil hacerlo cuando nos enamoramos de un ideal [...] Es estúpido pedir una prueba del hecho de que aquellos a quienes amamos son las mejores personas posibles de las podríamos enamorarnos. Pero obviamente podemos desenamorarnos de una persona por habernos enamorado de otra. De modo análogo, podemos abandonar un ideal porque ya empezamos a anhelar otro. Lo que no podemos hacer, en cambio, es optar entre dos ideales haciendo referencia a criterios neutrales" (pp. 16-17).
La segunda es de John Gray, Tecnología, progreso y el impacto humano sobre la Tierra (Katz, 2008):
"Cualquier proyecto basado en la expectativa de alcanzar la armonía o el consenso es utópico. No podemos alcanzar un consenso en las creencias, sino en las instituciones y en las prácticas" (p. 68).
En España llevamos años confrontando ideales y creencias. Ahora volvemos a hacerlo, por ejemplo, con la reforma de la ley del aborto.
¿Y qué decir de Euskadi? No hacemos otra cosa que confrontar identidades y derechos.
Pero si no cabe optar razonablemente entre ideales, como sostiene Rorty, tal vez la única solución sea construir el modus vivendi de Gray: no un ambicioso y a la larga frustrante -por imposible- consenso en las creencias, sino un más humilde y practicón acuerdo en las instituciones y en las prácticas.
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