La clase de griego
Traducción de Sunme Yoon
Penguin Random House, 2023
"Lo que más le costaba soportar era que podía oír con una claridad escalofriante las palabras que pronunciaba cada vez que abría la boca. Por muy insignificante que fuera la frase, dejaba traslucir, con la fría claridad de un trozo de hielo, la perfección y la imperfección, la verdad y la mentira, la belleza y la fealdad. Sentía vergüenza de las oraciones que se desprendían de su lengua y de sus dedos como blancos hilos de telaraña. Le daban ganas de vomitar. Y de gritar".
Hace ocho años me fascinó con La vegetariana. Ahora, Han Kang vuelve a presentarnos una historia íntima y contenida, donde el silencio pesa tanto como las palabras. En Seúl una mujer que ha perdido la voz tras la muerte de su madre y el distanciamiento de su hijo asiste a clases de griego antiguo. Su profesor, recién regresado de Alemania, enfrenta también una despedida: la ceguera avanza implacable hacia él. El encuentro entre ambos abre un espacio de vulnerabilidad compartida. El griego clásico, más que una lengua arcaica, se convierte en símbolo de salvación: un idioma muerto que paradójicamente les devuelve la posibilidad de sentir. Ella encuentra en sus palabras un eco de la voz perdida; él, en la enseñanza, un modo de mirar más allá de la oscuridad. Se reconocen en el naufragio: ella en el silencio, él en la penumbra.
El coreano, por su parte, simboliza lo íntimo y cotidiano, pero también lo quebrado: es la lengua en la que la protagonista ya no puede expresarse. La herida es doble: ha perdido seres queridos y, con ellos, la capacidad de articularse en el idioma que la constituye. El contraste entre ambas lenguas dibuja un mapa emocional: el griego como refugio, el coreano como desgarro. ¿Qué ocurre cuando la lengua en la que vivimos se rompe?, ¿qué puede salvarnos? La respuesta parece estar en la materialidad mínima de la palabra.
"Cuando entró en la escuela primaria, empezó a anotar palabras en las últimas hojas de su diario. Sin ninguna relación ni propósito, escribía las palabras que le habían causado alguna impresión. De todas ellas, la que guardaba como un tesoro era «숲» (bosque), cuya forma le recordaba a una antigua pagoda: ㅍ era la base, ㅜ el cuerpo y ㅅ la cúpula. Le gustaba que hubiera que entrecerrar los labios y dejar pasar el aire lenta y cuidadosamente para pronunciar ㅅ ㅜ ㅍ; y que al final hubiera que sellar los labios para que la palabra se completase en el silencio. Cautivada por esta palabra cuya pronunciación, significado y forma estaban envueltos en tanta quietud, la escribía una y otra vez: 숲. 숲. 숲."
El estilo de Han Kang, poético y fragmentado, obliga a leer con lentitud. Sus silencios pesan tanto como sus frases, y la ausencia de nombres en los personajes los convierte en figuras universales, arquetipos del dolor y de la esperanza. La narración alterna perspectivas: en tercera persona seguimos los gestos callados de la mujer, mientras en primera escuchamos las confesiones del profesor, atrapado entre temor y resistencia. El mutismo de ella como metáfora de lo indecible, la ceguera de él como símbolo de la renuncia forzada a la claridad y advertencia frente a la pérdida de orientación en la vida.
Y aunque la protagonista ha perdido la capacidad de hablar ("algo tendría que ver que su madre hubiera fallecido hacía seis meses, que ella se hubiera divorciado, que hubiera perdido la custodia de su hijo de ocho años después de tres juicios y que el niño estuviera viviendo con su padre desde hacía cinco meses") el lenguaje ocupa el centro del relato, no solo como herramienta de comunicación, sino como territorio de redención. Incapaz de hablar en su lengua materna, intenta recuperar su voz a través de una lengua muerta. Así, el lenguaje se revela más allá del habla. En los silencios de la mujer, en las clases donde se descifran signos antiguos y en un gesto final que no desvelaré (un gesto mínimo que nos permite esperar que la vida aún puede abrirse paso entre la oscuridad y el mutismo). persiste como fuerza vital. Tanto el griego como el coreano son metáforas de la fragilidad y la persistencia humana: aunque las palabras se extingan, siempre queda la posibilidad de reconstruir una voz. Seres limitados, siempre al borde de perder algo esencial, pero capaces de crear nuevos lenguajes y formas de contacto.
Si en La vegetariana Han Kang exploraba la rebelión del cuerpo frente a las imposiciones sociales y familiares -una mujer que rechaza la carne y, con ella, el mundo violento que la rodea-, en esta novela desplaza esa tensión hacia el lenguaje. En ambas, el silencio y la negación se convierten en gestos de resistencia: la protagonista de La vegetariana responde al entorno con un mutismo obstinado sobre sus decisiones, mientras que en La clase de griego la pérdida de la voz obliga a buscar refugio en un idioma ajeno y arcaico. Ambas obras comparten la mirada de Han Kang sobre el cuerpo y sus límites. Tal vez la diferencia entre ambas novelas está en la dirección de esa búsqueda: mientras en la primera la protagonista se sumerge en la disolución, casi en la desaparición del yo, en la segunda intenta recomponerlo a través de una lengua muerta que paradójicamente ofrece vida.
Una fábula sobre el lenguaje, el silencio y la posibilidad de volver a sentir. Una obra que se lee más con los sentidos que con la razón, y que nos recuerda que lo esencial ocurre, muchas veces, donde no hay palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario