Medea me cantó un corrido
Sexto Piso, 2025
"Qué sería de Jasón sin Medea y de mi papá sin mi mamá. Qué sería de todos los hombres de este mundo sin las mujeres que les resuelven la vida, ¿sí ubicas cómo? [...]
Medea, como muchas de nosotras, fue la mujer del proceso de Jasón: esa mujer que apoya al hombre cuando no es nadie, lo reeduca, lo hace persona, le lava la ropa, le cocina, le limpia la casa, lo escucha, lo apoya, lo respalda, le resuelve la vida, le da terapia, le da validación para que cumpla sus sueños, para que se realice, para que sea exitoso. Y que, cuando obtiene el éxito, ¡boom!, la deja, ¿sí ubicas cómo?".
Hay libros que, nada más abrirlos, sueltan un golpe seco, casi como una cachetada; libros que no piden permiso para entrarnos, que no ofrecen consuelo ni delicadeza. Medea me cantó un corrido es exactamente así: un estallido de furia, dolor y ternura áspera, escrito desde las entrañas y para las entrañas.
Ya me ocurrió con su anterior libro, Perras de reserva, que no dejo de recomendar. Desde el primer relato se advierte que aquí no hay narradoras que miren la realidad desde la distancia: aquí te metes hasta el fondo, respiras la violencia, la precariedad, la brutalidad del entorno, la opresión cotidiana que sufren las mujeres pobres, las madres adolescentes, las trabajadoras invisibles, las hijas del barrio que nunca encajan en la historia oficial. Dahlia de la Cerda, escritora mexicana nacida en Aguascalientes, da voz a quienes nunca la tienen: mujeres que aman, odian, sufren y resisten.
Ya me ocurrió con su anterior libro, Perras de reserva, que no dejo de recomendar. Desde el primer relato se advierte que aquí no hay narradoras que miren la realidad desde la distancia: aquí te metes hasta el fondo, respiras la violencia, la precariedad, la brutalidad del entorno, la opresión cotidiana que sufren las mujeres pobres, las madres adolescentes, las trabajadoras invisibles, las hijas del barrio que nunca encajan en la historia oficial. Dahlia de la Cerda, escritora mexicana nacida en Aguascalientes, da voz a quienes nunca la tienen: mujeres que aman, odian, sufren y resisten.
Cada relato es un corrido moderno, un canto que mezcla lo épico y lo
popular. El título del libro lo dice todo: Medea -la madre que, en un acto extremo, mata a sus propios hijos para vengarse de Jasón, rompiendo el mandato más sagrado- y el corrido, ese género que narra vidas marcadas por la
violencia y la marginalidad. En esa fusión habita el corazón del libro:
mujeres que cargan culpas y heridas, que a veces rompen, que a veces se
rompen, pero que siempre tienen algo que decir. Dahlia de la Cerda recupera esa figura para hablar de mujeres que
también viven en el límite: marginadas, violentadas, criminalizadas,
pero no pasivas. Sus protagonistas no son heroínas ni mártires; a veces
también son victimarias. Algunas cuentan historias de aborto, de
abandono, de rabia que estalla contra todo. Como Medea, cruzan líneas
que la sociedad considera intolerables, y eso las convierte en
monstruosas a los ojos de los demás. Pero en el libro, Medea no
aparece como simple monstruo, sino como símbolo de la rabia de las
mujeres ante la traición, la injusticia, el abandono. Y el “corrido” del
título convierte esa rabia en canto popular: las vidas de estas mujeres
se narran como baladas trágicas, con un tono de denuncia, de memoria y
de resistencia.
Hay momentos de una crudeza que corta la respiración, pero también
destellos de ironía, humor negro y una lucidez implacable. Dahlia de la
Cerda escribe desde la rabia, sí, pero también desde un amor feroz por
sus personajes: no los justifica ni los embellece, pero los mira sin
hipocresía. Y eso es, en gran parte, lo que conmueve. Lo que distingue a
Dahlia de la Cerda no es solo lo que cuenta, sino cómo lo cuenta. Su
prosa es directa, seca, pero esa aparente sencillez es solo la
superficie: debajo hay una construcción muy cuidada del ritmo, del habla
popular y de la oralidad. Su estilo directo, casi descarnado, nos obliga a mirar de frente aquello que muchas veces preferimos no ver: los feminicidios, las maternidades no deseadas, la desigualdad brutal que atraviesa cada gesto. Pero, al mismo tiempo, en medio de ese realismo árido, hay un resplandor: la fuerza de la rabia convertida en palabra, la dignidad que surge incluso en el desastre.
"Conduje por días, recorrí casi todo Aztlán en mi auto de serpientes aerografiadas y encontré violencia y resistencia por partes iguales. Nada que no hubiera visto en mi tierra: guerra, sí, pero también gente que pone su vida por vivir en paz. Mi mayor impacto fue mirar miles y miles de carteles de hombres y mujeres desaparecidas. Conocí lo que significan los términos desaparición forzada, levantón, ejecución, encajuelado, encobijado y feminicidio; palabras que eran ajenas para mí, palabras que nos e pueden describir ni narrar ni complejizar en ninguna tragedia. palabras que están más allá de toda definición y de toda metáfora porque atraviesan a las personas, las desgarran. Vi el desierto tapizado de cruces rosas en memoria de mujeres asesinadas por hombres que querían conquistar la tierra, el poder y la gloria. Por Jasones. [...]
Vi el horror, el horror que ninguna tragedia griega podría metaforizar. Cuando vi cuerpos y cuerpos sembrados en el desierto, en la arena infértil.
Cuando vi a los niños y niñas reclutados por el crimen como guerreros sin promesa de gloria.
Cuando vi a las madres buscar los cuerpos de sus hijos en baldíos, en fosas clandestinas, en campos de exterminio, en el Servicio Médico Forense.
Cuando vi a las madres escarbar en la tierra con palos, con palas, con sus propias manos, buscando huesos, buscando carne, carne de su carne, sangre de su sangre, fruto de su vientre.
Cuando vi a las madres sucumbir a la enfermedad pero rebelársele a la muerte.
Cuando vi a las madres pelear con Ministerios Públicos que justifican la violencia, que con indolencia culpan a las víctimas",
El resultado es una literatura profundamente política, en la que la denuncia nace de la vida misma, de escenas que muestran desigualdad, machismo o violencia sin necesidad de subrayarlas con moralejas. Hay ironía, hay humor amargo, y sobre todo hay verdad: un retrato incómodo de un México que normalmente no aparece en los escaparates culturales. El efecto que deja el libro es ambivalente: una mezcla de incomodidad, compasión y un asombro que dura más allá de la última página. Porque este libro no solo retrata un México (Aztlán) herido. Y cuando cerramos el libro, las voces siguen sonando por dentro, como un corrido que una mujer canta bajito en la madrugada: triste, furioso y lleno de esperanza, contra toda esperanza.
"¿Por qué quedarme en un país que celebra la muerte de sus hijos?
Porque también vi flores crecer en medio de la podredumbre.
Patronas que alimentan migrantes.
Muñecas que cuidan de trabajadoras sexuales de la tercera edad.
Madres que buscan a sus hijos y a las hijas de otras.
Morras quemando todo para que una desconocida tenga verdad y justicia.
Vi solidaridad, vi compañerismo, vi resistencia, vi lucha, vi amor, vi ternura.
Vi la muerte darse la vuelta ante el cuidado colectivo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario