lunes, 19 de mayo de 2025

Proscrito y salvaje / Un libertario se encuentra con un oso

Dos libros sobre osos, muy diferentes en tono, enfoque y estilo, pero que comparten puntos de contacto notables, sobre todo en su reflexión sobre la relación entre los seres humanos, la libertad y la naturaleza. En Proscrito y salvaje, los osos grizzly simbolizan la conexión espiritual y curativa con lo salvaje. En Un libertario se encuentra con un oso, los osos negros son actores inesperados en un conflicto político-social, convertidos en metáfora (y consecuencia real) de una libertad mal entendida. Idiosincráticamente estadounidenses hasta el extremo (no se podrían haber escrito en otro lugar), en ambos libros se aborda el conflicto entre los derechos individuales y las responsabilidades colectivas: mientras Peacock encuentra la sanación en la soledad, pero también en la responsabilidad hacia la vida salvaje, en la experiencia narrada por Hongoltz-Hetrling los libertarios de Grafton fracasan al anteponer la libertad personal a cualquier forma de orden común. Vamos con ellos.

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Doug Peacock 
Proscrito y salvaje: Aventuras y desventuras de un combatiente por la naturaleza
Traducción de Elena Pérez San Miguel
Errata Naturae, 2025
 
"¿Quién y qué está en peligro? Si tomamos las extinciones del pasado como referencia, entonces se trata de toda vida mayor que un topillo. Ahora puedo anticipar, con disgusto, que seguramente me encontraré entre los últimos humanos que mueran de viejos en este planeta. Sería feliz si todos pudieran hacerlo. Es el azote de mi veteranía: no me preocupa tanto mi propia muerte como la vida de los que me sobrevivan. En un breve atisbo de justicia reside una tristeza contradictoria e insaciable -los murciélagos vengando por fin a la Tierra devastada, la venganza contra el Homo sapiens-, envuelta al mismo tiempo en la pérdida de la belleza y el sufrimiento de las personas que más quieres".
 
 
Con Mis años grizzly Peacock inauguró en 2015 la colección Libros Salvajes, con la que Errata naturae viene regalándonos horas y horas de excelente lectura. Veterano de la Guerra de Vietnam y ferviente defensor de los osos grizzly, en Proscrito y salvaje compone una suerte de autobiografía convirtiendo su propia vida en el hilo narrativo que nos guía por territorios tanto geográficos (los desiertos de Arizona, Sierra Madre, Montana, Siberia, la Columbia Británica...) como emocionales.
 
El estilo narrativo de Peacock se mueve entre el lirismo y la crudeza. No se limita a contar lo que vivió; lo medita, lo siente, lo transforma en una prosa que vibra con la intensidad de quien ha comprendido que la belleza y el dolor no son opuestos, sino compañeros. Su relato, sin esquivar la violencia de la guerra ni la herida que deja en el alma humana, se convierte también en una denuncia serena pero firme de la destrucción -de la naturaleza, del otro, de uno mismo- que la humanidad perpetra.

"La Reina Verde y yo flotábamos con los días. El río nos llevaba en su vaivén, atrapándonos en remolinos para después liberarnos, permitiéndonos siempre marchar. Seguí remando,la embarcación y el hombre deslizándose como una lámina de hielo derritiéndose en primavera. Aunque tenía las manos callosas con surcos de piel engrosada, sentía mi cuerpo extraordinariamente sensible al mundo que lo rodeaba. Recordé la vez que un escorpión de corteza, un arácnido del desierto que puede propinar una picadura muy dolorosa, me hincó su aguijón en el dedo meñique y cómo los nervios quedaron hipersensibilizados durante semanas. Incluso el correr del agua tibia del grifo sobre el dedo me resultaba insoportable, como si fuera fuego.
Esto no dolía tanto, era menos tangible, pero por lo demás era muy similar. Podía detectar a través de la piel los mínimos cambios de temperatura irradiados por la vegetación. Oía el leve susurro silíceo de los sedimentos suspendidos en el agua que rozaban la cara verde del bote. Con los ojos cerrados, podía percibir las corrientes cambiantes y navegar sin ver hacia los canales principales. Había renunciado a la pesca de peces y cangrejos, adoptando el vegetarianismo. La ausencia de alcohol me brindaba una lucidez mental inusitada. La vida moderna me había adormecido y embotado ante el universo auditivo y olfativo de aves e insectos, cuyos mensajes me llegaban ahora con cada soplo de brisa".

Dentro de este universo literario y vital, un nombre resuena con fuerza: Edward Abbey, que ha aparecido en varias ocasiones por aquí. La amistad entre ambos hombres fue tan intensa como fecunda. Unidos por su amor a la naturaleza salvaje y por una ética de resistencia frente al poder destructivo del progreso, Abbey encontró en Peacock una figura inspiradora, tan compleja y apasionada como los paisajes que defendía. Fue precisamente Peacock quien dio forma al icónico George Washington Hayduke, el indómito protagonista de La banda de la tenaza. Excombatiente, ecologista radical, enemigo acérrimo de la destrucción del paisaje del suroeste estadounidense, Hayduke encarna la perspectiva eco-guerrillera (habrá quien diga "eco-terrorista", con afán criminalizador) de quienes interponen sus cuerpos entre la naturaleza y el mercado. La relación entre Peacock y Abbey superó el simple intercambio de ideas: fue una amistad cimentada en la experiencia compartida y en la urgencia de actuar. Ambos compartían una visión sagrada de la naturaleza, una convicción de que debe ser protegida a toda costa, incluso con actos abiertamente subversivos. 

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Matthew Hongoltz-Hetling
Un libertario se encuentra con un oso: El utópico plan para liberar a un pueblo (y a sus osos)
Traducción de Carolina Santano Fernández
Capitán Swing, 2024

"Fueron años, décadas. Un número incalculable de animales degollados, oso tras oso tras oso. Un número incalculable de árboles talados, tronco tras tronco tras tronco. Un número incalculable de dólares destinados a recursos naturales, liquidados:piel tras tabla tras perca. Finalmente, los colonos criaron a sus nietos en el seno de un nuevo mundo construido sobre los huesos de una fauna silvestre que, aparentemente, había sido derrotada".
 
 
Una crónica periodística que combina humor, política y naturaleza para narrar una historia real que, sin embargo, parece salida de una sátira. El libro relata el intento de un grupo de libertarios de tomar el control de Grafton, una pequeña localidad en New Hampshire, con la intención de crear una sociedad sin gobierno. Sin embargo, su proyecto utópico pasó por alto un detalle crucial: los osos negros que habitaban la zona.

En 2004, un grupo de activistas libertarios se trasladó a Grafton con el objetivo de implementar el "Free Town Project", un experimento para eliminar totalmente la intervención estatal y federal en la vida cotidiana. Su visión era reducir al mínimo los servicios públicos, como bomberos, escuelas y bibliotecas, y permitir que la comunidad se autogestionara. Esta filosofía de "vivir libre o morir" (el lema del estado de New Hampshire), materializada en la práctica con la reducción de impuestos, la minimización de las regulaciones gubernamentales sobre la gestión de residuos y la caza, la construcción de viviendas improvisadas y campamentos en la periferia del pueblo, creó un ambiente propicio para que los osos negros, muy abundantes en la zona, se acercaran cada vez más al pueblo, atraídos por la facilidad de acceso a alimentos en unos basureros desprotegidos pero también por la práctica de algunas residentes, como "la Señora de las Rosquillas", de alimentarlos a las puerta misma de su casa; al fin y al cabo, "alimentar a los osos salvajes estaba en línea con la doctrina libertaria".

A medida que los osos se convirtieron en una amenaza real, surgió un conflicto entre los ideales libertarios de los nuevos habitantes y la necesidad de protección de la comunidad: mientras algunos residentes abogaron por la intervención estatal para controlar la población de osos y garantizar la seguridad ("No entienden la responsabilidad que conlleva ser libertario -dijo Rosalie Babiarz-. No quieren que nadie les imponga nada, pero ellos quieren imponer sus ideas a todo el mundo"), otros insistían en que la solución debía ser local y sin la intervención del gobierno ("Pese a que el día a día se volvía cada vez más complicado, seguían siendo idealistas y románticos. Las cosas mejorarían, pensaban. Solo hacía falta un poco más de libertad"). Este enfrentamiento ideológico reflejaba las tensiones inherentes al proyecto libertario: la libertad individual frente al bien común.

Hongoltz-Hetling narra esta historia con un tono irónico, utilizando el humor para explorar temas profundos sobre la política, la naturaleza humana y los límites de la autonomía individual. A través de entrevistas con residentes, activistas y personas expertas en vida silvestre, el autor ofrece una visión completa de los eventos, destacando las contradicciones y desafíos del experimento social libertario, tan atractivo sobre el papel (antiestatista, anticapitalista) como desastroso en la práctica, como se comprueba al comparar el desempeño de Grafton con el de su vecino del norte, la localidad de Canaan:
 
"Grafton y Canaan son tan distintas que nadie creería que ambas empezaron como pequeños asentamientos. Tras ciento cincuenta años invirtiendo en su comunidad, Canaan tenía un colegio público, iglesias, restaurantes, bancos, una tienda de regalos, dos panaderías, guarderías caninas, una ferretería, centros de reuniones, comercio de proximidad, granjas, una comunidad artística, una clínica veterinaria y docenas de pequeños negocios que le aportaban carácter al pueblo y contribuían a estrechar los lazos dentro de la comunidad.
Por el contrario, Grafton tenía una sola tienda (que pasaba por una eterna mala racha); una única atracción turística: la mina Ruggles; una serie de servicios municipales crónicamente infrefinanciados, y una iglesia que celebraba las singulares ideas de John Connell.
Eso sí, Grafton tenía impuestos bajos. O, para ser más preciso, impuestos que en teoría eran bajos. Supuse que, tras tantos años de resistencia, la tasa impositiva de Grafton sería considerablemente más baja que la de Canaan. Pero resulta que la diferencia es nimia. Al haber mantenido un mayor porcentaje de población a lo largo de los años, Canaan se puede permitir un mayor desembolso en bienes públicos con la misma tasa tributaria. En 2010, la tasa impositiva en Grafton era de 4,49 dólares por cada 1.000 dólares de valoración, en comparación con los 6,20 dólares de Canaan. Eso significa que el dueño de una propiedad de 150.000 dólares tendría que pagar 673,50 dólares en impuestos en Grafton y 930 dólares en Canaan.
En otras palabras, los contribuyentes de Grafton han intercambiado todos los privilegios de los que disfrutan en Canaan por quedarse con unos setenta céntimos más al día".

La historia de Grafton sirve como una metáfora de los desafíos que enfrentan las sociedades al intentar equilibrar la libertad individual con las necesidades comunitarias y ambientales. Desafíos que hoy, de la mano de liderazgos como los de Trump o Milei, no se limitan a comprometer la vida de una pequeña población de poco más de un millar de habitantes, sino la de todo el planeta.

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