Aprender a vivir y a morir en el antropoceno
Traducción de Silvia Moreno Parrado
Errata Naturae, 2021
"El problema de nuestra respuesta al cambio climático no es que cueste aprobar las leyes pertinentes, determinar el precio justo de las emisiones de carbono, cambiar la opinión de la gente ni despertar conciencias. Todo el mundo es ya consciente. El problema es que el problema es demasiado grande. El problema es que hay gente distinta que quiere cosas distintas. El problema es que nadie tiene respuestas de verdad. El problema es que el problema somos nosotros".
El título original de este libro es Aprendiendo a morir en el Antropoceno (Learning to Die in the Anthropocene); a morir. Es importante señalarlo ya que es de eso de lo que va este libro: de asumir nuestra condición mortal, abandonar los sueños de omnipotencia, aprender a morir. De ello puede depender nuestra supervivencia en el Antropoceno, según Roy Scranton. ¿La supervivencia de cuántas, de quiénes, en qué condiciones? Tras finalizar la lectura del libro, repleto de interpelaciones y sugerencias, no me queda claro.
Scranton sirvió como soldado en Irak durante la operación Shock and Awe, "conmoción y pavor", el bombardeo masivo que entre el 20 y el 24 de marzo de 2003 arrasó Bagdad, precipitando el final de Sadam Husein. "Con su táctica de 'conmoción y pavor' -escribe Scruton al inicio del libro- el ejército estadounidense había desatado el fin del mundo en una ciudad de seis millones de habitantes [...]. Las infraestructuras de Bagdad habían quedado arrasadas: el agua, la electricidad, el tráfico, los mercados y la seguridad eran presa del caos y del poder local. El Gobierno se había venido abajo, se erigían muros, se trazaban fronteras tribales y se recurría a la violencia para instaurar unas jerarquías despiadadas. A lo largo del siguiente año, desaparecería la clase media laica de la ciudad, ante la presión de pistoleros, especuladores, fundamentalistas y soldados". Dos años y medio más tarde, a su regreso a Estados Unidos desde ese "mundo averiado" al que había sobrevivido, su unidad se enfrentó a otra situación de conmoción y pavor, esta vez provocada por el azote del huracán Katrina sobre Nueva Orleans:
"Ante mis ojos tenía la misma vorágine y derrumbe que ya había visto en Bagdad, la misma falta de planificación y la misma oleada de caos. [...] Nuestra unidad recibió órdenes de estar lista para pasar a la acción y se nos entrenó en operaciones de control de disturbios. El desalentador futuro que había visto en Bagdad estaba ahora entre nosotros: no eran el terrorismo ni las armas de destrucción masiva, sino la maquinaria de la civilización, que se venía abajo, incapaz de recuperarse después de la conmoción sufrida por su sistema".
Abraham H. Maslow advirtió en su libro de 1966 The Psychology of Science (New York: Harper & Row) de la existencia de un sesgo cognitivo que, desde entonces, se conoce como "el martillo de Maslow" o "ley del martillo dorado", para advertir sobre la tendencia a dar por supuesto que la única herramienta de la que disponemos o creemos disponer (la única teoria sobre el comportamiento humano, la única medida de política social, la única estrategia de acción colectiva...), aquella con la que estamos más familiarizadas o nos sentmos más seguras, es la única herramienta que necesitamos porque es la única que nos permite solucionar los problemas a los que nos enfrentamo: “Supongo que es tentador, si la única herramienta que tienes es un martillo, tratar todo como si fuera un clavo" ("I suppose it is tempting, if the only tool you have is a hammer, to treat everything as if it were a nail"). La expresión psicosociológica del "one best way" taylorista.
El martillo de Scruton es su experiencia como soldado y las lecciones que ha sacado de esa experiencia; lecciones como esta: si para sobrevivir en la guerra tuvo que asumir la inevitabilidad de su propia muerte, para sobrevir en el Antropoceno la humanidad deberá asumir que "esta civilización ya está muerta". El mundo es, para él, un escenario hobbesiano de muerte, violencia y miedo, en el que "la experiencia de ser humano se reduce a un borde afilado". En consecuencia, su diagnóstico es terriblemente duro: "Cada
vez que consultamos el correo electrónico estamos calentando el
planeta. Lo hacemos a diario, No podemos parar. No sabemos parar. No
queremos parar". Debemos recibirlo como una bofetada, sin endulzarlo: estamos en situación de catástrofe climática (hablar de "pre" es irresponsable), lo confirma el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Pero, con la herramienta de Scruton, no sé cómo pasar del diagnóstico a la acción colectiva (masiva) transformadora; no acabo de ver la conexión entre su diagnóstico y sus propuestas: interrumpir las "cadenas semánticas estresantes de excitacòn social" practicando la contemplación y el pensamiento crítico. No porque ambas practicas no sean esenciales sino porque no creo que sean suficientes.
¿Y si la herramienta fuera otra, si no fuera un martillo? Mientras leía este libro pensaba en lo interesante que sería poner a conversar a Straton con la Rebecca Solnit de Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desatre (Capitán Swing, 2020; traducción de David Muñoz Mateos). Tal vez incorporaría a la conversación al Sebatian Junger de Tribu. Sobre vuelta a casa y pertenencia (Capitán Swing, 2016; traducción de María Eugenia Frutos), quien analiza lo que ocurre en situaciones de combate o de catástrofe natural desde el planteamiento de que tales situaciones tienen el potencial de retrotraernos a un momento "tribal", en el que el compromiso colectivo y la identificación de un bien común se vuelven imprescindibles para la supervivencia. Pero me dejaría decir mucho por Rebecca Solnit, no menos crítica que Scruton en su diagnóstico del tiempo que vivimos, pero mucho más esperanzada. Donde Scruton solo ve violencia, desesperación y salvajismo, Solnit ve (también y sobre todo) cooperación, ayuda, altruismo. A ambas les preocupa el cambio climático pero, tal vez porque Scruton piensa desde la "espada" (esta es su auténtica herramienta), se muestra incapaz de atender a la presencia del "cáliz", del poder de la vida personal y colectiva como pulsión para la transformación social.
En fín, que sí, que debemos aprender a vivir en el Antropoceno.
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