sábado, 21 de mayo de 2022

Sobre la muerte de un perro

Jean Grenier
Sobre la muerte de un perro
Traducción de Laura Salas Rodríguez
Periférica, 2022
 
"Le sujeté la cabeza con una mano mientras le acariciaba el hocico con la otra. Se quedó así un buen rato, un rato larguísimo. Yo no le hablaba y él permanecía inmóvil. Tenía la mirada clavada en la mía.
No podía hacer nada por él. Pero él no lo sabía y me torturaba la idea de que tal vez creyera que tenía un poder soberano sobre él, poder cuya fuerza había experimentado en tantas otras circunstancias".
 
 
Quien haya sufrido la muerte de su perro sentirá que Grenier pone palabras a sus sentimientos. En mi caso han sido cuatro: Lodi, Zurtz, Baltza, Hartza. De cada uno de ellos guardo un sin fín de recuerdos y su muerte, cada una en circunstancias muy diferentes, sigue estando presente en mi memoria. Cada uno en un momento distinto de mi vida, cada uno con su propia perronalidad: no, no es cierto eso que se dice de que "tarde o temprano el perro acaba pareciéndose a su amo". Bueno, tal vez sea así en el caso de que nuestra relación sea de dominio, pero no si es de amistad, pues la amistad exige respeto al otro y a su autonomía, también al otro no humano. Desde esta perspectiva, con naturalidad, la reflexión de Grenier se eleva desde su relación de amistad con el perro Taïaut hasta la reivindicación del amor como fundamento de la vida: 

"No nos andemos por las ramas: amemos a quienes nos aman o están dispuestos a hacerlo. No malgastemos nuestras pocas fuerzas en convencer. No creamos en nuestros méritos. Aceptemos con diligencia el indólito favor que se nos concede. Una mano aparta la cortina que nos aísla y se tiende hacia nosotros. Apresurémonos a tomarla y besarla. Si se retira, no nos quedará nada, porque nosotros sólo somos nosotros merced a ese acto de amor".

Una joya.

1 comentario:

fabián dijo...

Qué razón llevas, Imanol
Además, solo te podemos entender a pies juntillas quienes hemos disfrutado durante un trozo de nuestra vida de toda una vida de un cuadrúpedo. La relación que se organiza casi sin darte cuenta entre ambos es especial, delicada y fuerte: porque ya sabes que él/ella no te va a dejar, nunca. Y te mira como diciendo "pero tú tampoco, verdad?" Y te quedas alucinado de su poder de convencimiento con un solo gesto de su mirada. Siempre celebra tu regreso y se muere por complacerte. Y tú acabas haciendo lo mismo.