Mal tiempo en la montaña. Frío, pero sobre todo mucha lluvia. Así y todo, imposible desoír la llamada del bosque. Subiendo hacia Valderinas, rodeado de niebla y acompañado por el silencio del monte nevado, recordaba un fragmento del libro El árbol, de John Fowles, editado por Impedimenta:
"Una de las nociones más antiguas y extendidas de la mitología y el folclore se ha centrado en torno a la imagen del ser que vive en los árboles [...]. Suele ser un personaje esquivo que posee el poder de 'fusionarse con los árboles', y estoy seguro de que si ese mito nos resulta tan atractivo y su influjo sigue siendo tan profundo y universal, se debe a que cada uno de nosotros lo llevamos dentro y lo rescatamos de manera recurrente".
A falta de buenas ocasiones para salir a la montaña dediqué unas cuantas horas más de las previstas a leer. Y entre las lecturas escogidas, varias de ellas tenían la naturaleza como elemento protagonista.
Las riquezas verdaderas, de Jean Giono (Errata naturae, 2016). Reivindicación de otra forma de habitar el mundo, escrita en 1936 resulta, sin embargo, plenamente actual. "La sociedad construida sobre el dinero destruye las cosechas, destruye los animales, destruye a los hombres, destruye la alegría, destruye el mundo auténtico, destruye la paz, destruye las riquezas verdaderas", denuncia Giono desde el comienzo del libro. Elogio de una vida más simple, comunizada y compartida. Bien pudiera leerse como manifiesto fundacional de nuestra actual Vía Campesina:
"Somos un inmenso bosque en movimiento. [...] En los momentos decisivos, cuando ha sido menester luchar contra las fuerzas del mal, la imaginación campesina ha inventado siempre el bosque en movimiento. Está presente en todas las leyendas y en todos los cánticos de batalla. [...]
De pronto, toda la ciudad estalla en árboles. Los árboles se abren paso a través de sus muros, de sus tejados, sus campanarios y sus fábricas. De pronto, lo que parecía tan seco y perdido se descubre, y aquellos que en el fondo de su corazón sólo tenían una minúscula semilla se convierten en admirables alerces, cedros, robles, abetos, olmos. la ciudad, a reventar de árboles, se vuelve bosque".
Los indómitos de la montaña, de Dino Buzzati (Gallo Nero, 2016). No conocía a este Buzzati dolomítico, escalador y montañero. Artículos y relatos publicados en los 40, 50 y 60, reportajes sobre las primeras ascensiones al Cervino o al K2, crónicas vivas, casi sobre el terreno. Una delicia para quienes amamos las montañas y el montañismo.
"Consideremos cómo, poco a poco, la vida moderna acaba por reducir el espacio de la fantasía, de la libertad, de la naturaleza; cómo la alta montaña es uno de los poquísimos rincones que sobreviven a esto y donde el hombre puede verdaderamente respirar. Pensemos lo valiosa que es esa reserva de belleza y de poesía -¿por qué tememos pronunciar esa palabra?- que encierra aquel maravilloso retiro".
El renacido, de Michael Punke (Planeta, Booket 2016). No he visto la película de Iñarritu, pero la novela en la que se inspira me ha parecido muy buena, en la mejor tradición de Jack London o James Oliver Curwood. Relato de aventuras en estado puro.
El silencio de las tierras altas, de Steinar Bragi (Destino, 2016). Dos parejas sufren un accidente mientras recorren las tierras altas de Islandia y quedan atrapados en una geografía irreal, de la que no pueden escapar, cuyo centro es una casa en la que habitan dos extraños ancianos, rodeada por amenazantes signos y seres. A ratos historia de terror psicológico, a ratos crítica social de una Islandia borracha de capitalismo financiero:
"Pero ahora los tiempos eran otros: nunca en la historia del mundo había sido tan sencillo conseguir un préstamo [...]. Y quizá aquello tuviera que ver con esa peculiaridad de la lengua islandesa que es usar una misma palabra para préstamo y regalo. [...]. Invirtieron en los bancos islandeses y en las sociedades de cartera, en bienes raíces en los antiguos países del antiguo bloque oriental, en empresas de comunicaciones, transporte y energía; crearon su propia sociedad de cartera y vieron asomar una débil luz de algo que aún no eran capaces de comprender del todo, pero que hacía que la nueva ideología del mercado pareciera una tostadora de pan en comparación con un cazabombardero furtivo. Por el simple procedimiento de mover el dinero de un lugar a otro, de una cuenta a otra, de una cartera a otra, aprendieron a incrementar su valor; era como amasar dinero, dejarlo reposar y verlo crecer, lo que se podría hacer sin problema, a menos que alguien cerrara dando un portazo".
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