Ha sido una de las mejores lecturas, no sólo de este verano sino de hace mucho tiempo.
En un metro de bosque es la crónica de un año de observación informada y paciente de un espacio de un metro de diámetro situado en el corazón de un bosque primario en las colinas de Tennessee, convencido de que es posible "la búsqueda de lo universal en lo infinitesimalmente pequeño".
Desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, en primavera, en verano, en otoño y en invierno, de día y de noche, Haslkell se ha sentado en el mismo lugar aplicando unas sencillas reglas: "guardar silencio, molestar lo mínimo; no matar, no mover de sitio los animales y no cavar en el mandala ni arrastrarse por él".
El resultado es un libro inclasificable: cuaderno de campo científico, ensayo filosófico, prospección espiritual... En sus páginas conviven cómodamente Darwin y Thoreau, Blake y Buda.
Yo, que carezco de los conocimientos de Haskell, pero también de su capacidad de observación, debo suplir mi ignorancia con un mayor radio de acción. Debo moverme más para poder ver sólo una parte de lo que él es capaz de observar sin moverse de su mandala..
Y así, a base de desgastar suela y músculo, puedo ver ciervos...
Corzos...
Jabalíes...
O rebecos...
En todo caso, ya sea a una escala o a otra, a partir de un espacio más o menos limitado, comparto plenamente una de las principales conclusiones de Haskell:
"Solo mediante el examen de la estructura que nos sostiene y que nos sustenta podemos ver cuál es nuestro sitio y, por lo tanto, nuestras responsabilidades. Vivir de cerca el bosque nos da la humildad necesaria para situar nuestra vida y deseos en ese contexto más amplio que inspira todas las grandes tradiciones morales".
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