"Allí estaban, sin poder hacer nada en contra, cada uno de los pueblecitos diseminados en la escalera del valle. Vidrieros, Triollo y La Lastra posaban su mirada con admiración sobre la gigantesca mole del pico Curavacas, y sentían en sus carnes la necesidad del calor y la comprensión de quien dirige los destinos de los vientos y de las nubes, de la temperatura y de las heladas" [Carlos Casado Cuevas, A las puertas del valle, 2009].
Ciertamente, admira y sobrecoge la visión del Curavacas desde cualquiera de sus vertientes, aunque es su cara sur la que, a pesar de acoger las rutas normales para acceder a la cumbre, ofrece su estampa más imponente.
No es fácil ser montaña a la sombra del Curavacas. Su altiva presencia invisibiliza a las cumbres de su entorno. Una de estas cumbres es El Hospital. A pesar de sus muy respetables 2.244 metros de altitud y aunque para llegar a su cima haya que ascender la fatigosa pedrera que lleva hasta el Callejo Grande, nunca antes se me había ocurrido dirigir hacia él mis pasos. Hasta ayer.
Mereció la pena, a pesar de los más de 50 centímetros de nieve blanda que se empeñaban en inmovilizarme en la empinada pedrera de la cara sur del Curavacas, convirtiendo cada paso en una fatigosa pelea y forzándome a urilizar los bastones como apoyo para elevarme casi a pulso en algunos tramos.
Casi en la cumbre, un rebeco solitario se burlaba de mi torpeza. No me importó. Mereció la pena conocer El Hospital, ese pariente humilde del altivo Curavacas.
1 comentario:
Sana envidia ;-)
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