miércoles, 31 de marzo de 2010

Semana Santa, violencia y novela negra

¿Puede ser consecuencia del retorno de los mediadores, como las golondrinas retornan con la primavera? Siempre me ha sorprendido -en un tiempo me escandalizaba- la facilidad con la que estos alegres paracaidistas amigos de según qué vascos magnifican cualquier guiño (incluso un simple tic) del abertzalismo radical, hasta el punto de llevar al pie de página de la historia a las víctimas del terrorismo.
Puede ser por eso, o porque no hay resurrección si previamente no se transita el camino de la pasión, que me he fijado en un párrafo de la novela de Michael Connelly El observatorio:

"El sol todavía estaba bajo la línea que formaban las crestas de las colinas, pero el anochecer ya iluminaba el cielo. A la luz del día, el mirador de Mulholland no mostraba ningún signo de la violencia de la noche anterior. Incluso los restos que normalmente quedaban en una escena del crimen -guantes de goma, tazas de café y cinta amarilla- habían sido retirados o quizas arrastrados por el viento. Era casi como si nunca hubieran disparado a Stanley Kent, como si nunca hubieran dejado su cadáver en el promontorio con la vista aérea de la ciudad. Bosch había investigado centenares de homicidios a lo largo de sus años en el departamento de policía, y nunca se había acostumbrado a la rapidez con la cual la ciudad parecía reponerse -al menos externamente- y seguir adelante como si nunca hubiera ocurrido nada".

Pero se trata, lo advierte Connelly, de una normalidad puramente externa. Otro autor de novela negra, John Connolly, escribe en Los amantes, su última novela publicada en español:

"Pero no eran los detalles físicos lo que interesaba a Mickey. Había estado en el escenario de muchos asesinatos y no se sentía ajeno a ese ambiente. Algunos de esos lugares, si uno no sabía de antemano que se había producido allí un asesinato, podían parecer normales e inalterados. Las flores crecían en jardines donde en otro tiempo hubo niños enterrados. El cuarto de juegos de una niña, pintado de vivos tonos naranjas y amarillos, borraba todo recuerdo de la anciana que había muerto allí, asfixiada durante un torpe allanamiento de morada cuando aquello era su habitación. Parejas hacían el amor en dormitorios donde maridos habían matado a palos a sus esposas y mujeres habían apuñalado a amantes descarriados mientras dormían. Tales lugares no quedaban manchados por la violencia que habían albergado.
Pero otros jardines y otras casas nunca serían los mismos después de haberse derramado en ellos sangre. La gente percibía algo extraño en cuanto ponía los pies allí. Daba igual que la casa estuviera limpia, el jardín bien cuidado, la puerta recién pintada. Allí perduraba un eco, como un último grito que se apaga poco a poco, y desencadenaba una respuesta atávica. A veces el eco era tan sonoro que ni siquiera bastaba con la demolición de la casa y la construcción de otra nueva claramente distinta para contrarrestar las influencias malévolas que allí permanecían. Mickey había visitado un edificio de apartamentos en Long Island construido en el solar de una casa reducida a cenizas con cinco niños y su madre dentro, un incendio producido por el padre de dos de sus hijos. La anciana que vivía en la misma calle le contó que esa noche los bomberos oyeron los gritos de socorro de los niños, pero el calor de las llamas era demasiado intenso y no pudieron rescatarlos. El edificio recién construido olía a humo, recordaba Mickey, a humo y carne chamuscada. Después ya nadie vivió allí más de seis meses. El día que Mickey fue a inspeccionarlo, todos los apartamentos estaban disponibles para alquilar.
Tal vez por eso la casa de Parker seguía en pie. Ni siquiera derribándola habría cambiado nada. La sangre se había filtrado a través del suelo hasta la tierra en la que se asentaba, y en el aire reverberaba el sonido de los gritos ahogados por una mordaza".

En fin. Mucho descanso, mucha lectura y mucha precaución en la carretera. Y hasta la vuelta.

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