viernes, 16 de octubre de 2009

Hambre de justicia

Miles de personas piden al Gobierno en Madrid que destine el 0,7% del PIB a la ayuda al desarrollo
El número de hambrientos se incrementará un 9% este año, llegando a los 1.020 millones, el peor dato desde hace más de 30 años
[EL PAIS].

La vergüenza del hambre eterna, eterna deuda de justicia de los subdesarrollados éticos que somos los económicamente desarrollados. Ahora porque hay crisis, y ya se sabe que la caridad bien entendida empieza por uno mismo. ¿Y ayer, cuando no había crisis y de las vacas gordas hacíamos hamburguesas XXL?



Hoy recuerdo a Albert Camus y su artículo de 1946 “Ni víctimas ni verdugos” [recogido en Crónicas 1944-1953, Alianza, Madrid 2002]. Su diagnóstico, certero, se adelantó en décadas a las reflexiones sobre la globalización. Su propuesta, impecable, alimenta a los movimientos sociales por la justicia global. Dice así:

Hoy sabemos que ya no quedan islas y que las fronteras son inútiles. Sabemos que en un mundo en constante aceleración, donde el Atlántico se cruza en menos de un día, donde Moscú habla con Washington en unas horas, estamos obligados a la solidaridad o a la complicidad, según los casos. Durante los años cuarenta aprendimos que el daño causado a un estudiante de Praga afectaba al mismo tiempo al obrero de Clichy, que la sangre derramada en algún lado a orillas de un río de la Europa central llevaría a un campesino de Texas a verter la suya en la tierra de unas Ardenas que veía por primera vez. No había, como ya no hay, un solo sufrimiento, aislado, una sola tortura en este mundo que no repercutiera en nuestra vida de todos los días.
[...] Del mismo modo, ningún problema económico, por secundario que parezca, puede solucionarse hoy en día sin la solidaridad de las naciones. El pan de Europa está en Buenos Aires y las máquinas herramientas de Siberia se fabrican en Detroit. Hoy en día, la tragedia es colectiva.
Todos sabemos, pues, sin sombra de duda, que el nuevo orden que buscamos no puede ser sólo nacional ni siquiera continental, ni mucho menos occidental u oriental. Debe ser universal. Ya no es posible esperar soluciones parciales o concesiones [...].
¿Cuáles son hoy en día los medios para alcanzar esa unidad del mundo, para realizar esa revolución internacional que podría redistribuir mejor los recursos humanos, las materias primas, los mercados comerciales y las riquezas espirituales? [...]
[...] El acuerdo mutuo entre las partes. No nos preguntaremos si es posible, pues aquí consideramos que cabalmente es el único posible. Nos preguntaremos ante todo qué es.
Ese acuerdo de las partes tiene un nombre, que es la democracia internacional [...].
[...] Es una forma de sociedad en la que la ley está por encima de los gobernantes, al ser dicha ley expresión de la voluntad de todos, representada por un cuerpo legislativo. ¿Es eso lo que se intenta fundar hoy? Nos están preparando, en efecto, una ley internacional. Pero son los gobiernos, o sea el ejecutivo, quienes hacen o deshacen esa ley. Nos hallamos, pues, en un régimen de dictadura internacional. La única forma de evadirnos de ella consiste en poner a la ley internacional por encima de los gobiernos, y por lo tanto hacer esa ley, y por lo tanto disponer de un parlamento, y por lo tanto constituir ese parlamento mediante elecciones mundiales en las que participarían todos los pueblos. Y como no tenemos ese parlamento, el único medio es resistir a esa dictadura internacional en un plano internacional y con medios que no contradigan el fin perseguido.

No hay comentarios: