miércoles, 31 de agosto de 2022

Feminismo de barrio: lo que olvida el feminismo blanco

Mikki Kendall
Feminismo de barrio: Lo que olvida el feminismo blanco
Traducción de María Porras Sánchez
Capitán Swing, 2021

"El feminismo blanco dominante no solo les ha fallado a las mujeres de color, también les ha fallado a las mujeres blancas. No les ha dado más seguridad, ni más poder, ni más sabiduría. Apoya los fines del supremacismo blanco a menudo y sin sentido crítico, de tal manera que el 53 por ciento de las mujeres blancas votaron a un presidente con un historial de abusos e insultos a mujeres, y también apoyaron al mismo sistema que le apoya a él. Las mujeres blancas no han visto mejorar sus condiciones; de hecho, este patrón refleja un regreso a un paradigma donde la única diferencia es que su jaula es dorada, mientras otras continuan atrapadas en cárceles menos decorativas".

 
 
Me ha costado varias semanas terminar este libro, semanas de empezarlo, leer unas páginas, dejarlo y retomarlo después. El motivo: muchas veces me ha hecho sentirme incómodo.  La incomodidad que genera responde, sin duda, al acierto con el que Mikki Kendall diagnostica el peso que la raza (blanca) y la clase (media - educada) tienen sobre las políticas emancipatorias, también sobre el feminismo, la facilidad con la que el privilegio blanco-acomodado-educado se cuela en nuestras reflexiones y en nuestras prácticas. 
 
Mikki Kendall se presenta como una feminista ruda y cabreada que escandaliza al feminismo "amable" al cantarle las verdades de la barquera, sacudiendo su autocomplacencia, sacándolo a empujones de su zona de confort. Hay una buena entrevista con Mariola Cubells que permite conocer por dónde va su propuesta. Kendall reivindica un "feminismo de barrio" centrado en las luchas materiales, muy alejado en la práctica de cierta "teoría crítica" sobre la que se construye el que denomina (sin acabar de definir) "feminismo dominante":
 
"Los textos de ese feminismo dominante tienen un problema fundamental: su forma de determinar qué cuestiones y problemas debe abordar el feminismo. Rara vez se habla de las necesidades básicas como una cuestión feminista. Problemas como la inseguridad alimentaria, el acceso a una educación de calidad, la atención médica, unos vecindarios seguros y unos sueldos dignos también son cuestiones feministas. [...] Para ser un movimiento que supuestamente representa a todas las mujeres, se centra demasiado en aquellas que ya tienen todas sus necesidades resueltas"
 
Muy interesante su crítica a la idea de "respetabilidad" (la pretensión de que "los grupos marginales supervisen internamente a sus miembros para que estos encajen en las normas de la cultura dominante"), así como a la criminalización de las mujeres pobres. Y tiene toda la razón al advertir que las mujeres negras y racializadas no son "los personajes secundarios del feminismo" y que no se puede dar por supuesto que la conquista de los "ideales blancos feministas dominantes", que la autora reduce a lograr la "paridad con los hombres blancos", traiga nada de bueno para las primeras. 
 
Pero -y aquí está la segunda y más importante fuente de incomodidad, al menos para mí- el estilo argumentativo de Mikki Kendall está lleno de saltos lógicos que, en ocasiones, rozan la falacia. Por ejemplo, cuando en un mismo párrafo dice que "el 53 por ciento de las mujeres blancas votaron por Trump" (muy cierto), que este hecho "era el mismo racismo de siempre disfrazado de feminismo", un "feminismo que beneficiaba a las mujeres blancas a expensas de las demás mujeres". Seguro que la autora no piensa que las votantes de Trump eran feministas, ni que las feministas blancas votaron por Trump. ¿Pudieron hacerlo algunas? Hay quienes consideran que es posible ser feminista y votar a Trump, como intenta argumentar Flora Jacobs en su trabajo titulado The feminists who voted for Trump: Is it possible to identify as a feminist and vote for Donald Trump?; pero los casos que analiza ofrecen una debil evdencia. Por el contrario, parece más bien que las mujeres blancas que votaron a Trump lo hicieron porque tenían creencias sexistas que actuaron como determinantes de su elección, como señalan Erin C. Cassese y Tiffany D. Barnes en su artículo "Reconciling Sexism and Women’s Supportfor Republican Candidates: A Look at Gender, Class, and Whiteness in the 2012 and 2016 Presidential Races"; no eran precisamente feministas.
 
Afirmaciones como que "el apoyo de las feministas blancas a las cuestiones que tienen un impacto directo en la vida de las mujeres trans siempre ha sido mínimo, si es que alguna vez existió",  que "el privilegio blanco no sabe de género" o que el feminismo negro "reconoce que luchar contra el patriarcado supremacista blanco fuera de nuestra comunidad es distinto a combatir la masculinidad tóxica dentro de ella" son, en mi opinión (de varón, blanco, educado) más que problemáticas.
 
Por supuesto que "cuando los fundamentos de la retórica feminista están sesgados por el racismo, la discriminación contra las personas con discapacidad, la transmisoginia, el antisemitismo y la islamofobia" estos fundamentos se usarán "automáticamente contra las mujeres marginalizadas y contra cualquier concepto de solidaridad". Pero tal vez sería mejor, intelectualmente más claro y políticamente más útil, decir sencillamente que un feminismo racista, capacitista, transmisógino, antisemita e islamófobo, no es un auténtico feminismo.
 
Un libro complicado pero interesante, que permite abrir buenas conversaciones, si bien es imprescindible modular muchas de sus afirmaciones, muy pegadas a la realidad estadounidense, si queremos traducirlas a la realidad española.

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