lunes, 30 de marzo de 2009

De lo propio a lo apropiado

Como señala Kymlicka, cualquier aproximación al nacionalismo que se centre exclusivamente en la dinámica de las minorías nacionales “será incapaz de explicar un fenómeno que se encuentra con idéntica frecuencia entre las mayorías nacionales”. Pues, como él dice: “Si la demografía fuera inversa, y los anglófonos de los Estados Unidos se vieran superados en número por los francófonos o los hispanos, entonces también ellos se movilizarían para obtener reconocimiento oficial y apoyo para su lengua y su cultura. La única diferencia es que los anglófonos de Norteamérica puedan dar por supuesta la identidad nacional”.
Los distintos lenguajes del soberanismo en Cataluña, en Euskadi o en España (sí, también hay un soberanismo español) coinciden en lo fundamental: es mejor que gobiernen los nuestros, lo que en realidad quiere decir “es mejor que gobernemos nosotros”. Y así, por la puerta de atrás, liberalismo, utilitarismo y universalismo se ven reducidos al terreno de la afirmación nacional más ortodoxa, definiendo un “nosotros” necesariamente más estrecho, más autorreferencial que el que antes había.
Este es, en realidad, el basamento de todo Estado-nación y la principal debilidad del discurso sobre el patriotismo: su necesaria vinculación con un demos que sólo ha podido constituirse y sostenerse en la medida en que ha nacido como etnos, como comunidad particular y diferenciada, como nosotros frente a otros. La patria, entendida como el lugar de la libertad y de los derechos, no está al principio sino al final del proceso de construcción nacional. Se debe ser nacionalista mientras se constituye el Estado-nación; luego ya se puede ser patriota. Por eso, cuestionar el proyecto soberanista del nacionalismo vasco enarbolando la enseña de la unidad nacional de España o apelando a la Europa de los Estados es, sencillamente, quedarse sin argumentos.
Por el contrario, deberíamos esforzarnos en trazar fronteras (pues estamos obligados a actuar en referencia a coordenadas espacio-temporales) basadas no el la clave de lo propio, sino de lo apropiado: ¿cómo construir espacios donde sea posible la máxima eficacia, la máxima justicia, la máxima democracia y la máxima solidaridad?
Espacios donde sea posible, la máxima participación ciudadana, la máxima corresponsabilidad en los asuntos comunes, la máxima implicación de cada persona. Espacios donde ninguna riqueza humana se pierda; espacios, por tanto, también culturales. Espacios en los que podamos participar en la toma de decisiones, donde los procesos políticos, económicos, tecnológicos, no parezcan incontrolados, sino que en todo momento podamos distinguir sus responsabilidades, evaluar sus consecuencias y reprogramar su dirección y ritmo. Espacios, en definitiva, donde sea realidad ese principio de que lo que pueda hacerse en un nivel (geográfico, de decisión) no se haga en un nivel superior, recordando siempre, eso sí, que el criterio de fijación de tales niveles no es la eficacia económica, sino la solidaridad.
Cuáles deban ser esos espacios -comarcas, regiones, comunidades autónomas, nacionalidades históricas o cualquier otra clase de agrupación humana- no creo que pueda definirse de antemano. Además, siempre se tratará de espacios interrelacionados, comunicados, pues habrá solidaridades, participaciones y eficacias posibles en determinados espacios, pero donde otras, sean imposibles.

2 comentarios:

Unknown dijo...

EL NUEVO PRO-YECTO DE EUSKADI


Para Martin Heidegger, el ser humano es un ser que es arrojado a un mundo que le antecede. A esto lo denomina estado de de-yecto. Somos arrojados a un mundo, un lenguaje y una temporalidad. A esto el le llama “estado interpretado”. Es decir ,los humanos vivimos en un estado de inautenticidad.

Vivimos en un mundo donde “se” piensa o “hay” que pensar, “se” lee o “hay” que leer, “se” escucha una música o “hay” que escuchar una música. Otros en otro momento ya interpretaron nuestro mundo y nosotros lo interpretamos como “se” interpreta o “hay” que interpretarlo. Nosotros no hablamos, somos hablados por otros. Los juicios sobre las cosas ya están hechos. Esto es estar en “estado interpretado”: ver lo que los otros dicen que tenemos que ver para ser lo que otros quieren que seamos; vivimos la vida que otros quieren que vivamos. Y todo esto sin darnos cuenta. Estar en estado interpretado es la falta de poder que genera una vida inauténtica.

Euskadi lleva al menos dos, o tres diría yo, generaciones de vascos sometidos al “estado interpretado” en grado absoluto. El discurso oficial del nacionalismo, garante único de “lo vasco” de lo que “debe de ser” y lo que “hay que ser” ha vaciado de personalidad propia a centenares de miles de vascos. Desde que han nacido, estas generaciones han tenido indefectiblemente asumido el concepto de lo que “es ser vasco” y de lo que “hay que hacer” para ser vasco. El esquema de pensamiento y acción de “lo vasco” se ha apoyado además en la violencia de hecho o la subliminal ejercida en todos los estamentos de poder político y social a través de discriminaciones que en algunos casos rozan lo kafkiano. “Lo vasco” ha sido y dos huevos duros mas, por si acaso.

Hay generaciones de vascos cuya única posibilidad vital ha sido la adaptación al medio nacionalista. La única posibilidad que han tenido ha sido aceptar el concepto de “ciudadano nacional vasco” definido desde el poder. Sus posibilidades de desarrollo personal, profesional y social ha sido la adaptación a los paradigmas por los que el nacionalismo vasco “se” ha venido rigiendo.

Hace unos días el buen pensador y escritor que es Jose Maria Ruiz Soroa hablaba de la necesidad de un cambio de la “moral social” en la sociedad vasca .Él hablaba de la moral social como algo proveniente o al menos evocador de la ética. Estando de acuerdo en el fondo de su apreciación en cuanto a la transmisión de lo que quería decir, difiero, mejor dicho, creo que el concepto de paradigma es más amplio y por lo tanto mas correcto a la hora de hablar de conceptos complejos que el de “moral social”. Me explico

Creo que hay que despojar de cualquier consideración ética, humanística, o religiosa incluso, que tiene la acepción de la “moral social”. Yo hablaría de paradigmas. El paradigma ( proveniente del griego paradeima traducido como modelo, tipo , ejemplo) desde un punto de vista psicológico se refiere a la asunción de ideas, pensamientos o creencias incorporadas, desde nuestra más tierna infancia. El paradigma es algo que aceptamos como verdadero o falso sin realizar un análisis previo. Es algo automático, no se pone nunca en tela de juicio o se realiza un nuevo análisis. A diferencia de la moral, el paradigma se extiende hacia cualquier consideración sobre la vida y sin que por ello tenga que conectar con consideraciones de carácter moral necesariamente. Por eso hablaría de paradigmas, más que de moral social.

Siguiendo a Thomas Khun el paradigma es “un conjunto de suposiciones interrelacionadas respecto al mundo que generan un marco filosófico para el estudio organizado del mundo”. El término paradigma lo utiliza para describir el conjunto de experiencias, creencias y valores que inciden en la forma en que un sujeto percibe la realidad y en su forma de respuesta. La característica de los paradigmas, una vez asumidos por nosotros, es que organizan nuestra vida, lo que “hay que creer” O “hay que hacer” o “hay que pensar” ya está pensado y lo tenemos interiorizado. Edgar Morin simplifica aún más el concepto diciendo que es “todo supuesto sobre la vida misma”.

Los paradigmas actuales de la sociedad vasca han entrado en crisis. El gran paradigma de la sociedad vasca, su identidad propia y diferenciada como pueblo, está cuestionada. En realidad, se encuentra cuestionada cualquier identidad nacional, al menos en Europa y en otras muchas partes del mundo. Las identidades nacionales se han disuelto como azucarillos en agua y a una velocidad de vértigo.

La globalización ha puesto en jaque la creencia de que la autoafirmación identitaria supone un derecho que obliga a dotarse de instituciones propias y diferenciadas por considerarse extrañas e impropias las compartidas o englobadas en administraciones con otros territorios y/o supuestas identidades. Tener instituciones propias es el núcleo de la afirmación identitaria ese ha sido el paradigma por el que nos hemos regido hasta ahora. En estos momento yo hablaría mas que de identidades de “grupos de poder” cohesionados en base a una supuesta identidad cultural común y asentados en una geografía determinada

A corto plazo, voy a escupir un anatema, vamos a desvalorizar mucha de las cuestiones sagradas ahora. Vamos a cambiar de paradigmas. Lenta y pausadamente, pero los vamos a empezar a cuestionar. A ello voy.

El Estatuto de Gernika, mezcla derechos con recursos. Merece la pena de-construir un poco su contenido para volverlo a unir en un cuerpo único.

Un ejercicio de deconstrucción y unión posterior debe de ser el de separar los derechos de las competencias. El derecho a tener instituciones propias es un derecho. Las competencias es una cuestión como tu señalas Imanol de espacio-tiempo y que debiera de regirse por los criterios de solidaridad y eficiencia que deben presidir toda acción de Gobierno. Las Instituciones Públicas, los Gobiernos y sus diferentes formas, son puros instrumentos para garantizar las libertades de sus ciudadanos y su progreso y mejora social, no principios o sujetos últimos depositarios de una falsa identidad nacional.

Lo siento Imanol, se me ha ido la pluma. Y lo malo es que mi discurso sigue. Lamento ser tan pesado.

botana dijo...

Pablo, vaya batiburrillo.
De Heidegger a las competencias y tiro porque me toca.

Tanto rollo para decir ¿Que?

¿Que no quieres el concierto económico?

¿Que no quieres el estatuto?

¿Que prefieres que la gestión se lleve desde otro sitio?

¿Desde donde? ¿Madrid, Bruselas?

¿Como?

¿Que tipo de estructura pretendes alcanzar?

¿Como se establecen los diferentes poderes?

¿Quien decide como se estructura?

Vaya por Dios, si al final resulta que estabas hablando de política.