En busca de consuelo
Traducción de Jordi Ainaud i Escudero
Taurus, 2023
"Consolar. Viene del latín consolor, ‘encontrar alivio juntos’. Consolar es lo que hacemos, o intentamos, cuando compartimos el sufrimiento de los demás o pretendemos aliviar el nuestro. Lo que buscamos es el modo de continuar, de seguir adelante, de recuperar la fe en que la vida merece la pena. [...]
Hoy en día la palabra ha perdido su significado de antaño, basado en tradiciones religiosas. En la actualidad, el premio de consolación es el que nadie quiere ganar. Las culturas que persiguen el éxito no prestan mucha atención al fracaso, la pérdida o la muerte. La consolación es para los perdedores. [...]
El consuelo también ha perdido su marco institucional. Las iglesias, sinagogas y mezquitas, donde antes nos consolábamos en grupo en rituales colectivos de dolor y duelo, se han ido vaciando. Si buscamos ayuda en tiempos de aflicción, la buscamos solos, de persona a persona o en terapeutas profesionales, que tratan nuestro sufrimiento como una enfermedad de la que tenemos que recuperarnos.
Sin embargo, algo se pierde al considerar el sufrimiento como una enfermedad que tiene cura. [...]
Tanto los antiguos como los modernos compartían el sentido de lo trágico. Todos aceptaban que hay pérdidas irreparables; experiencias de las que no podemos recuperarnos del todo; cicatrices que sanan, pero no se borran. Hoy en día, el reto al que debe hacer frente la consolación es soportar la tragedia, aunque no le encontremos sentido, para seguir viviendo con esperanza".
En este libro Michael Ignatieff nos introduce en un recorrido por la historia para explorar cómo figuras emblemáticas enfrentaron el sufrimiento y hallaron esperanza en medio de la adversidad, desde el libro de los Salmos y la figura sufriente de Job, hasta personajes contemporáneos como Primo Levi, Cicely Saunders, Albert Camus o Anna Ajmátova. Una suerte de actualización de ese libro esencial que es Hombres en tiempos de oscuridad, de Hannah Arendt. Como ocurriera en este, en el libro de Ignatieff predominan abrumadoramente las figuras masculinas, un sesgo que ya deberíamos empezar a superar. Por ejemplo, no se entiende que en un libro como este solo se haga una raquítica referencia a Simone Weil, a quien sin embargo presenta como "gran pensadora religiosa y mística", exclusivamente porque "reflexionó profundamente sobre la historia de Job".
En todo caso, el libro resulta interesante y, sobre todo, oportuno. El lenguaje del consuelo, que en otros tiempos fue central en la reflexión religiosa y filosófica, ha ido desdibujándose en la modernidad, donde ambas perspectivas han sido reemplazada por la ciencia, las ideologías y la terapia. Desde el siglo XVI, la humanidad ha ido alejándose del alivio ofrecido por los textos sagrados, depositando su confianza en la ciencia, las ideologías y la psicología. Ignatieff advierte que, en la actualidad, “el premio de consolación es el que nadie quiere ganar”, pues en sociedades obsesionadas con el éxito, el fracaso, la pérdida y la muerte suelen relegarse al olvido, como si el consuelo solo perteneciera a las personas derrotadas.
Sin embargo, el consuelo es una necesidad fundamental del ser humano cuando enfrenta la muerte, la derrota o la desesperanza. Experiencias que siempre están con nosotras, a pesar de que "la incredulidad ante el mal [sea] el principal autoengaño de las vidas felices".
Ignatieff examina cómo escritores, pensadores, músicos y artistas lograron sobreponerse a la desesperanza, encontrando lecciones en lugares inesperados: en el fracaso del estoicismo de Cicerón tras la muerte de su hija Tulia; en las noches de insomnio de Marco Aurelio por la soledad de quien carga con el peso del poder y la incertidumbre; en las ilusiones truncadas de Karl y Jenny Marx, quienes enfrentaron la pobreza y la adversidad encontrando consuelo en la creencia de que su lucha por la justicia tenía un propósito mayor, a pesar de no ver materializarse esos ideales. Al revivir los momentos en que estos personajes hallaron la fortaleza y el coraje para encarar su destino, el autor nos invita a descubrir cómo sus experiencias pueden ayudarnos a enfrentar las angustias e incertidumbres del presente. Un presente en el que la tendencia al individualismo y la meritocracia han hecho que el sufrimiento se viva de manera solitaria. La cultura moderna valora la autosuficiencia y desestima la vulnerabilidad, lo que dificulta el acceso a fuentes colectivas de consuelo.
Ignatieff nos invita a reconsiderar el valor del consuelo, no como una señal de debilidad, sino como una herramienta vital para enfrentar las dificultades de la vida. En tiempos de crisis, el ejemplo de quienes nos precedieron puede ayudarnos a hallar esperanza en medio de la adversidad. Una esperanza solidaria, no solitaria, colectiva, no privada:
"El fracaso es un gran maestro y también lo es el envejecimiento. A medida que he ido envejeciendo ha desaparecido por lo menos un falso consuelo. De todos los privilegios que me otorgaron unos padres cariñosos -clase, raza, educación y nacionalidad-, el más difícil de corregir era el de mi propio ser: que yo era, en cierto sentido, especial. Me habían dado un salvoconducto para circular libremente por la vida. Esto era absurdo, por supuesto, pero era una ilusión en la que se basaban muchas de las cosas que intenté hacer. El fracaso y la edad nos enseñan poco a poco lo contrario. Te desprendes de toda ilusión de ser especial, inmune a la locura y la desgracia, y llegas a aceptar, lo quieras o no, que eres como todo el mundo, presa de la ilusión, el autoengaño y todas las aflicciones que hereda la carne. Te das cuenta de que tendrás que entregar tu salvoconducto y de que, de todos modos, tienes una puerta por delante que no se abrirá. Se tarda un tiempo en aceptar la sensación de solidaridad incipiente con el resto de la humanidad que empieza a brotar cuando entregas tu salvoconducto, cuando te das cuenta de que tus anteriores proclamas progresistas de solidaridad abstracta habían sido falsas, cuando finalmente te percatas de que estás unido a los demás en un destino común. Pero comprender todo esto constituye una parte inevitable del proceso de envejecer y se convierte en una especie de consuelo. Puede que no seas especial, pero formas parte de algo, y eso no es tan triste ni tan difícil de aceptar. Puede que incluso te haga estar algo más atento a las desgracias y calamidades de los demás y a la antigua sabiduría que nos advierte desde siempre que no seamos tan vanidosos y tontos".
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