martes, 9 de agosto de 2022

Yo maté a Sherezade (dos mujeres árabes indignadas)

Joumana Haddad
Yo maté a Sherezade. Confesiones de una mujer árabe furiosa
Traducción de Natalia Carbajosa
Vaso Roto Ediciones, 2020

"Siempre he sido lo que llamarías, con admiración o como reproche, una 'chica mala'. De hecho, el recuerdo más vivido de mí en esos años es el de una niña tremendamente curiosa esperando pacientemente que sus padres salieran de casa para colocar una silla ante la inmensa librería de su padre, subir por ella, y coger cualquiera de los volúmenes ocultos en las estanterías más altas. En aquella etapa temprana de mi vida, creía que sólo había dos cosas que merecía la pena hacer cada vez que se me presentaba la oportunidad de quedarme a solas: leer y masturbarme. Ambas requerían soledad para su completo disfrute".


Nacida en Beirut en 1970 Joumana Haddad ha hecho de la vivencia libre de la palabra y el cuerpo su seña de identidad. Y eso, para una mujer, es tan valiente como expuesto. Y sí, Joumana Haddad es "una mujer árabe" (signifique eso lo que signifique, caso de que signifique algo fuera del marco orientalista), pero es el hecho de ser mujer lo relevante. Lo explica perfectamente Rebecca Solnit (que no es una mujer áraba) en Recuerdos de mi inexistencia: "En su aspecto más brutalmente convencional, la feminidad es un acto de desaparición constante, una eliminación y un silenciamiento para dejar más espacio a los hombres, un espacio en el que nuestra existencia se considera hostil y nuestra inexistencia, una forma de gentil sumisión". Es contra esta desaparición forzada contra la que combate Haddad: en su caso, en el multicultural Beirut; en el caso de Solnit, en el multicultural San Francisco. 
 
Laica, republicana, independiente, transgresora, radicalmente crítica con el patriotismo identitario y, en general, con todas aquellas palabras "que parecen haberse inventado para ser escritas en mayúsculas"; lectora empedernida, orgullosa de su francofonía, poetisa erótica, directora de la revista Jasad ("cuerpo", en árabe), su libro es, por encima de todo, una reivindicación de la libertad inalienable de cada persona, una encarnación del principio kantiano (al que ni la más decolonial de las voluntades desea renunciar) de que todo ser humano "existe como fin en sí mismo, no solo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad".
 
Hay un cierto sesgo de clase (una ceguera hacia la posición que deriva de su capital social, cultural y económico) en su reflexión y no alcanza la profundidad crítica de esa otra mujer árabe indignada que es la imprescindible Wassyla Tamzali (Carta de una mujer indignada desde el Magreb a Europa, Cátedra 2011; traducción de Magalí Martínez Solimán): Haddad no tiene ni su formación, ni su experiencia, ni su edad [*]. Pero es una reflexión igualmente necesaria, que desmonta estereotipos y obliga a repensar muchas de nuestras ideas elaboradas desde y para un pensamiento emancipador. Y es (asesina de Sherezade y heredera de Lilith) un canto a la lectura como medio para abrir la posibilidad de mil y un días de vida plena para todas las mujeres, definitivamente liberadas de la tutela criminal de ningún sultán Shariar.

"Amaba la lectura por varias razones: leía para respirar; leía para vivir (tanto mi vida como la de otros); leía para viajar lejos; leía para escapar de una realidad violenta; [...] leía para acumular fuerzas; leía para acariciarme el alma; leía para abofeteearme el alma; leía para olvidar; leía para recordar; leía para tener esperanza; [...] leía para desear y anhelar y ansiar... Y leía, sobre todo, para poder honrar la promesa que me había hecho a mí misma de que un día mi vida sería diferente. Una promesa que aún me esfuerzo por mantener, igual que entonces, por aquella pequeña Joumana indefensa y atrapada que, entre las explosiones de las milicias que luchaban en la calle y los gritos de las peleas de sus padres en casa, volaba hacia sus sueños, desde uno de tantos mugrientos refugios de Beirut...".


[*] Solo tres extractos del libro de Tamzali, cuya lectura considero imprescindible:

[S]e me mira con desconfianza, ya no se me reconoce de antemano la legitimidad para hablar en calidad de mujer argelina. Sobre lo que soy cae una capa de plomo, una identidad definida de antemano, empaquetada en la religión. Soy un palimpsesto en el que se han borrado las imágenes de las mujeres con la melena al viento para sustituirlas por otras de mujeres que llevan la melena cubierta con un velo. Mi historia es indescifrable. Cada vez está más claro que mis interlocutores europeos esperan que, bajo la denominación "mujer argelina", se exprese una "árabe" y una "musulmana" de la que tienen ya una idea muy definida. ¿Es que de ahora en adelante va a haber que llevar velo para que la vean a una? 

De modo que el velo, pensado como recurso supremo para proteger a las mujeres, no constituye una protección, no es una barrera contra los instintos sexuales. No lo es porque no es ésa su función. Hemos comprendido que era el instrumento de un discurso sobre la sexualidad que construye un orden sexual al que todas las mujeres se están sometiendo progresivamente. Todo está montado para que así sea. Siguiendo una lógica implacable, a medida que cada vez más mujeres, muchachas jóvenes y niñas ocultan su melena y algunas partes de su piel, las calles árabes se van erotizando. Cuantas más mujeres hay que se ponen el velo, más aumenta su número. El velo de unas desnuda a las demás.
Cuanto más se cubren con velo las mujeres y las niñas para tratar de protegerse, más necesidad tienen las demás de imitarlas. Un engranaje implacable en el que algunos observadores y defensores de la diversidad cultural quieren ver la prueba de un regreso a la religión libremente consentida por las mujeres, cuando en realidad se trata de una llamada al orden forzada por la violencia del entorno social, dominado por una visión teologizada de la sexualidad.
 
¿Habrá que decir, agotados los argumentos: "No se nace musulmana: se llega a serlo, para que me vean, a mí y a todas las demás mujeres musulmanas, en la desnudez de nuestro ser? ¿Lo oyen, las hijas de Beauvoir? Se diría que padecen amnesia, pues no reconocen en las nuestras las luchas que protagonizaron en su época. Además, ¿es amnesia o etnicismo? Lo mismo da: el hecho es que, al adoptar esta postura, esas y esos intelectuales, de izquierdas en su mayoría, nuestros amigos de ayer, se reservan el privilegio de la Historia y nos condenan a volver a mamar nuestra cultura. Bajo su mirada, no podemos sino perpetuarnos en nuestra esencia inmutable.

No hay comentarios: