lunes, 4 de enero de 2021

Naturaleza es nombre de mujer

Abi Andrews
Naturaleza es nombre de mujer
Traducción de Paula Zumalacárregui Martínez
Volcano, 2020 

"Así fue como ocurrió: yo estaba viendo una película sobre un fugitivo llamado Chris McCandless, que renunció a su vida de niño rico de universidad privada para cruzar los Estados Unidos y vivir el sueño de Jack London en Alaska, donde comió unas semillas venenosas y se murió. Fue en 1992, un año antes de que yo naciera. Lloré y me prometí que abriría una cuenta de ahorros para costearme un viaje a Alaska, donde yo también viviría en plena naturaleza en la más absoluta soledad. Después, repasé la película de cabo a rabo y analicé de qué manera la cosa podría haber sido diferente si el tío hubiera sido mujer. Lo cierto es que habría sido una película radicalmente distinta"

 

Este es un libro maravillosamente extraño. Presentado como una novela, su densidad lo convierte en un ensayo sociológico y su realismo en un relato autobiográfico. Este realismo es tan poderoso que durante su lectura tenía que recordarme a mí mismo que no se trataba de una historia "real", al estilo de otras que ya he comentado aquí, aquí o aquí.

En una entrevista publicada en The Adroit Journal, Abi Andrews aclara las circunstancias en las que ideó y escribió el libro, muy alejadas de las que refleja en su contenido:

"Empecé a escribir el libro cuando todavía estaba en la universidad de Londres, sintiéndome sofocada por la ciudad y anhelando un viaje como el de Erin. [...] Quería que el libro fuera un ejercicio intelectual en el sentido de que trata sobre las ideas que tenemos de los lugares en lugar de los lugares en sí. Cuando me gradué y todavía estaba escribiendo el libro, fui de excursión a Nepal. El viaje fue muy diferente al de Erin, y no estaba sola, pero hubo algunas contingencias emocionales en las montañas que quizás surgieron más adelante en el libro. No había estado en Norteamérica hasta hace dos años, poco después de la publicación del libro".

Y en otra entrevista profundiza en las razones de haber optado por esta perspectiva mockumentary, como si de un falso documental se tratara:

"Evité escribir sobre algún lugar basado en la experiencia a propósito. Podría ser acusada de no ser auténtica. Pero me preocupaba una línea particular de escritura de viajes: esta tradición masculina de escribir como conquista, y realmente quería evitar eso de la manera más literal. No quería escribir sobre un lugar en el que había estado antes, atraparlo de esa manera. Estaba pensando más en las ideas que tenemos de los lugares, que en los lugares en sí. Las historias que nos contamos sobre ellos. ¿Cuál es el imaginario de Alaska? Así que leí mucho sobre Alaska y los otros lugares a los que va Erin. Vi muchos documentales y películas".

De manera que la protagonista de esta novela-ensayo o de este ensayo-novelado es Erin, una joven británica de 19 años que decide grabar un documental a partir de una base -"una mujer sola en plena naturaleza"- generalmente ausente de las aproximaciones filosóficas, literarias o cinematográficas a la relación entre las personas y la naturaleza.

Es cierto que podemos encontrar referencias de mujeres viajeras como Rebecca West (Cordero negro, halcón gris, traducción de Luis Murillo Fort, Ediciones B, 2000) o Annemarie Schwarzenbach (Todos los caminos están abiertos, traducción de María Esperanza Romero, Minúscula, 2008), que a finales de los años treinta del siglo XX recorrieron Yugoslavia, la primera, y los Balcanes, Turquía, Irán y Afganistán, la segunda. También están el más reciente relato de Cheryl Strayed sobre su aventura recorriendo el Sendero del Macizo del Pacífico (Salvaje, traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla, Roca Editorial, 2013) y la excelente novela de Catherine Poulain, Allí, donde se acaba el mundo (traducción de Iballa López Hernández, Lumen 2017), inspirada en su experiencia como pescadora en un barco en Alaska. También es verdad que en los últimos años, gracias a la editorial Errata naturae, hemos podido acceder a los escritos de mujeres tan maravillosas como Annie Dillard, Terry Tempest Williams, Sue Hubbell, Sy Montgomery, Nan Shepherd y, por supuesto, Rachel Carson.

Pero los relatos mainstream sobre aventura y naturaleza se mueven en el territorio perimetrado por la reflexión filosófica de Henry David Thoreau y la acción aventurera de Jack London. Del cine, mejor ni hablamos, por más que no pueda dejar de confesar mi veneración por la excepcional Jeremiah Johnson de Sydney Pollack (1972).
 
"Se utiliza la palabra «Hombre» para referirse a la Humanidad al completo. Cuando se habla del «Hombre» que se enfrenta con la Naturaleza en una dinámica de conquista, se suele hablar de la Naturaleza en términos femeninos. Que una mujer dé muestras de tener una naturaleza salvaje no es sinónimo de autonomía y libertad, sino que, por el contrario, se considera una fiebre irracional. Al mismo tiempo, en términos supervivencialistas somos el sexo débil y no podemos prosperar solas más allá de la esfera social o sin la protección de un hombre viril. A las mujeres se las excluye de la naturaleza y, a la vez, se las destierra a ella".
 
Con el objetivo de demostrar que es posible ser una mujer de montaña sin verse reducida a mero "apéndice del hombre [de montaña], igual que la barba, la pipa y la escopeta", Erin emprende un viaje que la llevará del Reino Unido a Islandia, de aquí a Groenlandia, de Groenlandia a Canadá para acabar en Alaska. 
 
En un carguero, en un barco de pesca comercial, en autobús o haciendo autostop, trabajando en un albergue, Erin irá filmando paisajes y gentes, grabando conversaciones y reflexiones, conocerá a otras mujeres y a algunos hombres con los que compartirá diversas experiencias, no todas buenas. Durante el viaje conoceremos no solo a la Erin actual, sino también a la joven mujer que unos años antes fue descubriendo el feminismo y era ya una apasionada de la naturaleza, la incomprensión de sus padres al anunciarles su proyecto ("Los jóvenes siempre se marchan. Al menos los machos jóvenes de la especie. Si yo hubiera sido varón, mi marcha habría sido un destierro, un rito de iniciación. Cuando se marcha una mujer siempre se habla de abandono"). 
 
En esta su primera novela Abi Andrews demuestra maestría describiendo paisajes salvajes y construyendo personajes complejos, al tiempo que desarrolla sugerentes observaciones sobre la trágica expedición a la Antártida de Scott y las misiones espaciales, sobre el "colectivismo innato" de los cetáceos y las culturas indígenas del hemisferio norte, o dialoga de tú a tú con las obras de Rachel Carson, de Thoreau, de Lynn Margulis y con los escritos de Ted Kaczysky, conocido como "Unabomber". El resultado es un libro para degustar a sorbos, en el que la mezcla de formas literarias utilizadas a veces desconcierta, pero siempre alimenta el interés por seguir leyendo una historia que nos invita a relacionaros con el mundo, natural y humano, de otra manera:

"El alpinista Edmund Hillary subió al Everest porque la montaña estaba ahí. Cuando le preguntaron al astronauta Gene Cernan, de los apolos 10 y 17, por qué creia que habíamos ido a la Luna, respondió que porque estaba ahí. Cuando alcanzó la cumbre del Everest, el sherpa Tenzing Norgay se puso de rodillas, enterró unas galletas a modo de ofrenda y rezó a la diosa de la montaña por haberla molestado. Tendríamos que haber ido a la Luna como Tenzing Norgay".

Podemos llamarlo ecofeminismo.

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